Especial 20 Aniversario

Santa Marta de Betania, santoral del 29 de julio

En el corazón del Nuevo Testamento, entre las figuras que rodearon a Jesús de Nazaret, emerge con una fuerza singular la personalidad de Santa Marta de Betania, cuya festividad la Iglesia Católica conmemora cada 29 de julio. Su relevancia no reside únicamente en la hospitalidad que brindó al Maestro en su hogar, sino en la profundidad de un diálogo teológico que culmina en una de las confesiones de fe más explícitas y poderosas de todos los evangelios. Marta representa el equilibrio fundamental entre la acción y la contemplación, un pilar que sostiene la vida cristiana y que la posiciona como un modelo de discipulado activo, cuya laboriosidad nunca eclipsó una confianza inquebrantable en la divinidad de su huésped y amigo.

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La figura de Santa Marta trasciende su contexto histórico para ofrecer una guía perenne en la vida contemporánea, donde la vorágine de las responsabilidades diarias a menudo amenaza con desplazar la dimensión espiritual. Ella es la patrona de lo cotidiano, de aquellos que encuentran a Dios en el servicio a los demás, en la gestión del hogar y en el trabajo bien hecho. Su interpelación a Jesús, lejos de ser un simple lamento por el exceso de tareas, es un grito humano que busca el sentido último de su esfuerzo, encontrando la respuesta no en el abandono de sus deberes, sino en la correcta jerarquización de sus prioridades, colocando siempre la escucha de la Palabra en el centro de toda actividad.

EL REFUGIO EN BETANIA: LA AMISTAD QUE ACOGIÓ AL MESÍAS

Santa Marta De Betania, Santoral Del 29 De Julio

La casa de Betania, hogar de Marta, María y Lázaro, se erigió como un oasis de paz y amistad para Jesús durante sus intensos años de ministerio público, un lugar al que acudía para encontrar descanso y afecto sincero lejos de las multitudes y las controversias. Según los evangelios canónicos, este hogar no era simplemente una parada logística en sus viajes, sino un espacio de profunda intimidad y confianza mutua. Los relatos bíblicos sugieren una relación familiar y cercana, donde Cristo compartía no solo la mesa, sino también las confidencias y preocupaciones de sus anfitriones, estableciendo un modelo de comunidad cristiana fundamentada en el amor fraterno.

El célebre pasaje del evangelio de Lucas nos presenta a Marta «ocupada en los muchos quehaceres del servicio», una descripción que ha definido su imagen a lo largo de los siglos y que la convierte en un arquetipo de la vida activa. En su diálogo con Jesús, Marta expresa una ansiedad muy humana por la carga de trabajo, buscando la intervención del Maestro para que su hermana María la ayude en sus tareas. La respuesta de Jesús, «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas», ha sido objeto de exhaustivos análisis teológicos, interpretándose no como una reprimenda al servicio, sino como una amorosa invitación a no permitir que las preocupaciones materiales eclipsen la importancia de la escucha atenta de la Palabra de Dios.

Este episodio subraya una tensión fundamental en la espiritualidad cristiana, la que existe entre la acción y la contemplación, representada por las dos hermanas. Lejos de presentar estos dos caminos como excluyentes, la tradición de la Iglesia ha interpretado la escena de Betania como un llamado a la integración de ambas dimensiones en la vida del creyente. Expertos en exégesis bíblica señalan que la figura de Marta valida la santidad del trabajo y del servicio práctico, siempre y cuando estos estén anclados y orientados por una profunda vida interior y una relación personal con Cristo, la «parte mejor» que, como se le promete a María, nunca le será quitada.

LA CONFESIÓN ANTE LA TUMBA: FE INQUEBRANTABLE EN LA ADVERSIDAD

El capítulo once del evangelio de San Juan marca el cénit de la figura de Marta, transformándola de una anfitriona diligente en una de las teólogas más destacadas del Nuevo Testamento en un momento de dolor extremo. Ante la muerte de su hermano Lázaro, Marta sale al encuentro de Jesús con un reproche cargado de fe y dolor, «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Esta frase inicial, lejos de ser una simple queja, establece el preludio para uno de los diálogos más profundos sobre la resurrección y la vida eterna contenidos en las Sagradas Escrituras.

Es en esta conversación donde Marta, superando su aflicción, articula una de las declaraciones cristológicas más importantes, paralela e incluso anterior en la narrativa joánica a la de San Pedro. Cuando Jesús le asegura «Yo soy la resurrección y la vida», ella responde sin vacilar con una profesión de fe completa y rotunda: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo». Este acto de fe, pronunciado en medio de la desolación y la pérdida, la eleva como modelo de creyente que confía en el poder de Dios más allá de la evidencia empírica y de la propia desesperanza.

La firmeza de su creencia no es abstracta, sino que se manifiesta en una acción inmediata y obediente cuando Jesús ordena que se retire la piedra del sepulcro. A pesar de su objeción práctica y realista sobre el estado del cuerpo, «Señor, ya huele mal, pues lleva cuatro días», su fe prevalece sobre su lógica y permite que el milagro se manifieste ante todos. Este momento crucial demuestra que la fe de Marta no era meramente intelectual, sino una confianza operativa que la llevaba a actuar según la palabra de Jesús, convirtiéndose en cooperadora esencial del mayor de sus signos públicos antes de su propia Pasión.

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MÁS ALLÁ DE JUDEA: LA LEYENDA DE SANTA MARTA DE BETANIA Y EL TARASCO

Una rica tradición hagiográfica, consolidada especialmente durante la Edad Media y recogida en la «Leyenda Dorada» de Santiago de la Vorágine, expande la biografía de Santa Marta más allá de los límites de los relatos bíblicos. Se estima que, tras la ascensión de Jesús y el inicio de las persecuciones contra los primeros cristianos en Jerusalén, Marta, junto a sus hermanos Lázaro y María, fue puesta en una barca sin remos ni velas y abandonada a su suerte en el mar Mediterráneo. Milagrosamente, la embarcación habría atravesado el mar y llegado a las costas de la actual Francia, desembarcando en la región de la Provenza.

Es en esta tierra gala donde se sitúa el episodio más famoso y legendario de su vida post-bíblica, su enfrentamiento con el Tarasco, una temible criatura que según los relatos aterrorizaba a los habitantes de la localidad de Nerluc, a orillas del Ródano. La bestia, descrita como un híbrido monstruoso con cuerpo de dragón, cabeza de león y caparazón de tortuga, devastaba los campos y devoraba al ganado y a las personas, resistiendo todos los intentos de los lugareños por darle caza y muerte. La llegada de la santa fue vista como la última esperanza para una población sumida en el pavor.

Armada únicamente con su fe, una cruz y un hisopo con agua bendita, Marta se adentró en el bosque para confrontar al monstruo, encontrándolo mientras devoraba a un hombre. Lejos de huir, la santa le roció con el agua bendita y le mostró la cruz, lo que provocó que la bestia se amansara instantáneamente, como si se tratara de un cordero dócil. Según la leyenda, Marta le ató el cinturón al cuello y lo guio sin resistencia hasta el pueblo, donde los aterrorizados habitantes, al verlo sometido, lo apedrearon hasta matarlo, un acto del que la santa se dolió, pues su intención era mostrar el poder de la fe para domar el mal, no para aniquilarlo.

EL LEGADO DE SERVICIO Y DEVOCIÓN: LA SANTA DE LO COTIDIANO

El Legado De Servicio Y Devoción: La Santa De Lo Cotidiano

El patronazgo de Santa Marta sobre los hoteleros, cocineros, sirvientes, amas de casa y todos aquellos oficios vinculados a la hospitalidad y el servicio emana directamente de su retrato evangélico como la anfitriona por excelencia de Cristo. Este fenómeno ha sido objeto de estudio en la sociología de la religión, demostrando cómo una narrativa específica puede generar una devoción popular focalizada en aspectos concretos de la vida diaria. Su figura dignifica el trabajo a menudo invisible y poco valorado, presentándolo como un camino de santificación y un encuentro real con lo divino a través del cuidado del prójimo.

La iconografía cristiana ha reflejado consistentemente la dualidad de su historia, representándola frecuentemente con los atributos de su servicio doméstico, como un cucharón, unas llaves o un delantal. Sin embargo, también es común encontrarla junto a la figura del Tarasco amansado a sus pies, un símbolo poderoso de la victoria de la fe sobre las fuerzas del mal y el caos. Estas representaciones artísticas no son meramente decorativas, sino que funcionan como catequesis visuales que resumen su legado: la santidad alcanzada en la humildad del servicio y la fortaleza espiritual capaz de someter a los monstruos, tanto externos como internos.

La relevancia de Santa Marta de Betania persiste en el siglo XXI como un faro para quienes buscan integrar su fe en una vida activa y llena de responsabilidades, demostrando que la espiritualidad no es un compartimento estanco reservado a momentos de quietud. Su vida nos recuerda que cada tarea, por mundana que parezca, puede convertirse en una oración y un acto de amor si se realiza con la intención correcta y con el corazón puesto en Dios. El mensaje de esta mujer de Betania es, en definitiva, un testimonio imperecedero de que el servicio diligente y la fe profunda no son caminos opuestos, sino las dos caras de una misma moneda en la búsqueda de una vida plena y trascendente.

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