Miguel (45 años), bodeguero en La Rioja: «Los turistas vienen a la vendimia y se pierden lo mejor, que ocurre ahora en septiembre»

El secreto mejor guardado: la pisada tradicional de la uva y la cata del primer mosto en bodegas familiares. Una experiencia auténtica y sin multitudes que te conecta con el verdadero alma de la región vinícola.

La Rioja en septiembre es un murmullo, un secreto que se cuenta en voz baja cuando las multitudes de la vendimia ya han hecho las maletas. Lo que muchos no saben es que, justo ahora, la verdadera magia de esta tierra de vino apenas comienza a desvelarse, lejos del bullicio y las prisas. Es un paisaje sonoro y olfativo completamente diferente, uno que invita a quedarse y a descubrir lo que nadie pone en los folletos turísticos. ¿Te atreves a conocerlo?

Ese murmullo es el de la tierra respirando aliviada, el del mosto iniciando su lenta y silenciosa transformación en las bodegas. Es un secreto a voces entre los bodegueros, porque septiembre regala una conexión auténtica con el ciclo de la uva, una experiencia que el turismo masivo en La Rioja suele ignorar por completo. Miguel, con las manos manchadas y una sonrisa cómplice, lo tiene claro: lo mejor no es ver cómo se recoge la uva, sino sentir cómo empieza a vivir.

EL SILENCIO QUE SIGUE A LA TORMENTA

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El aire cambia por completo. Ya no huele a esfuerzo y ajetreo, sino a promesa y a paciencia. Las bodegas familiares recuperan su pulso habitual y el aroma a mosto recién fermentado impregna cada rincón, un perfume dulzón y penetrante que no se encuentra en las guías turísticas. Es el olor del vino naciendo, un momento íntimo que marca el verdadero inicio del ciclo en la bodega, mucho más allá de la simple cosecha.

Miguel nos confiesa que es su momento favorito del año, un paréntesis de pura alquimia antes de que el vino empiece a madurar en barrica. Es cuando se toman las decisiones cruciales, ya que la calma permite disfrutar del primer milagro de la añada sin distracciones, un lujo impensable semanas antes en La Rioja. Aquí, el tiempo no corre, sino que fermenta, y cada día trae un matiz nuevo al futuro vino.

¿HAS PISADO UVA ALGUNA VEZ? PERO DE VERDAD

Olvídate de las demostraciones para turistas con cuatro uvas en un barreño. Hablamos de la pisada tradicional en el lagar, donde el contacto directo con la uva crea un vínculo casi místico con el vino que nacerá, una sensación que las máquinas jamás podrán replicar. Es un ritual que se reserva para las partidas más especiales, un trabajo manual que honra a generaciones de viticultores y que hoy practican solo unas pocas bodegas.

El resultado de ese esfuerzo es pura magia líquida. Ese primer zumo, llamado mosto flor, es un tesoro efímero y probarlo directamente del lagar es un privilegio reservado a unos pocos, el sabor más puro de los viñedos riojanos. Es dulce, denso y explosivo en matices, la esencia de la uva antes de que el alcohol y la madera hagan su trabajo. Un sabor que se graba en la memoria para siempre.

POR QUÉ SEPTIEMBRE GANA LA PARTIDA A LA VENDIMIA

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La diferencia fundamental es la autenticidad. Mientras que la vendimia puede sentirse a veces como un espectáculo organizado para el visitante, la vida en la bodega en septiembre es pura verdad sin guion, mostrando el trabajo real, la pasión y también las preocupaciones de sus gentes. Ves el proceso, no la representación del proceso. Es una inmersión real en el día a día de un bodeguero.

Pero el mayor tesoro de esta época es el tiempo. Es el momento ideal para charlar sin prisa con quienes hacen el vino, porque la ausencia de aglomeraciones facilita una conversación sincera y profunda, algo casi imposible durante el apogeo de la cosecha. Puedes preguntar, aprender y entender la filosofía que hay detrás de cada botella, compartiendo una copa con la persona que ha cuidado de esas viñas todo el año.

EL SECRETO ESTÁ EN LAS BODEGAS PEQUEÑAS

Para vivir esta experiencia, hay que huir de los nombres más conocidos y buscar los proyectos más personales. Las grandes bodegas industriales tienen sus encantos, pero la auténtica alma de La Rioja reside en los negocios familiares, aquellos que abren sus puertas como si fueran su propia casa. Son los guardianes de las viejas tradiciones, los que te contarán historias de sus abuelos mientras remueven el mosto.

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No se trata de buscar un tour, sino de encontrar una conexión. La clave es la curiosidad y el respeto por su trabajo. No se trata de buscar un tour, sino una conversación; y es que la hospitalidad riojana se despliega cuando el viajero muestra un interés genuino, más allá de la simple cata de vino. Llama antes, pregunta si puedes pasarte a ver cómo va todo y déjate llevar. La recompensa es inmensa.

EL RECUERDO QUE TE LLEVAS NO CABE EN UNA BOTELLA

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Al final del viaje, te das cuenta de que lo más valioso no es el vino que has comprado, sino lo que has vivido. Puedes comprar las mejores añadas del mundo, pero la memoria de pisar la uva o el sabor del primer mosto es un suvenir imborrable, algo que te conecta para siempre con este rincón del Ebro. Es una vivencia que transforma tu manera de entender y disfrutar de una copa de vino.

Y es entonces cuando entiendes que has sido partícipe de algo único, de un momento que no se puede embotellar ni etiquetar. Te llevas contigo el silencio de la bodega, el aroma de la fermentación y la sonrisa de Miguel. Y comprendes por fin que el verdadero lujo es ser testigo del nacimiento de un vino en la intimidad, un secreto que La Rioja guarda celosamente para quienes saben escuchar.

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