El verano transforma rutinas, modifica hábitos y altera nuestros ritmos más profundos, incluyendo los del apetito. Con el aumento del tiempo de ocio y las vacaciones, muchas personas tienden a relajar sus cuidados y caen en costumbres que, a la larga, perjudican su salud. Lo cierto es que el calor no solo cambia lo que queremos comer, sino también lo que necesitamos. Y ahí es donde entra en juego una buena dieta.
La inapetencia, la necesidad de hidratación constante y el descenso de las necesidades calóricas hacen que esta estación exija una alimentación específica. Pero no hablamos de prohibiciones ni de restricciones estrictas, sino de conocer lo que el cuerpo realmente necesita para funcionar bien, sin sumar kilos de más ni sentirse pesado o fatigado. A continuación, repasaremos todo lo que deberías saber para mantener una dieta adecuada este verano, y cómo lograrlo de forma práctica y placentera.
1Los peligros del calor: menos hambre, más tentaciones que comprometen tu dieta

A simple vista, el verano parece el momento perfecto para perder peso: hace calor, se come menos, y la variedad de frutas y verduras es mayor. Sin embargo, lo que parece una ventaja puede convertirse en un arma de doble filo. Con las altas temperaturas, el cuerpo naturalmente pide comidas más frescas y ligeras, pero también se vuelve más vulnerable a las tentaciones: helados industriales, refrescos azucarados, bollería del kiosco de la playa o snacks ultraprocesados.
La experta en nutrición Leyre López-Iranzu, de la Clínica FEMM, advierte que muchas personas se escudan en el “modo vacaciones” para descuidar por completo su dieta. Y si bien es natural querer relajarse, no conviene perder de vista que el cuerpo sigue necesitando energía, nutrientes y estructura. De hecho, mantener horarios estables para las comidas y no saltarse ninguna ingesta es clave para evitar los picos de apetito que terminan en malas decisiones.
Además, el verano trae consigo un desafío adicional: la seguridad alimentaria. Los alimentos se descomponen más rápido con el calor, por lo que hay que extremar precauciones al conservar platos cocinados o ingredientes perecederos como pescados, huevos o lácteos. Comer en la playa, hacer picnics o dejar comida al sol puede ser más peligroso de lo que parece si no se toman los recaudos necesarios.