Especial 20 Aniversario

El secreto mejor guardado de la Costa Brava: descubre el pueblo de calas turquesas que los locales no quieren compartir

Hay un rincón de la Costa Brava que los locales susurran pero no gritan, un tesoro que intentan proteger del turismo de masas con un celo casi protector. No es Cadaqués, ni Tossa de Mar. Es un lugar que combina la majestuosidad de un pueblo medieval colgado de una colina con el secreto de unas calas que parecen robadas al Caribe. Lo que muchos no imaginan es que el verdadero tesoro del litoral de Girona no está en los lugares que anuncian las guías, ya que este pueblo medieval colgado de una colina es la puerta de entrada a un paraíso de aguas turquesas, un secreto celosamente guardado que se despliega a sus pies. ¿Te atreves a descubrirlo?

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Olvídate de las playas kilométricas y los paseos marítimos abarrotados. Este no es un destino para cualquiera; es una recompensa para el explorador, para el que está dispuesto a caminar un poco más para encontrar la belleza en estado puro. La magia de este paraíso ampurdanés reside en sus rincones escondidos, en el contraste brutal entre el verde de los pinos y el azul irreal del mar. Este rincón de la Costa Brava es una cura de humildad, pues Begur y sus calas son un desafío contra el turismo de masas, una invitación a perderse, a desconectar y a entender por qué algunos secretos merecen ser guardados.

EL VIGÍA DE PIEDRA QUE ESCONDE EL TESORO

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Antes de lanzarte a la conquista de sus calas, tienes que rendirle pleitesía al pueblo. Begur es el corazón y el alma de esta zona de la Costa Brava. A diferencia de otros pueblos costeros, su centro histórico no está a pie de mar, sino encaramado en lo alto de una colina, como un vigía que otea el horizonte. Esta disposición le confiere un carácter único y una perspectiva privilegiada. No es solo un lugar de paso, ya que el pueblo en sí es un laberinto de calles empedradas y casas de indianos que merece una exploración pausada, un viaje en el tiempo antes de descender al mar.

El legado de los «americanos», aquellos que emigraron a Cuba e hicieron fortuna, es visible en cada rincón, con sus casonas señoriales de colores pastel y sus jardines exuberantes. Pero la verdadera joya de la corona es su castillo medieval en ruinas. Subir hasta él es un pequeño esfuerzo que tiene una recompensa descomunal. Es una de las joyas del Empordà, pues las vistas desde su castillo medieval ofrecen una panorámica de 360 grados que quita el aliento, permitiéndote divisar las islas Medes, el macizo del Montgrí y, por supuesto, el collar de calas que te esperan abajo.

AIGUABLAVA: LA PISCINA NATURAL QUE PARECE EL CARIBE

Empecemos por la más famosa, pero no por ello menos espectacular. Aiguablava es la postal perfecta de la Costa Brava. Su nombre, que en catalán significa «agua azul», no podría ser más descriptivo. Es una pequeña bahía de arena fina y blanca, resguardada del viento y con unas aguas tan cristalinas y de un color turquesa tan intenso que te costará creer que no estás en una isla tropical. Es un lugar que enamora a primera vista. A pesar de su fama, ya que su poca profundidad y su calma la convierten en una piscina natural perfecta para familias y para practicar snorkel, sigue manteniendo un aire de exclusividad y belleza que desarma.

El entorno es tan impresionante como el agua. La cala está rodeada de un frondoso pinar que llega casi hasta la orilla, salpicado de rocas y algunas casas señoriales que se asoman al mar. A un lado, el Parador Nacional de Aiguablava, un mirador de lujo sobre la bahía. El truco para disfrutarla en plenitud es ir a primera hora de la mañana o al atardecer, cuando la luz es mágica y la afluencia de gente menor. La visita a este rincón de la costa catalana es obligada, porque el contraste entre el verde de los pinos y los infinitos tonos de azul del mar crea una paleta de colores inolvidable, una imagen que se te quedará grabada para siempre.

SA TUNA: DONDE EL TIEMPO SE DETUVO EN UNA POSTAL

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Si Aiguablava es la belleza sofisticada, Sa Tuna es el encanto rústico en su máxima expresión. Esta pequeña cala es, para muchos, la esencia pura de la Costa Brava. Para llegar hay que conducir por una carretera estrecha y sinuosa que ya es toda una declaración de intenciones: aquí no se llega por casualidad. Y de repente, aparece. Un puñado de antiguas casas de pescadores, blancas y con las puertas y ventanas pintadas de colores vivos, se agolpan frente a una pequeña playa de cantos rodados y barcas varadas en la arena. No es solo una playa, porque Sa Tuna es un viaje a un pasado marinero que se resiste a desaparecer, un rincón que ha sabido conservar su autenticidad a pesar del paso del tiempo.

El espacio es reducido, íntimo, casi familiar. Aquí el plan no es tanto tumbarse en la toalla como sentarse en el murete, observar el ir y venir de los barcos, explorar las formaciones rocosas que la flanquean o tomar algo en uno de sus pequeños restaurantes con vistas al mar. Desde aquí parte uno de los tramos más bonitos del Camí de Ronda, el que te lleva hasta la vecina cala de Aiguafreda. Este paraje de la costa de Cataluña es especial, ya que la atmósfera que se respira es de una calma y una sencillez que te atrapan al instante, un lugar donde el único ruido es el de las olas rompiendo suavemente contra las rocas.

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EL CAMINO SECRETO QUE UNE LAS CALAS: LA AVENTURA DE SA RIERA

Sa Riera es la más grande de las tres calas principales de Begur, y la que ofrece una cara un poco más «salvaje» y aventurera de la Costa Brava. Su nombre proviene del torrente que desemboca en ella, y tiene una amplia zona de arena dorada que la hace más cómoda para pasar el día. Pero su verdadero secreto no está en la playa principal, sino en los caminos que parten de ella. Sa Riera es el punto de partida perfecto para explorar a pie la riqueza de este tramo del litoral, porque el Camí de Ronda te permite descubrir calas escondidas e inaccesibles en coche como la Illa Roja o la Platja del Racó, una experiencia que te hace sentir un auténtico explorador.

El camino que va hacia el norte te lleva a la Illa Roja, una cala nudista icónica presidida por una enorme roca de color rojizo que le da nombre. Es una estampa de una belleza brutal. Si caminas hacia el sur, llegarás a la pequeña y solitaria cala de Sa Riera, un rincón de paz absoluta. Este lado de la Costa Brava es para los que no se conforman, para los que buscan algo más que una toalla en la arena. Porque aquí, ya que la recompensa de la caminata es un baño en aguas cristalinas en un entorno completamente virgen, caminar no es una obligación, sino el mayor de los placeres.

EL SECRETO QUE AHORA ES TUYO (Y QUE NO QUERRÁS CONTAR)

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Después de un día explorando este laberinto de calas, el regreso al pueblo de Begur al atardecer es el broche de oro. Las calles de piedra se tiñen de una luz dorada, las terrazas de la plaza se animan y el aire se llena del aroma de las buganvillas y el jazmín. Es el momento perfecto para cenar en uno de sus excelentes restaurantes, saboreando la gastronomía del Empordà y comentando las maravillas descubiertas. Esta escapada a Girona es de las que dejan huella, porque la combinación de patrimonio, naturaleza salvaje y gastronomía de primer nivel es difícil de superar, y te hace entender por qué esta zona enamora a todo el que la pisa.

Te irás de aquí con la sensación de haber sido admitido en un club exclusivo, de ser custodio de un secreto. Volverás a casa con la sal en la piel y el turquesa en la retina, con la certeza de que has descubierto uno de los lugares más especiales de todo el Mediterráneo. Y cuando alguien te pregunte por un lugar bonito en la Costa Brava, dudarás. Porque, por un lado, querrás gritar a los cuatro vientos la belleza de Begur. Pero, por otro, ya que una parte de ti querrá protegerlo, mantenerlo a salvo y guardarlo egoístamente para ti, entenderás por qué los locales, a veces, prefieren susurrar sus secretos en lugar de gritarlos.

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