La relación entre el alcohol y el volante está llena de mitos, de frases hechas y de una peligrosa picaresca que todos hemos oído alguna vez en una sobremesa. «Yo controlo», «si es solo una cerveza», «por una no pasa nada». Son mantras repetidos hasta la saciedad, especialmente en esas primeras noches de verano con el carnet recién estrenado, cuando las llaves del coche en el bolsillo pesan como un trofeo a la libertad. Sin embargo, lo que muchos chavales y no tan chavales desconocen es que la ley no les trata igual que al resto. Detrás de esa aparente confianza, muchos conductores noveles desconocen que la tasa de alcoholemia permitida para ellos es mucho más dura. Un detalle que puede convertir una noche de celebración en una pesadilla legal y económica.
Esta diferencia no es un tecnicismo sin importancia; es una frontera que puede cruzarse con una facilidad pasmosa, casi sin darte cuenta. Y el problema es que la mayoría se entera de esta realidad en el peor momento posible: en medio de un control, con las luces azules parpadeando y el corazón en un puño. Porque para ese colectivo, el margen de error es mínimo, casi inexistente. La ley entiende que la inexperiencia es un factor de riesgo demasiado alto como para añadirle el efecto de las bebidas alcohólicas. Por eso, para los conductores noveles el margen legal es casi inexistente y la filosofía que se aplica es, en la práctica, la de la tolerancia cero. ¿Crees que conoces el límite? Sigue leyendo, porque es muy probable que te equivoques.
2LA LÓGICA DETRÁS DE LA DOBLE VARA DE MEDIR

¿Por qué esta distinción? ¿Es una medida discriminatoria o tiene una base sólida? La respuesta es clara: se fundamenta en la evidencia y en la prevención. Un conductor novel todavía está automatizando procesos que para uno experimentado son instintivos: el juego de embrague, el cálculo de distancias, la reacción ante un imprevisto. Su cerebro está trabajando a pleno rendimiento solo para manejar el vehículo de forma segura. Si a esa ecuación le añadimos los efectos del alcohol, por mínimos que sean (ralentización de reflejos, falsa sensación de seguridad, reducción del campo visual), el riesgo de accidente se multiplica de forma exponencial. La inexperiencia es un mal compañero de viaje para el consumo de alcohol.
El objetivo de esta norma no es únicamente punitivo, sino profundamente educativo. Se trata de forjar un hábito desde el primer día. Al establecer una tasa tan baja, casi simbólica, el mensaje que se envía al nuevo conductor es inequívoco: al volante, cero alcohol. Se busca crear una asociación mental inmediata y duradera entre coger el coche y la abstinencia total. Es una forma de construir una generación de conductores más conscientes y responsables, que interioricen desde el principio que la mezcla de volante y alcohol es innegociable. Así, la ley busca crear una conciencia de ‘cero alcohol’ desde el primer día de carnet, inculcando una cultura de la seguridad vial que perdure a lo largo de toda su vida como conductor.