Especial 20 Aniversario

El ingrediente secreto de la abuela para un caldo de cocido cristalino y sin grasa

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Un buen caldo de cocido es el abrazo que reconforta el alma en un día de invierno, la quintaesencia de la cocina de nuestras abuelas. Sin embargo, lograr esa pureza dorada y diáfana, libre de las trazas de grasa y de esa turbidez que afea el resultado final, ha sido siempre el caballo de batalla en muchas cocinas. Conseguir ese consomé perfecto, ese sabor que nos transporta directamente a la mesa familiar de nuestra infancia, es el resultado de una técnica que combina paciencia y un poco de esa sabiduría popular que parece magia, pero que no es más que pura ciencia aplicada con cariño en los fogones.

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La búsqueda de un caldo impoluto puede convertirse en una auténtica odisea culinaria, llena de espumaderas, coladores y horas de refrigeración para retirar la capa de grasa solidificada. Pero, ¿y si existiera un método casi infalible, un secreto guardado con celo por generaciones, capaz de transformar un buen guiso en una obra de arte líquida? La respuesta ha estado siempre al alcance de la mano, un desafío que a menudo nos hace desistir en el intento de replicar esa sopa memorable, y que puede solucionarse con un gesto tan simple como sorprendente, desvelando el misterio para alcanzar la perfección sin apenas esfuerzo.

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LA MAGIA DE LA CLARA DE HUEVO: UN TRUCO DE ALQUIMISTA EN TU COCINA

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Aquí es donde entra en juego el secreto de las abuelas, una técnica conocida en la alta cocina como «clarificación». Consiste en utilizar la clara de huevo como un imán para las impurezas. Para que el truco funcione, es imprescindible que el caldo esté completamente frío. Se baten ligeramente un par de claras de huevo, apenas hasta que espumen, y se incorporan al caldo frío, removiendo para que se distribuyan bien. A continuación, se lleva la olla al fuego y se calienta lentamente, sin remover, observando cómo empieza a obrarse la magia culinaria.

A medida que la temperatura del líquido aumenta, las proteínas de la clara de huevo, principalmente la albúmina, comienzan a coagular. En este proceso, forman una especie de red que atrapa a su paso todas las impurezas suspendidas, la grasa disuelta y cualquier pequeño sólido que enturbie el caldo. Estas impurezas quedan adheridas a las claras, formando una costra o «sombrero» que flota en la superficie, dejando por debajo un líquido sorprendentemente limpio y transparente. Es un proceso casi hipnótico que transforma un caldo bueno en un caldo extraordinario.

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