Se acercan las fechas más importantes del año para muchos, fechas en las que celebramos con las familias y amigos, cenas de empresas y en general, en esta época cualquier motivo es para celebrar y consumir alcohol, y además una época que la DGT aprovecha para iniciar sus campañas. ¿De verdad hemos interiorizado el mensaje de “si bebes, no conduzcas”? ¿O solo lo repetimos como un mantra que se diluye en cuanto llegan las cenas de empresa y las celebraciones navideñas? Cada diciembre vuelve la misma escena, controles, anuncios institucionales y llamamientos a la responsabilidad… y, aun así, las cifras no bajan.
Los últimos datos son difíciles de ignorar. Más de cinco millones de conductores reconocen ponerse al volante tras haber bebido durante la Navidad. No hablamos de casos aislados, sino de una conducta normalizada que se repite año tras año, pese a cuatro décadas de campañas de concienciación.
La paradoja es evidente, sabemos que es peligroso, conocemos las sanciones y vemos los controles, pero el alcohol sigue presente en uno de cada tres accidentes mortales. Algo no está funcionando, y la pregunta ya no es cuántas campañas más hacen falta, sino por qué las actuales no consiguen cambiar el comportamiento real al volante.
DGT, Navidad, alcohol y volante: una combinación que se resiste a desaparecer

Las cifras vuelven a señalar a la Navidad como uno de los periodos más críticos del año en carretera. Uno de cada cinco conductores admite conducir después de beber, y casi la mitad lo hace tras cenas de empresa, cuando la percepción de riesgo se diluye entre brindis, sobremesas largas y la falsa sensación de control. Nochebuena y Fin de Año completan el podio de las fechas más peligrosas.
Lo más inquietante no es solo el consumo, sino la falta de conciencia. Más de la mitad de quienes beben y conducen aseguran no haber percibido un riesgo especial. En conversaciones cotidianas, este discurso se repite, “solo fueron un par de copas”, “conozco bien el camino”, “no voy lejos”. La normalización del riesgo forma parte del problema y explica por qué las cifras se estancan pese al refuerzo de la vigilancia.
Controles, sanciones y mensajes que ya no sorprenden a nadie

La DGT intensifica los controles cada Navidad, con decenas de miles de pruebas diarias y una presencia policial visible en carreteras y ciudades. El dato es claro, el 65% de los conductores reconoce que no coge el coche tras beber por miedo a un control o a una sanción. Es decir, el freno sigue siendo el castigo, no la convicción.
Sin embargo, ese efecto disuasorio no alcanza a todos. Hay un porcentaje preocupante que asume el riesgo, incluso con consumos claramente delictivos. Conductores que reconocen haber tomado más de tres copas antes de ponerse al volante y que forman parte de una estadística que se repite en los informes forenses, casi la mitad de los fallecidos en carretera da positivo en alcohol, drogas o psicofármacos.
El fracaso silencioso de la concienciación y el debate pendiente

España lleva décadas escuchando el mismo mensaje, con campañas icónicas que forman parte de la memoria colectiva, sin embargo, las cifras no cambian, al contrario, siguen incrementándose. Pero los datos sugieren que el impacto real se ha agotado. En redes sociales y foros, muchos ciudadanos expresan una sensación de cansancio, anuncios que se repiten, mensajes que ya no interpelan y una desconexión entre el mensaje institucional y la vida real.
Mientras tanto, el debate sobre la tolerancia cero vuelve a ganar fuerza. La posible reducción de la tasa máxima permitida busca alinear a España con países donde el alcohol al volante se percibe socialmente como inaceptable. No como una infracción puntual, sino como una conducta grave. Porque mientras siga existiendo margen para “una copa de más”, seguirá existiendo la excusa.
Al final, el problema no es solo de controles o sanciones, sino de cultura vial. Mientras conducir después de beber siga siendo una confesión habitual en sobremesas y no un motivo de reproche social, las campañas seguirán chocando contra el mismo muro. Tal vez ha llegado el momento de asumir que no basta con repetir el mensaje, hay que cambiar la forma en que lo escuchamos… y, sobre todo, cómo actuamos cuando llega la hora de volver a casa.







