Con termómetros que superan los 40 grados en varios puntos del país, muchos se sorprenden al notar que, a pesar de sudar sin parar, el hambre parece tomarse vacaciones. En pleno verano, cuando el calor lo invade todo, el apetito se reduce sin previo aviso. Pero ¿es esto normal? ¿O se trata de una simple percepción?
La respuesta, como casi todo lo que involucra al cuerpo humano, tiene matices. El calor típico del verano no elimina el hambre de forma directa, pero sí modifica cómo y cuándo sentimos la necesidad de comer. A continuación, te contaremos por qué ocurre esto y qué podemos hacer para mantenernos sanos, incluso cuando el cuerpo dice “no quiero”.
2El sudor también juega su papel

En verano, sudamos más. Es la forma que tiene el cuerpo de regular su temperatura y evitar el sobrecalentamiento. Pero este aumento de la transpiración conlleva otra consecuencia: el deseo urgente de hidratación. Bebemos más agua, zumos, infusiones frías o cualquier líquido que refresque. Y esa ingesta también llena el estómago, provocando una falsa sensación de saciedad.
Nuria Cañas lo explica de manera sencilla: “Transpiramos más para regular la temperatura, lo que aumenta la necesidad de tomar líquidos. Estos líquidos llenan el estómago, reduciendo la necesidad de alimentos sólidos y disminuyendo la sensación de hambre”.
En otras palabras, el estómago se siente lleno, aunque solo tenga agua en su interior. Y, claro, eso reduce el impulso de comer. Lo peligroso es que, si ese comportamiento se repite durante varios días, podemos estar dejando de lado nutrientes clave para el funcionamiento del organismo.
Por eso, aunque no tengamos hambre, es esencial no saltarnos comidas en verano, y sobre todo, no olvidar incluir alimentos ricos en vitaminas, minerales y fibra, como frutas, verduras y cereales integrales.