Los anuncios de los 90 se han convertido en una especie de cápsula del tiempo televisiva que nos transporta a una época más sencilla. Al escuchar la frase «el algodón no engaña», a muchos nos viene a la mente la imagen de un mayordomo impecable y una época dorada de la creatividad publicitaria que se coló en nuestras casas para siempre. Pero, ¿por qué recordamos con tanto cariño aquellas pausas publicitarias? ¿Qué tenían de especial aquellos spots para quedarse grabados a fuego en nuestra memoria?
Quizá la respuesta esté en que aquellas campañas eran mucho más que simple publicidad. Treinta años después, la melodía de un yogur o el eslogan de un coche todavía resuenan en nuestra mente, y es que aquellas melodías y frases se convirtieron en parte de la banda sonora de nuestras vidas. Eran pequeñas historias, himnos cotidianos que compartíamos y comentábamos, un fenómeno que hoy, con la fragmentación de las audiencias, parece casi imposible de replicar.
CUANDO LA PUBLICIDAD ERA UN ESPECTÁCULO FAMILIAR
En aquellos años, los anuncios no eran una interrupción molesta que saltábamos con el mando a distancia. Con solo un par de cadenas de televisión durante mucho tiempo, los cortes publicitarios eran eventos casi tan esperados como los propios programas. Familias enteras se reunían frente al televisor y las campañas publicitarias se convertían en tema de conversación al día siguiente en el colegio o en la oficina, generando un impacto cultural masivo.
Algunas de estas producciones eran auténticos acontecimientos nacionales que marcaban el calendario. La cuidada creatividad publicitaria de los sorteos de lotería o las campañas navideñas de las grandes marcas de cava eran esperadas con una expectación enorme, porque estas producciones cinematográficas paralizaban a un país entero frente al televisor. Seamos sinceros, ¿quién no recuerda a las «burbujas» de Freixenet o la emoción del «calvo de la Navidad»?
LOS ESLÓGANES QUE ADOPTAMOS COMO PROPIOS
Hay frases que saltaron de la pantalla para quedarse con nosotros, convirtiéndose en expresiones populares que todavía hoy usamos. El ingenio de los publicistas de la época consiguió que los anuncios se integraran en nuestro lenguaje cotidiano. El famoso «el algodón no engaña» de Tenn se convirtió en sinónimo de una verdad irrefutable, pero no fue el único, porque frases ingeniosas saltaron de la pantalla para quedarse en el lenguaje de la calle. «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo», del eslogan de Galerías Preciados, se transformó en un clásico instantáneo.
Más allá de vender un producto, muchos de aquellos lemas reflejaban el pulso de la sociedad y sus cambios. El famoso recuerdo publicitario de la campaña «Póntelo, pónselo» del Ministerio de Sanidad marcó un antes y un después en la forma de hablar de prevención, y es que estos lemas reflejaban los cambios sociales y culturales de una España en plena modernización. O el entrañable «Hola, soy Edu, ¡feliz Navidad!», que convirtió al niño de Airtel en un icono instantáneo.
MELODÍAS INOLVIDABLES: LOS JINGLES QUE NO PODÍAS DEJAR DE TARAREAR
¿Quién no ha cantado alguna vez el jingle de los flanes de Danone o el de las papillas de Nestlé? La fórmula era sencilla pero infalible: una melodía pegadiza y una letra fácil de recordar. El poder de aquellos anuncios residía en su capacidad para crear himnos que nos acompañaban mucho después de apagar la televisión, ya que estos estribillos pegadizos se instalaban en nuestro cerebro durante días. Eran tan efectivos que hoy podríamos reproducirlos de memoria sin dudar.
La conexión emocional que se lograba a través de la música era increíblemente fuerte. La banda sonora de nuestra juventud está llena de estos pequeños éxitos musicales, desde el «atún claro, claro» de Calvo hasta la aventura del primo de Zumosol, porque la música se convirtió en la herramienta más poderosa para crear un vínculo emocional con el consumidor. Aquellos anuncios demostraron que una buena canción podía hacer que una marca fuera para siempre.
HISTORIAS QUE NOS EMOCIONARON (Y NOS HICIERON REÍR)
Más allá de eslóganes y canciones, la publicidad de los noventa nos regaló personajes e historias inolvidables que conectaban con nosotros. La eterna rivalidad de los pueblos de Villarriba y Villabajo en el anuncio de Fairy es un ejemplo perfecto de cómo construir un universo narrativo que trasciende el producto. El imaginario colectivo de la época se nutrió de estas fábulas modernas, porque estas pequeñas ficciones construían un universo propio alrededor de un producto. Eran anuncios que esperábamos ver para saber cómo continuaba la historia.
El humor y la aspiración eran otros dos grandes pilares de la comunicación de la década. Los spots nos hacían reír con personajes como el pastor del Mitsubishi Montero y su «no, no me toques las palmas que me conozco», o nos inspiraban con conceptos como la generación «JASP» (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) de Renault Clio. Las pausas publicitarias se llenaron de relatos que reflejaban nuestros sueños y nuestro día a día, porque los spots nos contaban historias con las que nos sentíamos identificados.
¿POR QUÉ ESTOS ANUNCIOS SIGUEN VIVOS EN NUESTRA MEMORIA?
El secreto de la permanencia de estos anuncios radica en su capacidad para conectar con las emociones de forma directa y sencilla. En un mundo sin la fragmentación digital actual, los mensajes se repetían hasta la saciedad, lo que ayudaba a que calaran hondo en nuestra memoria televisiva, pues la sencillez y la repetición eran claves en una época sin la saturación mediática actual. Eran anuncios pensados para ser vistos y recordados por todos, sin excepción.
Al final, si aquellos anuncios siguen con nosotros es porque forman parte de lo que fuimos y de cómo veíamos el mundo. El legado publicitario de los 90 va más allá de su función comercial; es un reflejo sociológico de una década optimista. Por eso, al recordarlos, no solo vemos un producto, sino un pedazo de nuestra propia historia, ya que aquellos spots no vendían solo productos, sino que encapsulaban el optimismo y los sueños de toda una generación.