El pueblo de Extremadura donde se come el mejor jamón del mundo, según los japoneses: «Vienen aquí en peregrinación solo a probarlo»

• La clave del éxito reside en la dehesa, la cría en libertad del cerdo ibérico y un proceso de curación artesanal transmitido durante generaciones.
• El turismo gastronómico está transformando la región, atrayendo a visitantes que buscan una experiencia auténtica más allá del producto final.

Pocos saben que en Extremadura existe un lugar que los gastrónomos más exigentes del planeta han marcado en rojo en sus mapas. No es una gran capital ni un destino de playa, sino un pequeño pueblo donde se produce algo cercano a la perfección. Olvídate de todo lo que creías saber, porque los viajeros japoneses lo consideran la meca mundial del jamón ibérico de bellota y acuden en un silencioso peregrinaje. ¿Qué han descubierto ellos que nosotros todavía ignoramos?

Pero, ¿qué tiene este rincón del sur de Badajoz para desatar semejante devoción a más de diez mil kilómetros de distancia? La respuesta no está en guías de viaje ni en campañas de marketing, sino en el susurro del viento entre las encinas. Y es que más allá del sabor, su fama ha traspasado fronteras hasta convertirse en un destino de culto para quienes buscan la autenticidad en su estado más puro, una experiencia que va directa al alma.

¿QUÉ TIENE ESTE RINCÓN PERDIDO PARA ENAMORAR A MEDIO MUNDO?

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Imagínate un paraíso natural donde el tiempo parece haberse detenido. Hablamos de la dehesa, un paisaje único en el mundo que define la esencia de esta tierra de conquistadores. Aquí, el cerdo ibérico de pura raza vive en libertad alimentándose de bellotas durante la montanera, lo que le confiere a su carne unas propiedades organolépticas inigualables. Es la perfecta simbiosis entre animal y naturaleza, el primer paso de un largo y cuidado proceso.

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Ese edén tiene un epicentro: Monesterio. Este municipio, puerta de entrada a Andalucía por la Vía de la Plata, ha sabido custodiar como nadie el legado de sus antepasados. No es casualidad que su nombre resuene con fuerza, pues este pueblo es conocido como la cuna del jamón ibérico gracias a sus condiciones climáticas perfectas, con inviernos fríos y secos y veranos suaves que garantizan una curación lenta y natural en sus secaderos.

LA PEREGRINACIÓN GASTRONÓMICA QUE NADIE ESPERABA

Puede parecer una excentricidad, pero tiene todo el sentido del mundo. La cultura japonesa profesa una veneración casi sagrada por los productos de máxima calidad y los procesos artesanales. Por eso, no es de extrañar que los japoneses valoran la pureza y la calidad artesanal del producto por encima de todo, reconociendo en el ibérico de bellota extremeño un tesoro gastronómico a la altura de sus mejores manjares. Para ellos, no es solo comida, es arte.

Su viaje no es un simple tour turístico. Los visitantes asiáticos que llegan a la campiña extremeña no se conforman con sentarse en un restaurante a degustar una ración. Van mucho más allá, pues buscan vivir la experiencia completa desde ver los cerdos en el campo hasta la visita a los secaderos, donde aprenden los secretos del salado, el secado y la maduración de la mano de los maestros jamoneros. Quieren entender el porqué de esa excelencia.

MÁS ALLÁ DEL JAMÓN: UN TESORO POR DESCUBRIR

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Creer que todo empieza y acaba en el jamón sería un error imperdonable. La gastronomía de la región es un cofre lleno de joyas esperando a ser descubiertas por los paladares más curiosos. En esta tierra fértil, la Torta del Casar, el Pimentón de la Vera o los vinos de la Ribera del Guadiana complementan una oferta culinaria excepcional, creando una sinfonía de sabores robustos y auténticos que hablan del carácter de su gente y de su historia.

Además, el viaje se enriquece con un patrimonio monumental y natural que deja sin aliento. A pocos kilómetros, pueblos blancos de Badajoz como Jerez de los Caballeros o Zafra invitan a perderse por sus calles cargadas de historia. Y es que la Sierra de Tentudía ofrece rutas de senderismo y paisajes sobrecogedores que son el contrapunto perfecto al placer gastronómico, demostrando que esta escapada es una experiencia para todos los sentidos.

EL SECRETO ESTÁ EN LA PACIENCIA (Y EN LAS BELLOTAS)

Todo comienza con la montanera, ese periodo mágico entre otoño e invierno en el que los cerdos campan a sus anchas por la dehesa. Es una estampa bucólica que esconde la clave de todo. Durante meses, la bellota se convierte en el alimento casi exclusivo del animal, aportando el ácido oleico que hace su grasa tan saludable y su sabor tan especial. Es la naturaleza, sin artificios, la que dicta la calidad final de cada pieza.

Después llega el turno de la sabiduría humana, un conocimiento transmitido de padres a hijos. En los secaderos, el silencio solo es roto por el trabajo meticuloso de los maestros jamoneros. La curación puede durar más de tres o cuatro años, un tiempo en el que la paciencia y el control preciso de la temperatura y la humedad son fundamentales para que cada jamón desarrolle sus aromas y matices únicos. No hay atajos ni prisas, solo respeto por la tradición.

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¿SE CONVERTIRÁ EL JAMÓN EN EL NUEVO SUSHI?

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La pregunta flota en el aire de las bodegas y secaderos de la comarca. A medida que el «turismo del jamón» crece, el reto es mayúsculo. ¿Cómo gestionar este éxito sin perder la esencia que lo hace único? La clave, según los productores locales, es mantener la autenticidad y la sostenibilidad del modelo productivo para no morir de éxito, evitando la masificación y protegiendo a toda costa el ecosistema de la dehesa extremeña que es la base de todo.

Al final, quizás la historia de este rincón de Extremadura y su conexión con Japón no sea tan extraña. Ambas culturas comparten un profundo respeto por el producto, por el tiempo y por el legado de los ancestros. Y mientras un cerdo ibérico siga paseando libre bajo una encina, el mejor jamón del mundo seguirá siendo un tesoro custodiado en el corazón de la península, esperando a aquellos que saben que las mejores cosas de la vida no se pueden fabricar, solo se pueden crear.

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