La renovación del catálogo de señales de tráfico impulsada por la Dirección General de Tráfico (DGT) ha abierto un debate que va más allá de la simple actualización normativa. Aunque muchos de los cambios responden a criterios de modernización y adaptación a la realidad vial actual, otros han levantado polémica por lo que algunos consideran una revisión innecesaria desde el prisma de género, pero sobre todo el presupuestario, porque ya no se trata de modificaciones que muchos han calificado como “innecesarias” sino además costosas.
Es el caso, por ejemplo, de señales en las que se ha sustituido la figura masculina por una femenina o se ha invertido el orden de representación de roles, como la señal de “niños cruzando”. Estas modificaciones, si bien simbólicas, han sido interpretadas por ciertos sectores como parte de una corrección política forzada y “costosa”, en un momento en que las prioridades presupuestarias y sociales parecen apuntar en otras direcciones.
Pero si hay una señal que sin lugar a dudas es que más ha generado malestar en la población, una especial indignación entre conductores, esa es la relativa a las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE). Su inclusión más destacada en la nueva señal ética coincide con la creciente implantación de estas áreas restringidas en numerosas ciudades, una medida que, aunque responde a objetivos medioambientales, ha sido recibida con escepticismo por parte de muchos usuarios de vehículos.
Quienes critican esta señal lo hacen no solo por las restricciones que impone a la circulación, sino también por la sensación de que estas normativas se aplican sin ofrecer alternativas reales a quienes dependen del coche para trabajar o desplazarse. En este contexto, la actualización de señales (más allá de su diseño) ha reabierto el debate sobre qué tipo de movilidad se está impulsando y a qué coste económico y social.
Las señales cambian de género: entre la inclusión simbólica y la crítica por gasto innecesario

La reciente actualización del catálogo de señales de tráfico por parte de la Dirección General de Tráfico ha introducido modificaciones visuales que, aunque puntuales, han desatado una oleada de comentarios en las redes sociales, lugar favorito de los usuarios para mostrar sus frustraciones o molestias actualmente. Algunas de las nuevas señales han sustituido figuras masculinas por femeninas o han alterado la disposición de personajes para reflejar mayor igualdad de género.
La medida, en principio orientada a “modernizar la imagen del espacio público” (de esta manera ha sido justificada la inversión), ha sido valorada por sus impulsores como un paso simbólico hacia una mayor inclusión en el lenguaje visual vial. Sin embargo, no ha estado exenta de controversia.
Buena parte de las críticas se han centrado en el coste que implicará este rediseño, especialmente en un momento de contención presupuestaria. Desde distintos sectores se cuestiona la necesidad real de modificar señales que, hasta ahora, cumplían su función sin suscitar problemas de interpretación. De hecho, parte de las críticas de los conductores es justamente sobre las confusiones que se pueden generar a partir de ahora por desconocimiento, sobre todo en las personas de mayor edad que están acostumbradas a las señales de siempre.
Para algunos, se trata de una actuación puramente estética con escaso impacto práctico, mientras que otros consideran que estos gestos simbólicos no justifican la inversión pública que requerirá su implementación progresiva y lo que podría generar son más y nuevos problemas para los conductores, no soluciones prácticas. El debate, en todo caso, sigue abierto y pone de relieve la creciente sensibilidad social sobre cuestiones de representación y lenguaje, también en ámbitos como el tráfico, temas necesarios, importantes, pero no “urgentes”.
La señal de las Zonas de Bajas Emisiones, en el punto de mira por sus restricciones a la circulación

Entre todas las novedades del nuevo catálogo, una en particular ha llamado poderosamente la atención de los conductores, la señal dedicada a las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE). Aunque estas áreas restringidas ya están operativas en varias ciudades españolas (sobre todo en las grandes ciudades), su incorporación más visible en la señalización oficial se interpreta como una consolidación definitiva de su presencia, y es justamente este hecho lo que genera indignación en los conductores, sobre todo los afectados directamente.
Y eso ha encendido el malestar de muchos usuarios del vehículo privado, que ven en esta medida una limitación directa a su libertad de circulación sin que se les ofrezcan alternativas reales o accesibles. Las ZBE forman parte de una estrategia más amplia para reducir la contaminación urbana, pero la forma en que se han implantado y ahora se reflejan en las señales despierta reticencias.
Numerosos conductores consideran que estas restricciones suponen una penalización encubierta al coche, especialmente para quienes no pueden permitirse renovar su vehículo por otro más ecológico. La señal, más que informar, simboliza para algunos una política restrictiva que, lejos de facilitar una transición ordenada, impone barreras sin matices y sin soluciones prácticas para los conductores que día a día se enfrentan a las consecuencias de simplemente no poder movilizarse libremente. La indignación no se dirige tanto al cartel como a lo que representa: una movilidad urbana cada vez más condicionada.
Un rediseño que reabre el debate sobre movilidad, lenguaje inclusivo y prioridades en seguridad vial

La publicación del nuevo catálogo de señales no solo ha traído consigo cambios gráficos; también ha avivado un debate más profundo sobre las prioridades que deberían regir en materia de seguridad vial. Mientras desde la DGT se defiende que estas modificaciones responden a la necesidad de adaptar la señalización a los tiempos actuales, sectores críticos insisten en que se está desviando el foco de lo verdaderamente urgente, mejorar la seguridad en carretera, actualizar infraestructuras o reforzar la educación vial, detalles como estos que simplemente pasan desapercibidos para las autoridades, pero no para los conductores.
La inclusión de elementos simbólicos o de diseño, señalan, puede terminar diluyendo los esfuerzos donde más se necesitan. Además, el rediseño ha puesto sobre la mesa una cuestión recurrente en los últimos años, hasta qué punto deben las políticas públicas incorporar principios de lenguaje o representación inclusiva en todos los ámbitos. En este caso, el espacio vial se convierte en un nuevo escenario para esa discusión.
Mientras algunos aplauden el gesto por lo que implica en términos de igualdad simbólica, otros lo ven como una “concesión innecesaria” en un terreno donde la claridad y la eficacia deberían primar sobre el simbolismo. En cualquier caso, las señales ya han cumplido una función adicional, reabrir el debate sobre cómo y hacia dónde se dirige nuestra forma de movernos.