El café es mucho más que una simple bebida; es el motor de arranque de nuestras mañanas, la excusa perfecta para una charla y el compañero infalible de largas jornadas. Lo preparamos de mil maneras y lo consumimos casi por inercia, confiando en ese ritual que nos reconforta y nos activa. Pero, ¿y si te dijera que un detalle aparentemente insignificante, uno que pasas por alto cada día, podría estar saboteando sus beneficios e incluso tu salud? No, no hablamos del azúcar ni de la leche, sino de algo mucho más básico que lo cambia todo. De hecho, el secreto para disfrutarlo sin riesgos está en el termómetro. ¿A que nunca lo habías pensado?
Esa humeante taza que sostienes entre las manos esconde una ciencia delicada. Nos han enseñado que lo caliente es sinónimo de recién hecho, de calidad, pero la realidad es tozuda y bastante más compleja. Pocos saben que llevar esta bebida matutina a un calor extremo no solo quema nuestro paladar, impidiendo saborear sus complejos matices, sino que desencadena una reacción química indeseable. La clave, según los expertos, está en un umbral que muchos superamos sin darnos cuenta, ya que superar los 85 grados centígrados durante su preparación libera compuestos potencialmente nocivos. Sigue leyendo, porque lo que vas a descubrir cambiará para siempre tu forma de preparar este elixir negro.
1EL RITUAL DIARIO QUE PODRÍA ESTAR PASÁNDOTE FACTURA

Seamos sinceros: la preparación del café es un acto casi religioso para millones de personas en España. El sonido de la cafetera italiana, el aroma que inunda la cocina, la primera bocanada de calor… son pequeños placeres que nos anclan a la rutina. Nos obsesionamos con el origen del grano, la molienda perfecta o la cremosidad de la espuma, pero olvidamos un factor crucial que interactúa con todos ellos. Y es que ese gesto automático esconde una variable que casi nadie considera: la temperatura exacta del agua. Damos por sentado que «cuanto más caliente, mejor», un mantra popular que la ciencia se ha encargado de desmontar de forma rotunda.
Este error de concepto, transmitido de generación en generación, nos lleva a servirlo prácticamente hirviendo. Asociamos ese vapor intenso y esa sensación casi abrasadora en la lengua con la pureza y la potencia del brebaje, cuando en realidad es todo lo contrario. Un calor excesivo no solo «quema» los delicados aceites que le confieren su aroma y sabor, resultando en una bebida más amarga y plana, sino que además activa procesos químicos que deberíamos evitar, porque la costumbre de servirlo extremadamente caliente podría estar degradando sus propiedades y nuestra salud. Es hora de replantearse si esa taza humeante nos está haciendo un favor o pasándonos una factura silenciosa.