Con la llegada del verano y las temperaturas más altas, también aparece un viejo patrón que se repite año tras año: el intento acelerado por alcanzar el “cuerpo perfecto” a merced de los alimentos. Las redes sociales, la televisión y las publicidades nos recuerdan a diario que pronto será momento de mostrar más piel, y con ese recordatorio también llega la presión por cambiar rápidamente. Pero ¿qué tan saludable es esta urgencia por encajar en un estándar?
Especialistas en alimentos y entrenamiento coinciden en que esta carrera por bajar de peso, lejos de promover hábitos positivos, muchas veces activa mecanismos contraproducentes que terminan dañando la salud física y emocional. Lo que comienza como una meta estética puede derivar en trastornos alimentarios, frustración crónica o incluso lesiones. Por eso, el foco, aseguran, debe ponerse en un bienestar sostenible que se construya desde adentro hacia afuera.
2El alimento no es enemigo: aprender a comer sin culpa

Uno de los primeros cambios que proponen los expertos es revisar la relación que tenemos con el alimento. Muchas personas, cuando deciden bajar de peso, comienzan a evitar comidas enteras como si fueran una amenaza. El pan, los dulces o las pastas suelen convertirse en el enemigo número uno. Pero lo cierto es que el cuerpo no necesita castigo, sino equilibrio.
La especialista insiste en que no hay necesidad de caer en dietas extremas para lograr resultados. De hecho, la mayoría de las “dietas mágicas” fracasan en el largo plazo. Estos planes restrictivos generan pérdida de masa muscular, alteran el metabolismo y, con el tiempo, provocan el efecto rebote. El cuerpo se defiende de la privación, ralentiza su gasto energético y aumenta la hormona del hambre.
Por eso, lo más efectivo es volver a lo simple: una alimentación equilibrada, que incluya frutas, verduras, cereales integrales, proteínas magras y grasas saludables. La clave está en hacer del alimento un aliado. No se trata de contar calorías, sino de aprender a nutrirnos sin miedo ni culpa. Comer debe ser un acto placentero, no una fuente de ansiedad.