Pocos recuerdan ya la verdadera revolución que supuso el VHS en cada casa, más allá de alquilar películas en el videoclub del barrio. Aquellos aparatos, hoy piezas de museo, nos regalaron algo que dábamos por imposible, y es que con esas viejas cintas de vídeo descubrimos por primera vez el poder de controlar la televisión a nuestro antojo, una sensación casi mágica. ¿Quién iba a pensar que un simple botón de REC cambiaría nuestras vidas para siempre?
Aquel viejo VHS no era solo un reproductor de películas compradas o alquiladas. Fue, para toda una generación, una puerta a una multitarea hoy impensable en su simpleza, porque aquel aparato de vídeo permitía grabar un canal mientras la familia veía otro completamente distinto, el sueño de cualquier aficionado a las series o al cine. Era nuestro primer servidor personal de contenidos, una especie de pirateo casero que nos hacía sentir dueños de las ondas.
¿MAGIA NEGRA O TECNOLOGÍA PUNTERA?
La clave de este truco no residía en ningún pacto oscuro con las cadenas de televisión ni en una habilidad técnica reservada a unos pocos. El secreto era mucho más sencillo, ya que la videograbadora incorporaba su propio sintonizador de canales independiente del que traía el televisor, convirtiéndola en un receptor autónomo. Esto permitía que dos mundos televisivos convivieran en el mismo salón sin interferirse, un auténtico hito doméstico en la época.
Configurarlo requería su pequeño ritual, una coreografía de cables y menús que hoy nos parecería arcaica pero que dominábamos con una maestría sorprendente. No bastaba con meter la cinta y darle a grabar, pues antes había que sintonizar todos los canales en el VCR como si fuera una segunda tele, asignando cada uno a su número correspondiente. Este paso previo era fundamental para que nuestro plan de grabación con el VHS saliera a la perfección.
LA GUERRA POR EL MANDO (Y LA PROGRAMACIÓN)
Seamos sinceros, esta funcionalidad del VHS no trajo solo paz, sino que también fue el origen de incontables disputas familiares por el control de la televisión. De repente, el debate ya no era solo qué se veía en directo en el único televisor de la casa, porque ahora entraba en juego la crucial decisión de qué programa merecía ser inmortalizado en una cinta para la posteridad. Un poder que requería una gran responsabilidad y mucha negociación.
Aquello nos convirtió en auténticos estrategas de la parrilla televisiva, estudiando la programación semanal como si nos fuera la vida en ello. Programar el vídeo para que comenzara a grabar a una hora concreta era un acto de fe, pues implicaba dejar un casete listo y confiar en que el temporizador del VHS no fallara justo esa noche. ¿Cuántas veces nos fuimos a la cama cruzando los dedos para que al día siguiente nuestra serie favorita estuviera esperándonos?
EL NACIMIENTO DEL ‘BINGE-WATCHING’ ANALÓGICO
Gracias a esta bendita función, sin saberlo, estábamos inventando el maratón de series casero. Era habitual dedicar una cinta de tres horas a grabar varios capítulos seguidos de nuestra ficción preferida, porque con nuestro sistema de vídeo doméstico acumulábamos contenido para verlo del tirón durante el fin de semana. Era nuestra propia versión del «a la carta», una selección de programas cuidadosamente curada por nosotros mismos, con sus anuncios y sus moscas de la cadena.
La experiencia de ver estas grabaciones era única, un viaje en el tiempo que hoy resulta imposible de replicar con la misma autenticidad. Volver a ver aquella película o aquel partido de fútbol grabado del directo significaba también reencontrarse con los anuncios de la época, porque con aquella grabación analógica se creaba una cápsula del tiempo audiovisual perfecta que capturaba el espíritu de aquel momento. El VHS guardaba mucho más que un simple programa.
¿QUÉ FUE DE AQUELLA ‘PIRATERÍA’ CASERA?
El término «piratear» que usamos en el título puede sonar fuerte, pero refleja perfectamente la sensación que teníamos en aquel entonces. No se trataba de una copia ilegal para su distribución, sino de un hackeo del sistema, y es que aquel formato físico nos permitía por fin romper la tiranía de la programación en directo. Era una pequeña anarquía personal que nos empoderaba como espectadores, dándonos el control sobre el cuándo y el cómo.
Hoy, con la inmediatez de las plataformas de streaming, todo aquello parece una batalla de otra época, casi prehistórica. La nostalgia por la era del videoclub es real, pero a menudo olvidamos que el verdadero cambio empezó mucho antes, en nuestros propios salones, porque con un simple gesto aprendimos a crear nuestra propia televisión a medida. Hemos ganado en comodidad, pero quizá hemos perdido la emoción de aquella conquista, de aquel tesoro grabado con esfuerzo.
UN LEGADO QUE VIVE EN NUESTRA MEMORIA (Y EN EL STREAMING)
Aquel hito tecnológico, aparentemente modesto, fue en realidad la semilla de todo lo que vino después, desde los grabadores con disco duro hasta las actuales plataformas. Fue la primera vez que el espectador tuvo la sartén por el mango, ya que este avance del VHS demostró que existía una demanda de consumo no lineal, de ver lo que queríamos cuando queríamos. Sin saberlo, estábamos entrenando a la industria del entretenimiento para el futuro que vivimos hoy.
El característico zumbido del VHS al tragar la cinta, el baile de los cabezales antes de mostrar la imagen o el pánico a que se enredara el casete son sensaciones grabadas a fuego en nuestra memoria. Aquel ritual para preservar un pedazo de la efímera televisión en directo era mucho más que una simple grabación. Era, en definitiva, la banda sonora de una forma de ver el mundo y de consumir cultura que, aunque tecnológicamente superada, jamás podremos rebobinar del todo.