Especial 20 Aniversario

La Transfiguración del Señor, santoral del 6 de agosto

La solemnidad de la Transfiguración del Señor, celebrada cada 6 de agosto, constituye una de las epifanías más profundas y reveladoras del ministerio terrenal de Jesucristo, un instante privilegiado en el que la divinidad velada del Hijo de Dios resplandece con una gloria cegadora. Este acontecimiento no es un mero prodigio aislado, sino que se erige como una bisagra teológica fundamental que conecta la predicación pública de Jesús con el inminente misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección, ofreciendo un anticipo del esplendor celestial para fortalecer la fe de sus discípulos más cercanos.

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Para el creyente de cualquier época, la Transfiguración se convierte en un faro de esperanza y en una catequesis viviente sobre la identidad última de Jesús y el destino glorioso que aguarda a quienes le siguen. Este misterio luminoso nos invita a ascender a nuestro propio «monte Tabor» a través de la oración y la contemplación, un espacio interior donde podemos percibir la luz de Cristo más allá de las sombras de la prueba y la tribulación, y escuchar la voz del Padre que nos confirma en la filiación divina y nos orienta en el camino de la vida.

UN DESTELLO DE GLORIA ANTE LA SOMBRA DE LA CRUZ

La Transfiguración Del Señor, Santoral 6 De Agosto

El episodio de la Transfiguración se enmarca, según los relatos sinópticos de los Evangelios, en un momento de crucial tensión pedagógica, poco después de que Jesús anunciara por primera vez a sus apóstoles que debía padecer, ser rechazado y morir en Jerusalén para resucitar al tercer día. Ante el escándalo y la incomprensión que tal revelación provocó, especialmente en Pedro, Jesús elige a su círculo más íntimo de discípulos para ofrecerles, tras el desconcierto sembrado entre sus seguidores, una catequesis visual destinada a fortalecer su fe y prepararlos para el drama del Calvario.

La elección de Pedro, Santiago y Juan no fue en absoluto casual; se estima que estos tres apóstoles, los mismos que más tarde serían testigos de su agonía en Getsemaní, fueron escogidos por su futura preeminencia en la Iglesia primitiva para ser garantes de esta manifestación divina. El escenario escogido, una montaña alta que la tradición ha identificado con el Monte Tabor en Galilea, evoca los grandes encuentros de Dios con la humanidad en el Antiguo Testamento, como el de Moisés en el Sinaí, subrayando la solemnidad y el carácter revelador del momento.

EL MONTE SAGRADO: TESTIGO DE LA DIVINIDAD REVELADA

En la cumbre del monte, mientras Jesús se encontraba en oración, tuvo lugar una metamorfosis prodigiosa ante los ojos atónitos de los tres apóstoles, pues su rostro comenzó a resplandecer como el sol, y sus vestiduras adquirieron una blancura fulgurante que ningún batanero en la tierra podría igualar. Esta descripción, cargada de un profundo simbolismo, utiliza la imagen de la luz para expresar visiblemente la gloria divina inherente a Jesús, una gloria que habitualmente permanecía oculta bajo el velo de su humanidad.

Repentinamente, aparecieron junto a Él dos de las figuras más insignes de la historia de la salvación, Moisés y Elías, representando la Ley y los Profetas respectivamente, quienes dialogaban con Él acerca de su «éxodo» o partida que iba a cumplirse en Jerusalén. La presencia de ambos testifica que Jesucristo es el cumplimiento y la plenitud de toda la Escritura, el punto de convergencia donde la antigua alianza alcanza su consumación definitiva en una nueva y eterna alianza.

LA VOZ DEL PADRE Y LA CONVERGENCIA DE LAS ESCRITURAS

La Voz Del Padre Y La Convergencia De Las Escrituras

El clímax de esta teofanía se alcanzó cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, un fenómeno teofánico clásico en el Antiguo Testamento para significar la presencia inefable de Yahvé, y de la nube surgió una voz que proclamaba con autoridad divina: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Estas palabras del Padre no solo ratifican la filiación divina de Jesús, como ya ocurrió en su bautismo en el Jordán, sino que además añaden un imperativo categórico que establece a Cristo como el único y definitivo Maestro y revelador.

Desde una perspectiva teológica, se estima que este acontecimiento es una de las afirmaciones cristológicas más potentes de los Evangelios, donde Jesús es presentado inequívocamente como el cumplimiento definitivo de toda la revelación antecedente. La Ley (Moisés) y los Profetas (Elías) ceden su protagonismo y desaparecen de la escena, dejando a Jesús solo ante los discípulos, indicando así que, a partir de ese momento, es a Él a quien la humanidad debe escuchar para conocer la voluntad de Dios.

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DE LA CONTEMPLACIÓN A LA MISIÓN: EL CAMINO DE VUELTA DEL TABOR

La reacción de los apóstoles fue una mezcla de temor reverencial y éxtasis, y el apóstol Pedro, abrumado por la magnificencia de la escena, tomó la palabra para proponer la construcción de tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Esta intervención, calificada por el evangelista Marcos como producto de no saber qué decir, ha sido interpretada por expertos como un intento humano de retener y perpetuar un momento de gloria, sin comprender todavía que el camino del Mesías debía pasar necesariamente por el sacrificio de la cruz.

Al descender del monte, una vez concluida la visión, Jesús les ordenó no contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Este «secreto mesiánico» subraya la pedagogía divina, que revela la gloria solo en el contexto del misterio pascual completo, pues la Transfiguración solo adquiere su pleno significado a la luz de la Resurrección, que es la transfiguración definitiva y permanente de la humanidad de Cristo.

EL MISTERIO LUMINOSO DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR: FARO DE ESPERANZA

La fiesta de la Transfiguración del Señor, de origen muy antiguo en las Iglesias de Oriente, fue extendida a toda la Iglesia de Occidente por el Papa Calixto III en el siglo XV, en agradecimiento por la victoria cristiana en el sitio de Belgrado sobre las fuerzas otomanas, y desde entonces ocupa un lugar destacado en el calendario litúrgico. Su importancia ha sido reafirmada en tiempos más recientes por el Papa San Juan Pablo II, quien la incluyó como el cuarto de los «Misterios Luminosos» del Santo Rosario, invitando a los fieles a meditar asiduamente sobre este pasaje evangélico.

En última instancia, la Transfiguración del Señor no es un simple recuerdo histórico, sino un misterio que continúa iluminando el peregrinaje de la Iglesia y de cada cristiano, pues ofrece al creyente una certeza inquebrantable de la victoria final sobre el pecado y la muerte, sirviendo como ancla de la esperanza teologal en medio de las pruebas de la vida. Este destello de la gloria venidera nos recuerda que nuestra existencia está llamada a ser transfigurada en Cristo, y que las dificultades del presente, sostenidas por la fe, son el camino hacia la plena comunión con la luz inextinguible de Dios.

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