Encontrar el pueblo perfecto para exprimir los últimos días de verano se convierte, a menudo, en una quimera que mezcla el anhelo de montaña con la necesidad de autenticidad. Sin embargo, en el corazón de Cantabria, justo donde la tierra se eleva para formar los majestuosos Picos de Europa, existe un lugar que responde a esa llamada con una contundencia abrumadora. Potes no es solo un destino, es un campamento base para el alma, un punto de partida y de regreso donde cada jornada de esfuerzo físico en la naturaleza encuentra su recompensa en una gastronomía honesta y poderosa. Es el enclave ideal para despedir la estación estival, con la luz dorada de septiembre tiñendo sus calles empedradas y sus puentes medievales.
La magia de este rincón lebaniego reside en su dualidad, en esa capacidad para ser a la vez un refugio de paz y un hervidero de actividad. Aquí, el silencio de las cumbres cercanas contrasta con el murmullo animado de sus terrazas al atardecer, donde se relatan las hazañas del día. Este pueblo cántabro invita a calzarse las botas de montaña al alba y a desabrocharlas al mediodía frente a un plato humeante, encarnando a la perfección la promesa de una recompensa que satisface tanto el cuerpo como el espíritu. La propuesta es sencilla pero imbatible: una inmersión en uno de los paisajes más sobrecogedores de España, seguida de un homenaje culinario que reconcilia con la vida.
POTES PUEBLO DE EUROPA: LA PUERTA DE ENTRADA A UN PARAÍSO NATURAL
La llegada a Potes produce un impacto visual inmediato, una sensación de haber cruzado un umbral hacia otra época. El vehículo serpentea por carreteras que anuncian la grandiosidad del entorno y, de repente, emerge el núcleo urbano, abrazado por la confluencia de los ríos Quiviesa y Deva. La Torre del Infantado, robusta y vigilante, domina el conjunto arquitectónico, un decorado medieval que parece anclado en un tiempo ajeno a las prisas. Cruzar el puente de San Cayetano o el de la Cárcel es el primer rito ineludible del visitante, un paseo que permite asimilar la belleza de sus casonas con balconadas de madera repletas de flores y sentir el latido de un lugar forjado por siglos de historia.
Más allá de su estampa de postal, Potes ejerce como la capital indiscutible de la comarca de Liébana, y esa responsabilidad impregna el ambiente. Sus calles no son solo un escenario para el turista, sino el centro neurálgico donde convergen los habitantes de los valles circundantes. Aquí se siente el carácter de un pueblo que ha sido cruce de caminos y mercado tradicional, el corazón que bombea vida a todos los valles circundantes. Es esa mezcla de autenticidad y vocación de acogida lo que lo convierte en el punto de partida ideal, un lugar donde planificar la aventura del día siguiente mientras se disfruta del presente más absoluto.
RUTAS PARA TODOS LOS NIVELES: EL SENDERISMO COMO PRETEXTO
La mayor virtud de Potes como base de operaciones es su capacidad para democratizar el acceso a los Picos de Europa. No hace falta ser un alpinista consumado para sentir la inmensidad de la montaña, ya que existen opciones para todos los públicos accesibles desde este pueblo de montaña. La más célebre es, sin duda, la que ofrece el teleférico de Fuente Dé, que en apenas cuatro minutos salva un desnivel de 753 metros y sitúa al viajero en un paisaje casi lunar. Desde la estación superior, una inmersión controlada en la inmensidad de la cordillera Cantábrica, se puede emprender una suave ruta de descenso por los Puertos de Áliva, un camino cómodo y mayoritariamente cuesta abajo que regala vistas espectaculares sin exigir un esfuerzo sobrehumano.
Para los que buscan un desafío mayor, las posibilidades son prácticamente infinitas, y es ahí donde Potes demuestra de nuevo su valía estratégica. Desde aquí se pueden planificar ascensiones a cumbres emblemáticas o recorridos más exigentes por los macizos Central y Oriental. La idea de emprender una larga caminata por el Cares o por los valles de Valdeón cobra un sentido especial al saber que, al final de la jornada, no espera un lugar anodino, sino el regreso al abrigo del pueblo al caer la tarde. La fatiga se disipa al pensar en la recompensa, sabiendo que un merecido descanso y una cena contundente aguardan, convirtiendo el esfuerzo en parte de un ciclo de disfrute perfectamente equilibrado.
EL RITUAL DEL COCIDO LEBANIEGO: CUCHARA Y PACIENCIA
Hablar de la gastronomía de Potes es hablar, con letras mayúsculas, de su plato insignia: el cocido lebaniego. Quien piense que se trata de una simple comida, se equivoca; es una ceremonia, un ritual que conecta directamente con la esencia de la tierra y sus gentes. Elaborado con los pequeños y mantecosos garbanzos de la zona, berza, y un compendio de productos de la matanza que incluye chorizo, morcilla, tocino y carne de vacuno, su secreto reside en la calidad de la materia prima y en una cocción lenta y esmerada. Se sirve tradicionalmente en tres vuelcos: primero la sopa de fideos, después los garbanzos con las verduras y, finalmente, las carnes, conocidas como el «compango».
Consumir este manjar es una experiencia que trasciende lo puramente alimenticio, un plato que exige calma y se disfruta sin mirar el reloj. No se puede comprender la esencia de este pueblo sin sentarse a la mesa de uno de sus restaurantes tradicionales y rendirle el debido tributo a esta herencia culinaria transmitida de generación en generación. Es la recompensa perfecta tras una mañana de caminata, la energía que el cuerpo pide y el alma agradece. Acompañado de un buen vino de la región y culminado con los postres típicos, como la canóniga o el arroz con leche, el cocido lebaniego justifica por sí solo el viaje a esta comarca cántabra.
EL ALMA DE LIÉBANA EN UNA COPA: EL SECRETO DEL ORUJO
Si el cocido es el rey de la mesa, el orujo es el espíritu que habita en el alma de Liébana. La tradición de destilar el aguardiente a partir del bagazo de la uva se remonta a siglos atrás, y es aquí, en los valles que rodean Potes, donde esta práctica alcanza su máxima expresión. La Fiesta del Orujo, que se celebra en noviembre, es el mejor exponente de su importancia cultural, un evento que atrae a miles de personas para presenciar el encendido de las alquitaras y degustar la bebida espirituosa que define a este pueblo y su comarca. Pasear por la villa y ver las tiendas especializadas que ofrecen este producto en todas sus variantes es parte del encanto local.
El orujo no es solo una bebida, es el punto final de cualquier celebración gastronómica que se precie, el broche de oro líquido para una jornada gastronómica memorable. Se presenta en su versión blanca, potente y seca; en el popular té de puerto, una infusión con hierbas aromáticas; o en forma de crema, más suave y dulce, ideal para los paladares menos acostumbrados a su intensidad. Probar un «chupito» tras el contundente cocido no es solo una costumbre digestiva, es un gesto de hospitalidad en cualquier bar del pueblo, un brindis que sella la conexión del visitante con el carácter recio y a la vez acogedor de esta tierra indómita.
MÁS ALLÁ DEL PLATO Y LA MOCHILA: EL ENCANTO DE PASEAR SIN RUMBO
Aunque las rutas de montaña y la gastronomía son los pilares de una visita a Potes, el verdadero encanto del lugar se descubre a menudo cuando se guarda el mapa y se aparcan los planes. Perderse por su laberíntico casco antiguo es una delicia que revela detalles a cada paso, desde un escudo nobiliario tallado en la piedra de una fachada hasta el colorido de las flores que adornan un balcón de madera. Es en esos paseos sin rumbo fijo, descubriendo rincones que no aparecen en ninguna guía turística, donde se capta la verdadera atmósfera del lugar, escuchando tan solo el sonido del agua del río fluyendo bajo los puentes.
Al caer la tarde, cuando la luz se vuelve más cálida y las sombras se alargan, la vida de este pueblo late con más fuerza si cabe. Las terrazas se llenan, las tiendas de productos locales exhiben sus quesos, embutidos y mieles, y el aire se carga de una mezcla de conversación y satisfacción. Es en ese momento, con el recuerdo de las cumbres en la retina y el sabor del orujo aún en el paladar, cuando uno comprende por qué Potes es el destino perfecto. No es solo un lugar bonito, es una estampa que resume la esencia de una escapada perfecta, un refugio donde despedir el verano se convierte en el mejor de los planes posibles.