Visitar Hondarribia es asomarse a una de las postales más perfectas y coloridas de toda la costa vasca. Este pueblo fronterizo, bañado por las aguas de la bahía de Txingudi y vigilado por la silueta de Francia al otro lado, es un imán para quienes buscan belleza, historia y, sobre todo, una gastronomía que roza lo celestial. Sus calles empedradas y sus casas de pescadores con balcones repletos de flores son famosas en todo el mundo. Pero, ¿y si el verdadero secreto para vivir su esencia no estuviera a la vista de todos?
Existe un rumor, una confidencia que se pasa en voz baja entre los locales y que un conocido chef de la zona nos confirma con una sonrisa cómplice. El alma de Hondarribia tiene un epicentro gastronómico, un lugar exacto donde la tradición y la vanguardia se dan la mano con el salitre del Cantábrico como testigo. No se trata de un restaurante con estrellas, sino de una calle entera, porque aquí los pintxos son una religión que se oficia en cada barra con una devoción casi sagrada. Sigue leyendo, porque te vamos a desvelar el nombre de esa calle y las paradas obligatorias que convertirán tu escapada a Gipuzkoa en una experiencia inolvidable.
DOS ALMAS EN UN SOLO PUEBLO: LA MURALLA Y EL MAR
Lo primero que sorprende de Hondarribia es que son dos pueblos en uno. Por un lado, está el casco antiguo, la parte alta, un laberinto de calles empedradas protegido por una imponente muralla medieval. Pasear por aquí es un viaje en el tiempo. Cada esquina revela un palacio renacentista, una casa blasonada o una plaza silenciosa como la Plaza de Armas, donde el Parador se levanta sobre un antiguo castillo. Es la Hondarribia solemne, histórica, donde la piedra centenaria te susurra historias de batallas, reyes y asedios pasados. Un lugar para caminar despacio y dejarse impregnar por la historia.
Pero si desciendes hacia el mar, el escenario cambia por completo. Llegas al barrio de La Marina, el antiguo barrio de los pescadores, y el color estalla. Es la otra cara de Hondarribia, la más vibrante y bulliciosa. Sus casas tradicionales, con sus fachadas pintadas de vivos colores y sus balcones de madera engalanados con geranios, son su seña de identidad. Aquí el ambiente es diferente, más relajado y popular, porque la vida de este barrio gira en torno al puerto, al olor a salitre y a la alegría de sus terrazas. Es el corazón latente del pueblo, donde la vida social y gastronómica alcanza su máxima expresión.
EL SECRETO DEL CHEF: LA CALLE DONDE EMPIEZA TODO
Y es precisamente en el corazón de La Marina donde se encuentra el secreto que nuestro chef nos ha desvelado. Cuando le pides que se moje, no duda. «Olvídate de buscar, ve directo a la calle San Pedro». Esta es la arteria principal del barrio, una hilera de casas de colores que es un auténtico hervidero de vida y el epicentro del «poteo» y el buen comer. Aquí, la concentración de bares de pintxos de altísima calidad por metro cuadrado es simplemente apabullante, creando una ruta gastronómica natural que es un paraíso para cualquier aficionado a la buena mesa.
Lo que hace única a esta calle no es solo la comida, sino el ambiente. Es un lugar donde se mezclan los hondarribitarras con los visitantes en una armonía perfecta. El murmullo de las conversaciones, el chocar de los vasos de txakoli y el ir y venir de gente de barra en barra crean una energía contagiosa. Especialmente al atardecer, porque la brisa marina que sube desde el puerto se mezcla con los aromas que escapan de las cocinas, convirtiendo un simple paseo en una experiencia sensorial completa que define la esencia de este pueblo marinero de Gipuzkoa.
PRIMERA PARADA OBLIGATORIA: LA REVOLUCIÓN EN UN BOCADO
Nuestra ruta por la calle San Pedro tiene que empezar en un templo. Hablamos del Bar Gran Sol, un local que ha elevado el pintxo a la categoría de arte y que acumula premios nacionales por sus creaciones. No te dejes engañar por su aspecto de bar tradicional; su barra es una vitrina de vanguardia. Aquí, la visita a Hondarribia adquiere un nuevo nivel. Olvida la tortilla de patata y prepárate para la sorpresa, ya que sus pintxos son pequeñas obras de ingeniería gastronómica que juegan con texturas, sabores y presentaciones, demostrando que la alta cocina cabe en un pequeño bocado.
Hay dos creaciones que no puedes perderte bajo ningún concepto. La primera es su famoso «Huevo Mollete», una esfera crujiente que, al romperse, libera una yema líquida sobre un lecho de migas con hongos y jamón. Es una explosión en la boca. La segunda es el «Falso Risotto de Idiazabal», una genialidad elaborada con pasta puntalette y una crema del icónico queso vasco que es pura adicción. Probar estas delicias es entender por qué la gastronomía de Hondarribia es un referente en todo el País Vasco y más allá.
SEGUNDA PARADA: LA TRADICIÓN QUE NUNCA FALLA
Después de la vanguardia del Gran Sol, nuestra segunda parada en esta ruta por Hondarribia busca la raíz, la esencia del pintxo de toda la vida. Y para eso, hay que caminar unos metros hasta el Itxaropena Taberna. Este es el contrapunto perfecto. Un bar más pequeño, familiar, sin premios rimbombantes pero con un alma que enamora. Aquí el protagonista absoluto es el producto, tratado con un respeto reverencial. Es el tipo de sitio donde los arrantzales (pescadores) de verdad pararían a tomar algo.
La barra del Itxaropena es un homenaje a la sencillez bien entendida. No busques esferificaciones ni espumas. Busca una antxoa perfecta, una gilda con el punto exacto de picante o unas setas a la plancha en temporada que saben a gloria. Aquí el lujo es la calidad de la materia prima, porque sus pintxos se basan en la excelencia del producto local, desde el pescado fresco del día hasta las verduras de la huerta. Es el sabor auténtico, sin artificios, el que te reconcilia con la cocina de siempre y te demuestra que, a veces, menos es mucho más.
MÁS ALLÁ DEL PINTXO: EL ATARDECER QUE NO OLVIDARÁS
Cuando crees que la experiencia en la calle San Pedro ha tocado techo, llega el atardecer. Es entonces cuando este rincón de Hondarribia despliega su último truco de magia. Busca una terraza, pide un último txakoli y simplemente, observa. La luz dorada del final del día baña las fachadas de colores, creando una paleta cromática de una belleza irreal. El ambiente se vuelve más tranquilo, más melancólico, y la bahía de Txingudi se convierte en un espejo líquido.
Desde aquí, la vista es un privilegio. Ves las luces de la vecina Hendaya empezar a parpadear en la costa francesa, los barcos regresar lentamente a puerto y la silueta del monte Larrun recortada contra el cielo anaranjado. Es en ese preciso instante cuando entiendes que tu visita a Hondarribia ha sido mucho más que un tour gastronómico. Ha sido una inmersión en un modo de vida, una lección sobre cómo disfrutar de las pequeñas cosas. Te das cuenta de que la belleza de este pueblo reside en su capacidad para ofrecer momentos de pura felicidad sin esfuerzo, y ese recuerdo, como el sabor de un buen pintxo, se queda contigo para siempre.