El misterio de las pesetas con agujero: la razón por la que tu abuelo guardaba monedas ‘rotas’ en el bolsillo

El sorprendente motivo económico que obligó a perforar las monedas de toda una época. La solución ingeniosa que permitía a nuestros abuelos diferenciar el dinero sin ni siquiera mirarlo.

El misterio de las pesetas con agujero esconde una de esas historias que nuestros abuelos cuentan con una mezcla de nostalgia y picardía. ¿Quién no ha rebuscado en un viejo cajón para encontrar esas monedas ‘rotas’ que parecían un tesoro? La razón de ese hueco, lejos de ser un simple adorno, era en realidad una solución ingeniosa a los problemas de la España de posguerra. Ese vacío en el metal nos habla de un tiempo de escasez y de ingenio a partes iguales, un eco del pasado que muchos aún guardan.

La curiosidad por este diseño tan particular del dinero de nuestros abuelos sigue muy viva. No era un capricho estético, sino una respuesta a dos necesidades muy concretas de la sociedad de entonces. Detrás de su apariencia humilde, en aquella calderilla se esconde la necesidad de distinguir las monedas al tacto en la oscuridad, una funcionalidad hoy olvidada pero que fue clave durante décadas. Cada vez que tu abuelo metía la mano en el bolsillo, sabía exactamente lo que tocaba sin necesidad de mirar.

¿POR QUÉ UN AGUJERO EN MEDIO DE LA MONEDA?

YouTube video

La España de mediados del siglo XX no era un país de abundancia, más bien todo lo contrario. En un contexto de aislamiento internacional y con una economía de autarquía, los metales como el cobre o el níquel eran bienes escasos y estratégicos. Por ello, la dictadura franquista decidió que el agujero central permitiría ahorrar toneladas de metal estratégico en la acuñación de millones de estas monedas. Era una medida de ahorro a escala nacional, un pequeño gesto repetido millones de veces con un impacto enorme.

Publicidad

Esta decisión pragmática marcó para siempre el diseño de algunas de las pesetas más icónicas. No se trataba de innovar, sino de subsistir con los recursos disponibles, estirando cada gramo de material al máximo. Este diseño tan particular no era un capricho, sino un reflejo directo de la autarquía y el aislamiento económico del país. Aquel agujero, por tanto, es una cicatriz visible de las dificultades económicas que marcaron a toda una generación de españoles.

EL SECRETO ESTABA EN LOS BOLSILLOS

Pero la escasez de metal solo cuenta la mitad de la historia. Había otra razón, mucho más cercana al día a día de la gente, que justificaba plenamente ese diseño tan característico. La perforación central de algunas pesetas tenía también una función práctica para facilitar su identificación sin usar la vista. En una época con menos iluminación en las calles y en los locales, y pensando en las personas con dificultades de visión, poder distinguir el dinero al tacto era fundamental.

Imagina la escena: pagar en un bar oscuro, buscar la calderilla para el autobús de buena mañana o simplemente la rapidez de no tener que sacar todas las monedas para encontrar la correcta. El diseño permitía que cualquiera, con solo pasar el dedo, supiera si tenía en la mano una moneda de cinco duros o una de mayor valor. Esta funcionalidad convertía a las piezas de níquel perforadas en una herramienta cotidiana de una eficiencia asombrosa, un pequeño avance de accesibilidad mucho antes de que esa palabra estuviera de moda.

LA ‘RUBIA’ Y SUS CINCO DUROS: ICONOS DE UNA GENERACIÓN

YouTube video

Si hay una moneda que personifica esta historia, esa es la de 25 pesetas. Conocida popularmente como ‘la rubia’ por su color dorado, se convirtió en un auténtico icono. Su valor, equivalente a cinco duros de los de antes, la situaba en el centro de las pequeñas transacciones diarias. Para muchos niños y jóvenes de la época, la moneda de 25 pesetas se convirtió en el símbolo de la paga del domingo y las primeras compras de la infancia, desde un chicle a unas pipas.

Su presencia era constante en la vida social y el ocio de aquellos años. Era la moneda por excelencia para las máquinas que empezaban a poblar el país. Aquellas pesetas con su característico agujero fueron la llave para llamar desde una cabina telefónica o echar una partida a los recreativos. Su sonido al caer en la ranura del futbolín o de la máquina de tabaco forma parte de la memoria sentimental de varias generaciones, un recuerdo imborrable de un tiempo que ya no volverá.

CUANDO CINCUENTA PESETAS ERAN UN TESORO

Junto a su hermana pequeña, la moneda de 50 pesetas también lucía con orgullo su agujero central, aunque su estatus era bien distinto. Era más grande, más pesada y, sobre todo, su valor la convertía en un objeto de deseo. Si ‘la rubia’ era para los gastos cotidianos, la antigua moneda española de diez duros ya permitía acceder a pequeños lujos. La moneda de 50 pesetas representaba un salto de valor importante, ya que era el dinero suficiente para comprar un tebeo o una entrada de cine.

Tener una de estas en la cartera o en el bolsillo daba una sensación de seguridad, especialmente entre los más jóvenes. Era la prueba de haber ahorrado, la recompensa a una buena nota o un regalo especial. El valor de la peseta se medía en experiencias, y juntar un par de aquellas grandes pesetas perforadas significaba tener un pequeño tesoro en el bolsillo para el fin de semana. Su contundencia física y su poder adquisitivo la elevaron a un lugar especial en el imaginario colectivo.

Publicidad

EL ADIÓS A UN SÍMBOLO QUE YA ES

YouTube video

La llegada del nuevo milenio trajo consigo el euro y la despedida definitiva del dinero de antes. El Banco de España inició un proceso masivo de recogida y destrucción de las monedas que nos habían acompañado durante más de un siglo. Con la llegada del euro en 2002, millones de estas pesetas fueron retiradas para siempre de la circulación, pasando de ser una herramienta de cambio a convertirse en objeto de coleccionismo o, simplemente, en un recuerdo guardado en una caja de galletas.

Hoy, esas monedas perforadas que tu abuelo guardaba con celo ya no tienen valor de curso legal. Sin embargo, su valor emocional es incalculable. Son pequeñas cápsulas del tiempo que nos transportan a la tienda de ultramarinos del barrio, a las verbenas de verano y a los bolsillos de nuestros mayores. Esas viejas pesetas ya no compran nada, pero guardan en su silencio metálico el eco de las risas y los sueños de otra época. Y ese, sin duda, es el mayor tesoro.

Publicidad