Especial 20 Aniversario

Esta es la montaña española más mortífera que el Everest

La montaña española más mortífera que el Everest no se alza imponente en los Pirineos ni desafía los cielos en Sierra Nevada, sino que emerge como un colmillo de roca en el corazón de los Picos de Europa. El Naranjo de Bulnes, o Picu Urriellu para los asturianos, es un monolito de caliza que, a pesar de su modesta altitud de 2.519 metros, ostenta un récord escalofriante, en una estadística que hiela la sangre, el número de víctimas mortales en proporción a los intentos de ascensión supera al del coloso del Himalaya. Esta afirmación, que puede parecer una hipérbole, se sustenta en la naturaleza misma de su desafío: aquí no se muere de mal de altura, se muere de verticalidad pura.

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En el imaginario colectivo, la peligrosidad de un pico parece estar directamente ligada a su tamaño, a esas cumbres que superan los ocho mil metros y que imponen un peaje fisiológico extremo. Sin embargo, a menudo olvidamos que el peligro no reside únicamente en la falta de oxígeno, sino en la pura verticalidad, la calidad de la roca y la imprevisibilidad del entorno. El Naranjo de Bulnes es el perfecto ejemplo de este paradigma, una fortaleza natural que exige una destreza técnica superlativa y donde el más mínimo error se paga con consecuencias irreversibles. Su leyenda negra no la han escrito las tormentas de nieve a gran altitud, sino los metros de vacío bajo los pies de los escaladores.

EL MITO DEL GIGANTE: ¿POR QUÉ EL TAMAÑO NO SIEMPRE IMPORTA?

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Cuando se piensa en el Everest, el peligro se asocia a un proceso largo y agónico, una lucha contra los propios límites del cuerpo en un ambiente hostil. La ascensión es una maratón de aclimatación, resistencia al frío extremo y supervivencia en la conocida como ‘zona de la muerte’, donde el cuerpo humano simplemente comienza a apagarse por la falta de presión y oxígeno. El riesgo es inmenso, pero es un riesgo, en cierto modo, predecible y dilatado en el tiempo. Cada paso es una batalla, pero la pared en sí misma, en sus rutas más comunes, no presenta la dificultad técnica extrema que define a nuestro protagonista asturiano.

En contraposición, el Naranjo de Bulnes presenta un desafío de naturaleza completamente distinta, una trampa mortal concentrada en la pura escalada. Aquí, la muerte no avisa con un lento deterioro físico, sino que llega de forma súbita y violenta. La dificultad no está en respirar, sino en mantenerse adherido a la pared, un error de cálculo, un agarre que cede o una piedra que se desprende, puede significar una caída fatal en cuestión de segundos. Esta montaña no pone a prueba la resistencia del organismo a la altitud, sino la pericia, la concentración y la fortaleza mental del escalador en cada movimiento, haciendo de cada ascensión un ejercicio de precisión absoluta.

LA LLAMADA DEL VACÍO: LA PARED OESTE Y SUS 200 METROS DE LEYENDA

El verdadero epicentro del mito del Picu Urriellu es, sin duda, su cara oeste. Un lienzo de caliza anaranjada de más de 500 metros de caída, con un tramo final de 200 metros que presenta un desplome que desafía la gravedad. Es aquí donde la montaña muestra su rostro más fiero e intimidante, una pared que no ofrece tregua, un escenario donde la técnica, la fuerza mental y la sangre fría son los únicos salvavidas posibles. Escalar esta pared es como danzar en el filo de la navaja, con cientos de metros de aire bajo los pies, sintiendo la exposición en cada poro de la piel y sabiendo que la red de seguridad es, únicamente, la propia habilidad.

Esta imponente pared vertical no es solo un desafío físico, sino una batalla mental contra el vértigo, la fatiga y el miedo que susurra desde el abismo. La sensación de exposición continua, de estar suspendido en la inmensidad, genera una presión psicológica que puede quebrar al escalador más experimentado. La leyenda negra de esta montaña se ha forjado en esta cara, en sus fisuras y desplomes, donde cada año decenas de cordadas ponen a prueba sus límites. Es la llamada del vacío, un imán para los amantes de las emociones fuertes que saben que enfrentarse a la oeste del Naranjo es entrar en una de las grandes catedrales de la escalada mundial.

UN CLIMA DE FURIA: LA TRAMPA METEOROLÓGICA DE LOS PICOS DE EUROPA

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Si la verticalidad es el principal verdugo del Naranjo de Bulnes, el clima es su cómplice más eficaz. Los Picos de Europa son conocidos por su meteorología traicionera y cambiante, capaz de transformar un día apacible en un infierno en cuestión de minutos. El famoso «orbayu» puede dar paso a tormentas eléctricas de una virulencia extrema o, peor aún, a la niebla, en cuestión de minutos, un sol radiante puede ser engullido por una niebla densa y húmeda que borra cualquier referencia visual. Esta niebla, que asciende desde los valles con una rapidez pasmosa, es una de las mayores trampas para los escaladores, desorientándolos por completo en mitad de la pared.

Cuando la meteorología se desata, la montaña se convierte en un enemigo activo y letal. La roca, ya de por sí exigente, se vuelve resbaladiza e impredecible con la lluvia. Además, el agua transforma la adherente roca caliza en una superficie traicionera, mientras que el descenso de las temperaturas puede llevar rápidamente a la hipotermia, incluso en pleno verano. La retirada se convierte entonces en una maniobra de alto riesgo, a veces más peligrosa que la propia ascensión. Esta dualidad de roca y clima es lo que convierte a esta montaña en un desafío tan complejo, donde no solo hay que vencer a la pared, sino también a los caprichos del cielo.

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PIONEROS Y TRAGEDIAS: HISTORIAS GRABADAS EN LA ROCA

La historia de la conquista del Naranjo de Bulnes está llena de épica y audacia. La primera ascensión, el 5 de agosto de 1904, por parte de Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, Marqués de Villaviciosa, junto al pastor Gregorio Pérez, «El Cainejo», es una de las mayores gestas del montañismo español. Fue una ascensión a pelo, sin las cuerdas y el material moderno, una gesta que se realizó sin los medios técnicos actuales, utilizando únicamente la astucia, la fuerza y un conocimiento profundo del terreno. Ellos abrieron la veda, demostrando que lo imposible podía ser vencido y convirtiendo a esta montaña en un objeto de deseo para generaciones futuras.

Sin embargo, la historia de esta montaña también está teñida de luto. La primera invernal a la cara oeste, protagonizada en 1973 por los legendarios alpinistas Ernesto Navarro y Josep Manuel Anglada, marcó un antes y un después. Pero son las historias de aquellos que no regresaron las que alimentan su leyenda negra. Cada vía, cada fisura, guarda el eco de hazañas y tragedias, su hazaña en la cara oeste no solo abrió una nueva era en el alpinismo español, sino que también selló su destino a la propia roca, dejando una leyenda imborrable. Esta montaña es un panteón de valientes, un lugar donde el triunfo y la fatalidad conviven en un equilibrio precario.

MÁS ALLÁ DEL ARNÉS: EL DESAFÍO MODERNO Y EL RESPETO A LA MONTAÑA

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En la actualidad, el Naranjo de Bulnes es más accesible que nunca. La información sobre sus vías es abundante y el material de escalada ha evolucionado de forma espectacular. Sin embargo, esta aparente facilidad es, paradójicamente, una nueva fuente de peligro. La aparente cercanía y la popularidad de sus rutas pueden crear una falsa sensación de seguridad, atrayendo a escaladores que subestiman la seriedad y el compromiso que exige su ascensión. Los equipos de rescate del GREIM de la Guardia Civil conocen bien esta realidad, realizando cada temporada decenas de intervenciones para socorrer a cordadas en apuros, muchas de ellas por una mala planificación o por subestimar a la montaña.

Por todo ello, enfrentarse al Picu Urriellu hoy en día requiere algo más que una buena forma física y un equipo de última generación. Exige, por encima de todo, respeto y humildad. Comprender que se está entrando en un terreno salvaje y soberano, donde las reglas las impone la naturaleza. El verdadero éxito no radica únicamente en alcanzar la cumbre, sino en comprender sus reglas, escuchar sus silencios y, sobre todo, saber cuándo es el momento de dar la vuelta. Porque la montaña siempre estará ahí, esperando, y la mayor victoria que un escalador puede obtener de esta imponente atalaya de roca es, sencillamente, volver para poder contarlo.

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