Hubo un tiempo en que los sábados por la mañana no eran para dormir hasta tarde, sino para sintonizar TVE y ver La Bola de Cristal. Aquel no era un programa infantil al uso; era una anomalía, un artefacto cultural que se coló en nuestras casas para dinamitarlo todo desde dentro. Se presentaba como un espacio para niños y jóvenes, pero en realidad, este programa fue una brillante y subversiva lección de vida que nos enseñó a pensar por nosotros mismos. Fue la banda sonora y el manual de instrucciones de una generación que despertaba a un país en plena ebullición creativa, la España de la Movida.
Quienes fuimos abducidos por su universo nos convertimos en 'electroduendes' para siempre. No éramos meros espectadores; éramos cómplices de un experimento televisivo irrepetible, una cápsula del tiempo que, vista hoy, parece casi inverosímil. ¿Un programa infantil que hablaba de política, criticaba el consumismo y nos ponía videoclips de los grupos más transgresores del momento? Sí, existió. Y no fue un sueño, porque el espacio de Lolo Rico demostró que se podía entretener a los más jóvenes tratándolos como seres inteligentes y críticos. Sigue leyendo y redescubre por qué este show cambió las reglas del juego para siempre.
LA MOVIMIENTA QUE SE COLÓ EN LA TELEVISIÓN PÚBLICA
Para entender la existencia de La Bola de Cristal hay que viajar a los años 80. España vivía una resaca de libertad tras décadas de dictadura, y la Movida Madrileña era el epicentro de una explosión cultural sin precedentes. La creatividad lo inundaba todo: la música, el cine, el arte y, por supuesto, la televisión. En ese caldo de cultivo nació este programa, ideado por la visionaria Lolo Rico, una mujer que entendió que los niños no eran tontos y que merecían una televisión a la altura de su inteligencia.
Aquel show de TVE era, en esencia, la Movida empaquetada y servida para el desayuno del sábado. Era un reflejo de su tiempo, un fanzine audiovisual donde cabía todo lo que estaba pasando en la calle. No tenía miedo a ser diferente, a ser raro, a ser incorrecto. Mientras otros espacios infantiles se centraban en la pedagogía más clásica, La Bola de Cristal apostaba por el pensamiento crítico, porque su objetivo no era adoctrinar, sino proporcionar herramientas para que cada uno construyera su propia opinión sobre el mundo. Era, en sí mismo, un acto de rebeldía emitido en horario protegido.
¡VIVA EL MAL, VIVA EL CAPITAL!: LOS ELECTRODUENDES AL PODER
Si algo definió la personalidad del programa fueron sus personajes. Olvidaos de los muñecos tiernos y amables. Aquí teníamos a los Electroduendes: la Bruja Avería, el Hada Vídeo, Maese Sonoro y Maese Cámara. Eran unos seres anárquicos, con estética punk y un discurso afilado como una cuchilla. Y entre todos ellos, reinaba la gran Bruja Avería, un icono contracultural que, con su pelo alborotado y su verborrea incesante, se convirtió en la voz crítica del sistema. Ella fue el alma de La Bola de Cristal.
Sus lemas, que hoy serían impensables en un programa infantil, se grabaron a fuego en nuestro ADN. "¡Qué mala soy y qué bien me lo paso!", "¡Viva el mal, viva el capital!" o "Solo no puedes, con amigos sí". Eran frases que, bajo una apariencia gamberra, escondían una profunda crítica social. Nos hablaban de la alienación del consumismo, del poder de la amistad y de la importancia de cuestionar la autoridad, ya que estos electroduendes eran una metáfora de la rebeldía juvenil contra un sistema que nos quería sumisos y obedientes.
ALASKA: LA REINA DE HIELO QUE NOS GUÍA EN EL LABERINTO
Y como maestra de ceremonias de todo este caos organizado, una figura icónica: Olvido Gara, Alaska. Con su estética gótica, su melena negra y su actitud distante pero magnética, era la suma sacerdotisa de la modernidad. Alaska no era una presentadora infantil al uso; era la hermana mayor que todos queríamos tener, la que nos descubría la música que molaba y nos hablaba sin condescendencia. Ella era el pegamento que unía el mundo de los Electroduendes con la realidad cultural del momento, haciendo de La Bola de Cristal un espacio único.
El programa estaba estructurado en diferentes secciones, como las páginas de una revista. Teníamos "La Cuarta Parte", presentada por Javier Gurruchaga, que era un delirio surrealista; teníamos series clásicas como "La pandilla" o "Embrujada", y teníamos, por supuesto, una avalancha de videoclips. Esta mezcla, aparentemente caótica, tenía un propósito muy claro. El icónico programa de la movida madrileña nos enseñó a disfrutar de la cultura sin prejuicios, porque su formato de collage nos expuso a referentes culturales muy diversos, desde el cine clásico hasta la vanguardia musical.
LA BANDA SONORA QUE DEFINIÓ A UNA GENERACIÓN
La música no era un mero acompañamiento; era el corazón de La Bola de Cristal. Por su plató pasaron, literalmente, todos los grandes nombres de la escena musical española de los 80. No solo Alaska y Dinarama, cuya sintonía "Abracadabra" es un himno generacional. Hablamos de Radio Futura, Loquillo y los Trogloditas, Gabinete Caligari, Nacha Pop, Kiko Veneno… La lista es interminable. Era el mejor programa musical de la televisión, camuflado en un formato infantil.
Para muchos de nosotros, este espacio musical fue nuestra primera escuela de rock. Descubrimos guitarras afiladas, letras inteligentes y actitudes desafiantes. Los videoclips, a menudo de bajo presupuesto pero rebosantes de imaginación, eran ventanas a un universo sonoro que nos formó el gusto para el resto de nuestras vidas. En un panorama televisivo dominado por canciones infantiles almibaradas, este programa se atrevió a ofrecernos la mejor música del momento, tratándonos como oyentes adultos y sofisticados, y ese fue uno de sus mayores aciertos.
EL LEGADO DE UN PROGRAMA QUE HOY SERÍA IMPOSIBLE
La pregunta es inevitable: ¿podría existir un programa como La Bola de Cristal en la televisión actual? La respuesta, muy probablemente, es un no rotundo. En una era de corrección política, de control parental extremo y de miedo a la polémica, un formato tan libre y crítico sería inviable. Sería cancelado a la segunda emisión por alguna asociación de padres o por presiones políticas. Y eso, precisamente, es lo que lo convierte en un tesoro aún más valioso.
Aquel formato televisivo nos recuerda que hubo un tiempo en que la televisión pública se atrevía a arriesgar, a experimentar y a confiar en la inteligencia de su audiencia. El legado de La Bola de Cristal no está solo en la nostalgia, en las risas o en las canciones. Su verdadera huella está en la actitud que nos inculcó. Nos enseñó a no tragar con todo, a mirar detrás de las cortinas y a construir nuestro propio criterio. Nos hizo sentir parte de algo importante. Y es que ser un 'electroduende' no era solo una etiqueta divertida; era, y sigue siendo, una declaración de principios.