En un rincón salvaje de la costa de Cantabria se produce un milagro que parece sacado de un documental de David Attenborough, un espectáculo que la mayoría cree reservado a barcos que se adentran en alta mar. Sin embargo, en un punto exacto de este litoral, el océano nos hace un regalo extraordinario. Lo que pocos saben es que es posible avistar rorcuales, las ballenas más grandes del planeta, a escasos metros de la orilla, un fenómeno que te deja sin palabras y te reconcilia con la naturaleza más pura. Sigue leyendo, porque este secreto a voces de la costa cántabra tiene una explicación científica y un lugar exacto que vas a querer visitar.
La idea de ver la silueta de un gigante marino emergiendo del agua mientras paseas por un acantilado suena a leyenda de pescadores, a una de esas historias que se cuentan en las tabernas de los puertos. Pero en este caso, la realidad supera a la ficción. El lugar clave es la Punta de San Antón, en Santoña, donde este fenómeno se debe a una combinación única de corrientes y una fosa marina que acerca su ruta migratoria a la costa. Este capricho de la geografía convierte a este paraíso verde en uno de los pocos lugares del mundo donde no necesitas prismáticos para sentirte insignificante ante la majestuosidad de la vida marina.
EL BALCÓN SECRETO SOBRE EL CANTÁBRICO
El escenario de este prodigio no es una playa de arena fina y sombrillas, sino un saliente rocoso, un balcón natural que se asoma con valentía al mar Cantábrico. La Punta de San Antón, a los pies del monte Buciero de Santoña, es un lugar de belleza agreste, azotado por el viento y perfumado por el salitre. Para llegar, hay que seguir un sendero que bordea la costa, un paseo que ya es un espectáculo en sí mismo. En este punto del litoral de Cantabria, es un saliente rocoso que se adentra en el mar, creando un mirador natural privilegiado sobre el golfo de Vizcaya, ideal para la observación.
Este enclave forma parte de un ecosistema de un valor incalculable. Justo detrás, se extiende el Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, uno de los humedales más importantes del sur de Europa. La conjunción del monte, el mar y la marisma crea un santuario de biodiversidad. Por eso, cuando te sientas en una roca a esperar, no solo buscas ballenas; estás en el epicentro de un hervidero de vida. La magia de la región cántabra reside en que la zona forma parte de una de las reservas naturales más importantes del norte de España, un lugar donde la tierra y el mar conviven en perfecta armonía.
GIGANTES EN EL PASILLO: ¿POR QUÉ AQUÍ?
La pregunta del millón es: ¿por qué pasan tan cerca? La respuesta está bajo el agua. Los rorcuales, especialmente el rorcual común (el segundo animal más grande del planeta) y, con muchísima suerte, el mítico rorcual azul, no se acercan por capricho. Siguen autopistas invisibles en su viaje migratorio hacia las frías aguas del norte, donde encuentran su alimento. La costa oriental de Cantabria es una de esas rutas, pero con una particularidad que lo cambia todo. En primavera, estos cetáceos siguen una ruta migratoria ancestral desde las aguas del sur hacia los mares del norte en busca de alimento.
El verdadero secreto geológico se llama Cañón de Santoña. Es una profunda fosa submarina, un valle sumergido que se aproxima de forma increíble a la costa, a diferencia de lo que ocurre en otros puntos del Cantábrico. Este cañón actúa como un embudo, concentrando el krill y otros pequeños organismos de los que se alimentan estos gigantes. Las ballenas, simplemente, siguen la comida. Esta peculiaridad de la geografía cántabra es la razón de todo, ya que la existencia de un profundo cañón submarino muy cerca de la costa obliga a los cetáceos a pasar inusualmente cerca de tierra firme.
GUÍA PARA EL CAZADOR DE BALLENAS (CON PRISMÁTICOS)
Si quieres probar suerte, la paciencia es tu mejor aliada. No estamos en un zoológico; esto es naturaleza en estado puro, impredecible y caprichosa. La mejor época para intentarlo es la primavera, coincidiendo con la migración hacia el norte. Lo primero que debes buscar en el horizonte no es un lomo, sino un «soplido», el chorro de vapor que expulsan al respirar y que puede alcanzar varios metros de altura. En este rincón de Cantabria, la primavera, especialmente los meses de marzo a mayo, es la ventana de oportunidad para presenciar este espectáculo, aunque no hay garantías.
Para la expedición, equípate bien. Unos buenos prismáticos son imprescindibles, aunque a veces no hagan falta. Ropa de abrigo, incluso en un día soleado, ya que el viento en el acantilado no perdona. Un termo con algo caliente y, sobre todo, una actitud de respeto absoluto. El silencio es fundamental para no alterar el entorno y para agudizar tus sentidos. Contemplar el paisaje de Cantabria es una gozada, pero recuerda que el silencio y el respeto por el entorno son fundamentales, ya que cualquier alteración puede asustar a los animales. Apaga el móvil, siéntate y limítate a observar el inmenso azul.
SANTOÑA: MUCHO MÁS QUE ANCHOAS Y BALLENAS
La aventura no termina en el avistamiento. Estás en Santoña, y eso son palabras mayores. Este pueblo de Cantabria es la cuna de uno de los manjares más exquisitos del mundo: la anchoa. Sería un delito no bajar al puerto, ver la llegada de los barcos, visitar una de las muchas conserveras artesanales y, por supuesto, entregarse al ritual de probarlas en cualquier bar. El mar que te regala la visión de las ballenas es el mismo que provee esta joya gastronómica. La visita a Santoña demuestra que la villa marinera de Santoña es famosa mundialmente por sus anchoas, una tradición artesanal que define su identidad.
Además, el entorno ofrece planes para todos los gustos. Puedes dar un paseo en barco por la bahía para ver los acantilados desde otra perspectiva, recorrer las marismas para observar miles de aves o subir a los fuertes napoleónicos que vigilan la entrada al puerto. La cercana playa de Berria es un paraíso para los surfistas y para quienes buscan un baño en aguas cristalinas. Este paraíso natural de Cantabria es un destino completo, porque las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel son un humedal de importancia internacional, un paraíso para los amantes de las aves.
LA MEMORIA DEL MAR EN LA TIERRUCA
La posibilidad de ver una ballena desde tierra es la excusa perfecta para descubrir esta zona, pero la experiencia va mucho más allá. Es el viento en la cara, el olor a mar, el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Es sentir la fuerza de una tierra, «la tierruca», que mantiene una relación íntima y a veces brutal con el océano. En este rincón de Cantabria, la experiencia de ver un ser vivo tan majestuoso en libertad te cambia la perspectiva y te reconecta con la naturaleza de una forma profunda y duradera. Te sientes pequeño, afortunado y profundamente vivo.
Incluso si ese día los gigantes deciden no aparecer, el viaje habrá merecido la pena. Te llevarás en la retina el verde intenso de los prados que mueren en el mar, el vuelo de los cormoranes y el sabor de las anchoas. Y quizás, mientras miras el horizonte, imagines ese lomo oscuro deslizándose bajo las olas, recordándote que ahí fuera, muy cerca, la vida sigue su curso monumental y salvaje. Porque la magia de Cantabria no reside solo en lo que ves, sino también en lo que sabes que está ahí, esperando el momento justo para mostrarse.