Por qué el ‘Un, dos, tres’ nunca podría hacerse hoy: las polémicas que ahora incendiarían X

El mítico concurso que reunía a toda España frente al televisor esconde claves que hoy serían impensables. Desde el papel de sus famosas azafatas hasta el tipo de humor, analizamos los motivos de su imposible regreso.

El Un, dos, tres es un tesoro de nuestra memoria colectiva, pero ¿qué pasaría si se estrenara mañana por la noche? La nostalgia es un filtro poderoso que suaviza los recuerdos, pero un análisis con la mirada actual revela aspectos que desatarían una tormenta en redes sociales. Nos acordamos de los premios, de la Ruperta y de las risas, pero hemos olvidado detalles que hoy serían, como poco, problemáticos. ¿Podría este mítico formato sobrevivir al escrutinio del siglo XXI?

Aquellas noches de viernes eran una liturgia para millones de familias que se sentaban a disfrutar del programa de Chicho. Lo que entonces parecía un entretenimiento blanco e inocente, hoy se vería de otra forma; los chistes sobre acentos, la figura de las azafatas o ciertos roles de género serían dinamita pura en la conversación pública de hoy. El recuerdo es poderoso, pero la memoria también puede ser selectiva. ¿Qué hemos olvidado de aquel inolvidable concurso que paralizaba España?

LAS AZAFATAS: ¿ICONOS O FIGURAS COSIFICADAS?

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Eran mucho más que simples ayudantes. Las azafatas del Un, dos, tres eran contables, bailarinas y presentadoras, pero siempre desde un prisma muy concreto. Resulta imposible imaginar hoy a un grupo de chicas jóvenes, vestidas con uniformes sugerentes y gafas enormes, relegadas a un papel secundario y sonriente; su función, aunque profesional, estaba envuelta en una cosificación que hoy sería inaceptable para el gran público. El show de la Ruperta dependía de su imagen casi tanto como de los concursantes.

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Es cierto que aquel formato televisivo sirvió de trampolín para estrellas como Victoria Abril, Silvia Marsó o Lydia Bosch, demostrando que había talento más allá de la sonrisa. Sin embargo, este argumento no anula el debate de fondo. Por cada carrera exitosa que despegó gracias al Un, dos, tres, había una imagen que perpetuaba un ideal de mujer objeto; el programa ofrecía una oportunidad profesional innegable, pero la envolvía en un papel ornamental muy definido. ¿Pesarían más las oportunidades o las críticas?

¿DE QUÉ NOS REÍAMOS? EL HUMOR QUE HOY SERÍA CANCELADO

Había chistes que hoy no pasarían el primer filtro de un guion televisivo. El humor ha cambiado y, con él, nuestra percepción de lo que es aceptable. El Un, dos, tres estaba plagado de cómicos geniales, pero sus personajes se basaban en estereotipos que hoy hacen chirriar los dientes; las imitaciones de personas con ceceo, los chistes sobre ‘mariquitas’ o las caricaturas regionales serían cancelados de inmediato. El costumbrismo de Arévalo o Bigote Arrocet se interpretaría ahora de una forma muy distinta.

Aquel humor era hijo de su tiempo, un reflejo de una sociedad con unos límites muy diferentes a los actuales. La creación de Ibáñez Serrador no pretendía ofender, sino entretener a una audiencia masiva que compartía esos mismos códigos culturales. No obstante, justificarlo por el contexto no lo haría viable en la parrilla actual; la sensibilidad social ha evolucionado tanto que muchos de sus gags serían considerados ofensivos o, como mínimo, de mal gusto. La línea entre lo cómico y lo hiriente se ha movido.

EL APARTAMENTO EN LA PLAYA Y LA BOTA… ¿JUEGO O CRUELDAD?

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La tensión de la subasta era el corazón del programa, donde una familia podía pasar de la euforia a la desolación en segundos. El Un, dos, tres jugaba con las ilusiones de gente corriente, ofreciendo un apartamento en Torrevieja o un coche último modelo junto a una calabaza o una bota vieja. Era un espectáculo magnético, sí, pero la presión psicológica a la que se sometía a los concursantes sería hoy objeto de un intenso debate ético. El concurso de TVE llevaba las emociones al límite absoluto.

¿Es lícito generar entretenimiento a costa de la posible humillación de un concursante? Hoy, los formatos televisivos cuidan mucho más el bienestar de sus participantes, o al menos lo aparentan. El legendario programa ponía a la gente en una encrucijada pública, donde una mala decisión podía convertir el sueño de su vida en un chasco nacional; la delgada línea entre el juego emocionante y la crueldad televisiva sería el principal foco de críticas. El Un, dos, tres no era solo un concurso, era un drama en directo.

LAS TACAÑONAS Y OTROS ESTEREOTIPOS QUE CHIRRÍAN

Las Hermanas Hurtado, o las Tacañonas, eran una pieza fundamental del engranaje del Un, dos, tres. Representaban a esa España rancia, puritana y agarrada que fiscalizaba el gasto y penalizaba los errores de los concursantes con su campana y su gesto adusto. Eran una caricatura brillante y divertida, pero no dejaba de ser un arquetipo muy concreto; ellas simbolizaban una forma de censura moral y económica que el programa ridiculizaba, pero también normalizaba. El mítico formato jugaba constantemente con los clichés nacionales.

Pero la cosa no quedaba ahí. El concurso de Chicho Ibáñez Serrador perpetuaba otras ideas que hoy serían revisadas, desde la figura del «paleto» con suerte hasta la visión a veces simplista de las diferentes culturas de España. El Un, dos, tres construía un imaginario colectivo que, aunque entrañable para muchos, no estaba exento de problemas; el programa reforzaba ciertos estereotipos sociales y geográficos que hoy se intentarían evitar a toda costa en un formato familiar. Su retrato de la sociedad era tan eficaz como simplificador.

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¿SOBREVIVIRÍA EL ‘UN, DOS, TRES’ A LA ERA DE TIKTOK?

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Imaginemos por un momento que el Un, dos, tres superara todos los escollos sociales y de contenido. Aun así, se enfrentaría a un muro infranqueable: el ritmo. El programa de los viernes era una producción pausada, casi teatral, con largos números musicales, presentaciones elaboradas y una subasta que se cocinaba a fuego lento. Era un espectáculo diseñado para un espectador paciente; su estructura narrativa es absolutamente incompatible con la cultura de la inmediatez y los estímulos constantes que define el consumo actual. La gente se aburriría antes del primer corte publicitario.

Por todo ello, el Un, dos, tres pertenece al lugar al que solo acceden las leyendas: la memoria. Su regreso es imposible no porque fuera un mal programa, sino porque fue un producto perfecto para un tiempo que ya no existe. Volver a verlo es un ejercicio de nostalgia maravilloso, un viaje a una España que ya se fue, pero intentar replicarlo sería un error. El Un, dos, tres no podría hacerse hoy, y es precisamente eso lo que lo convierte en un formato irrepetible y eterno en el panteón de nuestra televisión.

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