Durante 200 años creímos saber por qué Goya se quedó sordo, pero la verdadera causa es mucho más oscura

La sordera del genio español esconde un secreto mucho más oscuro de lo que siempre hemos pensado. La clave de su tormento y de sus obras más famosas podría estar en los pigmentos que usaba.

La figura de Goya siempre ha estado envuelta en un halo de genio y tormento, marcada por una enfermedad que lo cambió para siempre. Todos conocemos la historia del pintor que se quedó sordo y canalizó su angustia en obras inmortales. Sin embargo, dos siglos después, seguimos debatiendo qué le ocurrió realmente, y su repentina pérdida de audición sigue siendo uno de los grandes misterios del arte sin una respuesta definitiva.

La explicación de su sordera ha sido un puzle para historiadores y médicos durante generaciones, pero una nueva teoría arroja una luz mucho más siniestra sobre el drama personal del pintor de Fuendetodos. Y si fuera cierta, no solo resolvería el enigma de su enfermedad, sino que también nos obligaría a mirar sus célebres ‘pinturas negras’ con otros ojos, ya que la causa de su mal no sería una infección, sino un veneno que manejaba a diario con sus propias manos.

EL MITO DE LA ENFERMEDAD MISTERIOSA QUE LO CAMBIÓ TODO

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Durante más de doscientos años, la biografía oficial de Goya ha atribuido su sordera a una enfermedad repentina y devastadora que sufrió en 1792. Se ha especulado con todo: sífilis, un ictus, una infección vírica o incluso el síndrome de Vogt-Koyanagi-Harada. La historia cuenta cómo el artista cayó gravemente enfermo en un viaje a Andalucía, y esa crisis le provocó fiebres altísimas, alucinaciones, vértigos y una sordera total de la que nunca se recuperaría.

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Aquel episodio marcó un antes y un después en su vida y en su obra. El carácter del maestro se agrió, se volvió más introspectivo y su arte comenzó a explorar los rincones más oscuros del alma humana. De ser el cotizado retratista de la corte pasó a crear los inquietantes grabados de ‘Los Caprichos’, porque la sordera lo sumió en un profundo aislamiento que transformó su visión del mundo y su manera de plasmarla en el lienzo.

¿Y SI LA RESPUESTA ESTUVO SIEMPRE EN SUS MANOS?

La nueva hipótesis desplaza el foco del misterio médico a un elemento cotidiano para cualquier pintor de su época: los propios materiales con los que creaba su arte. La teoría que gana cada vez más fuerza apunta al saturnismo, un envenenamiento crónico por plomo. Este metal pesado era un componente fundamental en muchos de los pigmentos que Goya utilizaba, especialmente el blanco de plomo o albayalde, que la toxicidad de los pigmentos del siglo XVIII era un peligro conocido pero inevitable para los artistas.

Al analizar los síntomas descritos en las cartas y los informes médicos de la época, el cuadro clínico encaja de forma asombrosa con el saturnismo. El envenenamiento por plomo no solo causa sordera, sino también cólicos, debilidad muscular, confusión mental y graves trastornos neurológicos como la paranoia o las alucinaciones. De repente, las piezas encajan, porque la coincidencia entre los síntomas del saturnismo y la enfermedad del pintor es demasiado precisa para ser ignorada por la ciencia moderna.

LAS PINTURAS NEGRAS: ¿OBRA DE LA ANGUSTIA O DE UN CEREBRO ENVENENADO?

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Las ‘pinturas negras’ son el testamento artístico y vital de Goya. Tradicionalmente, se han interpretado como la catarsis de un hombre atormentado por su sordera, la soledad y los horrores de la guerra que le tocó vivir. Se nos ha dicho que ‘Saturno devorando a su hijo’ o ‘El aquelarre’ son representaciones de sus demonios internos, porque la interpretación psicológica de estas obras las considera un reflejo de su desesperación personal y del oscuro contexto político de la España absolutista.

Pero, ¿y si esas visiones terroríficas no fueran solo una metáfora? El saturnismo afecta directamente al cerebro, provocando lo que se conoce como «encefalopatía por plomo», que genera delirios y un comportamiento errático y violento. La nueva teoría sugiere que Goya no solo pintaba sus miedos, sino que las alucinaciones provocadas por el plomo podrían ser la fuente directa de las monstruosas figuras que habitan los muros de la Quinta del Sordo. El autor de las ‘pinturas negras’ podría haber estado pintando, literalmente, lo que su cerebro envenenado le hacía ver.

EL BLANCO DE PLOMO: EL PIGMENTO QUE LE DIO LUZ Y LE QUITÓ EL OÍDO

El principal sospechoso de esta historia es un pigmento llamado blanco de plomo. Era el blanco más luminoso, cubriente y estable de la época, imprescindible en la paleta de cualquier maestro para dar luz a los rostros, modular los colores y crear volúmenes. Para el retratista de la corte, era una herramienta esencial, ya que el albayalde era la base de casi todas las mezclas de color en la pintura al óleo hasta bien entrado el siglo XIX.

El problema es que Goya, como todos los artistas de su tiempo, estaba expuesto a este veneno de forma continua y sin ninguna protección. Lo inhalaba al raspar los pigmentos secos, se manchaba las manos con él e incluso hay quien sugiere que se llevaba los pinceles a la boca para afilarlos. Esta exposición diaria y prolongada durante décadas habría provocado una acumulación de plomo en su organismo, en un envenenamiento lento y silencioso que acabó manifestándose de la forma más brutal en 1792.

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REESCRIBIENDO LA HISTORIA DE UN GENIO INCOMPRENDIDO

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Esta perspectiva no le resta ni un ápice de genialidad al maestro pintor; al contrario, la engrandece. Nos presenta a un Goya que no solo luchaba contra la frustración del aislamiento, sino contra un enemigo físico que atacaba su cuerpo y su mente desde dentro. Su capacidad para seguir creando obras maestras en medio de ese calvario físico y neurológico es, si cabe, más admirable, pues su genio creativo se impuso a un envenenamiento que habría destruido a cualquier otra persona.

Así, la figura de Francisco de Goya se vuelve todavía más compleja y trágica. El mismo material que le permitía capturar la luz en los vestidos de una duquesa era el que le sumía en la más profunda oscuridad. La historia de su sordera deja de ser un enigma médico para convertirse en una terrible paradoja: la de un artista envenenado por su propio arte. Quizás la gran ironía es que su mayor don fue también el origen de su mayor sufrimiento, un tormento que supo transformar en un legado eterno.

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