La liberación este 17 de septiembre de 2025 de Christian Brückner, hasta ahora señalado como principal sospechoso en la desaparición de Madeleine McCann, confirma lo que la perito judicial forense Miryam Moya ya advirtió hace dos años en su libro Vacaciones al Infierno: Madeleine McCann, la Historia no Contada: no existían pruebas forenses sólidas que lo vincularan con la niña británica, pese a la insistencia institucional y mediática en presentarlo como culpable.
Brückner abandona la prisión alemana tras cumplir condena por un delito sexual cometido en 2005. Durante cinco años fue descrito como “el sospechoso definitivo”, pero excavaciones, registros y búsquedas espectaculares nunca aportaron ADN, huellas ni pertenencias que lo conectaran directamente con el apartamento de Praia da Luz o con la menor.
Y, sin embargo, mientras la evidencia no aparecía, alguien se ocupó de fabricar cientos de titulares. Artículos que repetían una y otra vez que era el “sospechoso formal”, que lo relacionaban con la muerte de Madeleine, que sugerían certezas donde solo había vacío probatorio. Ese alud mediático instaló en la opinión pública la idea de que Brückner era el culpable inevitable, aunque los laboratorios y los sumarios jamás lo confirmaran.
Moya, experta en reconstrucción de escenas criminales y con experiencia internacional, sostuvo desde el inicio que Brückner estaba siendo convertido en un chivo expiatorio para sostener la hipótesis más rentable: la del secuestro. En su obra desgranó cómo la narrativa oficial se mantuvo más en conveniencia mediática que en la fuerza de la evidencia.
“La ciencia forense no se sostiene en sospechas, sino en pruebas replicables”, ha defendido Moya en foros profesionales. Su análisis puso de relieve que las declaraciones de la fiscalía alemana, al afirmar que estaban “seguros” de la culpabilidad de Brückner sin presentar pruebas materiales, formaban parte de un relato más político que científico.
El contraste es hoy ineludible: ninguna evidencia incrimina a Brückner, pero sí hubo una maquinaria mediática que lo incriminó durante años con titulares prefabricados. Ese desequilibrio no es un accidente: es una estrategia. Convertir la sospecha en noticia y la noticia en verdad oficial.
La trayectoria de Moya refuerza esta lectura. Como perito forense, ha participado en casos de homicidios, suicidios encubiertos y accidentes donde la verdad quedaba sepultada bajo versiones interesadas. Su diagnóstico sobre el caso McCann cobra hoy un valor renovado: la liberación de Brückner no resuelve la desaparición de Madeleine, pero sí confirma que la investigación se sostuvo demasiado tiempo sobre un sospechoso sin pruebas y una avalancha de titulares.
Dieciocho años después, la conclusión es perturbadora: en el caso McCann, la ciencia calló donde el periodismo gritó. Y la pregunta esencial sigue intacta: ¿qué pasó realmente con Madeleine McCann?