La ‘Pompeya española’ está en Aragón y se puede visitar ahora en agosto, un enclave monumental que emerge de la tierra para reescribir lo que sabíamos sobre nuestro pasado romano. En el término municipal de Uncastillo, en la provincia de Zaragoza, el yacimiento de Los Bañales se despoja lentamente del manto de tierra que lo ha cubierto durante siglos, revelando no unas simples ruinas, sino el esqueleto de una ciudad imponente que sorprende por su escala y su magnificencia. Lo que allí se está descubriendo, gracias al trabajo minucioso de un equipo de arqueólogos y el apoyo de una fundación entregada a su estudio, es mucho más que un conjunto de piedras antiguas; es una ventana abierta a la vida, la ingeniería y la organización social de la Hispania septentrional, un capítulo de nuestra historia que se creía menos espectacular y que ahora reclama su lugar en el imaginario colectivo.
El apodo de ‘Pompeya española’ resulta evocador y sin duda captura la imaginación, pero la realidad de Los Bañales es, si cabe, más intrigante. A diferencia de la ciudad sepultada por el Vesubio, aquí no hubo una catástrofe súbita que congelara un instante en el tiempo, sino un abandono paulatino que plantea interrogantes fascinantes sobre el declive del poder romano en la región. ¿Por qué una urbe con un foro, termas, un acueducto colosal y un urbanismo tan cuidado fue abandonada a su suerte? Cada campaña de excavación, especialmente las que se desarrollan con intensidad durante los meses de verano, aporta nuevas piezas a un puzle histórico de dimensiones extraordinarias, invitando a visitantes y curiosos a ser testigos directos de un descubrimiento que está en pleno apogeo y que redefine el mapa arqueológico de España.
ARAGÓN: EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE LA HISPANIA ROMANA
Durante décadas, la monumentalidad de Los Bañales permaneció como un secreto a voces entre los eruditos y los habitantes de la comarca de las Cinco Villas. Lo que hoy se presenta como una evidencia de una urbe de primer orden fue durante mucho tiempo un paisaje de lomas suaves y campos de cultivo, donde solo los restos más visibles, como los imponentes pilares del acueducto, delataban la existencia de un pasado glorioso. El verdadero potencial de este rincón de Aragón estuvo oculto bajo el arado, esperando el momento propicio para revelar una trama urbana compleja y sofisticada. No estamos hablando de una pequeña aldea o un puesto militar, sino de un centro neurálgico que debió ejercer un control administrativo y económico sobre un vasto territorio, un hecho que desmonta la idea preconcebida de una Hispania interior menos desarrollada y romanizada.
La investigación arqueológica moderna ha confirmado que esta ciudad, cuyo nombre original aún se debate entre los expertos, fue un proyecto urbanístico de gran envergadura. Su fundación y desarrollo no fueron fruto del azar, sino de una planificación cuidada que incluía infraestructuras hidráulicas, espacios públicos y zonas residenciales bien diferenciadas. Este nivel de organización sugiere una inversión considerable por parte del poder romano, interesado en consolidar su dominio en una zona estratégicamente importante por sus recursos naturales y su posición geográfica. El estudio de este yacimiento de Aragón, por tanto, no solo recupera el esplendor de una ciudad perdida, sino que nos obliga a reconsiderar la profundidad del impacto de Roma en territorios que pensábamos que eran periféricos, demostrando una vez más que la historia siempre guarda sorpresas bajo la superficie.
PIEDRA SOBRE PIEDRA: EL LEGADO MONUMENTAL QUE DESAFÍA AL TIEMPO
Pocos elementos definen la grandeza de Los Bañales con la elocuencia de su acueducto. Los más de treinta pilares que todavía se mantienen en pie, algunos superando los diez metros de altura, son el testimonio pétreo de una proeza de la ingeniería romana. Esta estructura no solo garantizaba el suministro de agua a la ciudad, un requisito indispensable para sus termas y el consumo diario de miles de habitantes, sino que también funcionaba como un imponente símbolo de poder y civilización en mitad del paisaje. Contemplar su trazado, que se extiende a lo largo de varios kilómetros desde el manantial hasta el núcleo urbano, es entender la mentalidad práctica y a la vez propagandística de Roma, capaz de transformar el entorno de una manera tan radical y duradera que su huella sigue marcando el territorio dos mil años después.
Más allá del acueducto, el corazón de la ciudad se articula en torno a un foro de dimensiones considerables, el centro de la vida pública, religiosa y comercial. Aunque hoy solo podemos ver las bases de sus templos y basílicas, la distribución del espacio permite imaginar el bullicio de los magistrados, comerciantes y ciudadanos que transitaban por sus pórticos. Junto al foro, el complejo termal, con sus diferentes salas para baños fríos, templados y calientes, revela el grado de sofisticación y el estilo de vida de sus élites. La calidad de la construcción y los vestigios de mármoles y mosaicos indican que no se escatimó en gastos para dotar a esta urbe de Aragón de todos los servicios y comodidades que se esperaban de una ciudad romana de prestigio, consolidándola como un faro de romanidad en la región.
UN PASEO POR LA VIDA COTIDIANA: LAS VOCES QUE SUSURRAN DESDE LAS RUINAS
Excavar Los Bañales es como escuchar los ecos de la vida diaria de sus antiguos pobladores. Las domus o casas señoriales que se están desenterrando nos hablan de una sociedad jerarquizada, con familias pudientes que habitaban viviendas organizadas en torno a un patio central y decoradas con un gusto refinado. Los fragmentos de cerámica sigillata, las piezas de vidrio y los objetos de metal encontrados en estas residencias, son las migajas de un banquete de información sobre sus costumbres, su dieta y sus conexiones comerciales. Cada objeto recuperado, por humilde que parezca, es una pista que nos acerca a la intimidad de quienes llamaron hogar a esta ciudad, permitiéndonos reconstruir no solo sus edificios, sino también sus vidas, sus aspiraciones y sus rutinas en este enclave único de Aragón.
Pero una ciudad no son solo sus casas nobles; es también su tejido productivo y comercial. Las excavaciones han comenzado a sacar a la luz áreas que podrían corresponder a talleres artesanales y tiendas, los lugares donde el pulso económico de la urbe latía con más fuerza. Se han identificado posibles panaderías y zonas de mercado donde se intercambiarían los productos agrícolas del fértil valle circundante y las manufacturas locales. Esta visión de la actividad cotidiana, que nos permite imaginar el olor del pan recién hecho o el sonido del martillo sobre el yunque, es fundamental para comprender que Los Bañales no era un simple centro administrativo impuesto por Roma, sino un organismo vivo y dinámico, un crisol de culturas y oficios que prosperó durante siglos.
MÁS QUE UNA ‘POMPEYA’: EL DESAFÍO DE DESENTERRAR EL PASADO
La comparación con Pompeya, aunque útil para atraer el interés del público, debe ser matizada para entender la verdadera naturaleza de este yacimiento. A diferencia de la ciudad campana, Los Bañales no quedó congelada en el tiempo por una erupción volcánica, sino que experimentó un proceso de abandono que se prolongó durante décadas, o incluso siglos. Este hecho presenta un reto arqueológico distinto y fascinante, ya que obliga a los investigadores a interpretar las capas de olvido y reutilización de los materiales. Los habitantes de las épocas posteriores desmontaron muchos de sus edificios para aprovechar la piedra en nuevas construcciones, un expolio que, paradójicamente, ayudó a proteger las cimentaciones que ahora nos permiten redibujar el plano de la ciudad. El particular clima de Aragón también jugó su papel en la conservación.
El proyecto de investigación de Los Bañales es, en sí mismo, un modelo de gestión del patrimonio. Impulsado por la Fundación Uncastillo, combina el rigor científico con una decidida vocación divulgativa, abriendo el yacimiento al público y haciendo partícipe a la sociedad de cada nuevo hallazgo. Las campañas de verano, en las que participan estudiantes de arqueología de diversas universidades españolas y extranjeras, convierten el lugar en un hervidero de actividad y conocimiento. Este enfoque dinámico, que permite al visitante observar el proceso de excavación en tiempo real, convierte a este rincón de Aragón en una auténtica escuela a cielo abierto, donde el pasado no solo se contempla, sino que se ve nacer de nuevo ante los ojos del espectador.
AGOSTO EN LOS BAÑALES: UNA CITA CON LA HISTORIA EN EL CORAZÓN DE ARAGÓN
Visitar Los Bañales durante el mes de agosto es una experiencia que trasciende la simple contemplación de unas ruinas. Es la oportunidad única de presenciar la historia en plena efervescencia, de ver cómo los arqueólogos, con la paciencia de un artesano, van arrancando secretos a la tierra. Las jornadas de puertas abiertas y las visitas guiadas que se organizan durante la campaña estival ofrecen un relato en primera persona de los descubrimientos más recientes, una narración que conecta directamente las piedras que vemos con las hipótesis y certezas de los expertos que trabajan sobre el terreno. Esta inmersión directa en el método arqueológico añade un valor incalculable a la visita, transformando un paseo por el pasado en una emocionante aventura intelectual en este paraje de Aragón.
El entorno natural que acoge a la ciudad romana, en plena comarca de las Cinco Villas, aporta el contrapunto perfecto a la solemnidad de los restos arqueológicos. Los campos dorados por el sol del verano y el silencio del paisaje, solo roto por el viento y las herramientas de los excavadores, crean una atmósfera casi mágica. Pasear al atardecer entre los pilares del acueducto o sentarse a la sombra de lo que un día fue el pórtico de un templo es conectar de una forma profunda con la historia y el territorio. Es sentir el peso de los siglos y, a la vez, la emoción de lo que todavía está por descubrir bajo esos mismos campos, un tesoro que consolida a Los Bañales como una de las joyas indiscutibles del patrimonio de Aragón y de toda España.