Con la llegada del verano y las temperaturas más altas, también aparece un viejo patrón que se repite año tras año: el intento acelerado por alcanzar el “cuerpo perfecto” a merced de los alimentos. Las redes sociales, la televisión y las publicidades nos recuerdan a diario que pronto será momento de mostrar más piel, y con ese recordatorio también llega la presión por cambiar rápidamente. Pero ¿qué tan saludable es esta urgencia por encajar en un estándar?
Especialistas en alimentos y entrenamiento coinciden en que esta carrera por bajar de peso, lejos de promover hábitos positivos, muchas veces activa mecanismos contraproducentes que terminan dañando la salud física y emocional. Lo que comienza como una meta estética puede derivar en trastornos alimentarios, frustración crónica o incluso lesiones. Por eso, el foco, aseguran, debe ponerse en un bienestar sostenible que se construya desde adentro hacia afuera.
1No solo se trata de los alimentos: El verano y la trampa del cuerpo perfecto

Año tras año, cuando se aproxima el verano, también se instala un discurso que se repite con fuerza en los medios y las redes: hay que “ponerse en forma”. Esta frase, aunque en apariencia inocente, esconde una exigencia que muchas veces se transforma en carga. La doctora Marianela Aguirre Ackermann, médica especialista en Medicina Interna y Nutrición, advierte que este tipo de mensajes alimentan un modelo de belleza poco realista y muchas veces inalcanzable.
Según explica, las personas no solo buscan verse bien para sí mismas, sino que también intentan protegerse de una mirada social que juzga. Esta presión, lejos de motivar, puede desencadenar ansiedad, baja autoestima y decisiones poco saludables. El problema, entonces, no está en querer cuidarse con los alimentos, sino en el por qué y el cómo.
La profesora de Educación Física Claudia Lescano refuerza esta idea: la motivación estética suele ser frágil y poco duradera. Asegura que el bienestar real surge cuando entendemos que cuidar el cuerpo no se trata solo de “verse bien”, sino de sentirse bien. Y para eso no hace falta sufrir ni obsesionarse con el espejo: lo que necesitamos es cambiar el enfoque.