Lograr que los niños coman verdura a menudo se siente como una de esas batallas perdidas antes de empezar, un desafío culinario que desespera a padres y abuelos por igual ante la resistencia frontal a cualquier cosa que no sea pasta, arroz o, si hay suerte, alguna patata frita camuflada. Esta reticencia infantil no es capricho, sino que responde a factores que van desde la neofobia alimentaria propia de la infancia hasta una mayor sensibilidad a los sabores amargos presentes en muchas hortalizas, haciendo que el simple acto de ofrecer un plato lleno de color verde se convierta en una negociación agotadora con pocas probabilidades de éxito para el lado adulto de la mesa.
A pesar de esta resistencia casi universal, la necesidad de incluir la verdura en la dieta infantil es innegable para garantizar un crecimiento sano y el aporte de vitaminas y minerales esenciales para su desarrollo, lo que nos obliga a buscar estrategias más allá del «cómetelo porque es bueno». La frustración surge al ver cómo se rechazan esfuerzos y creatividad en la cocina, donde muchos hemos intentado camuflar brócoli o espinacas con resultados más bien pobres, o directamente contraproducentes, porque los pequeños detectan el engaño a la primera cucharada, cerrándose aún más a futuras incursiones vegetales en su plato.
2LA CREMA DE CALABACÍN: UN LIENZO PERFECTO

Entre las diversas estrategias para introducir la verdura en la dieta infantil, las cremas y purés siempre han ocupado un lugar destacado, ofreciendo una textura suave y la posibilidad de mezclar sabores de forma disimulada, aunque no siempre con éxito garantizado, ya que un sabor a calabacín demasiado pronunciado o la presencia de hebras pueden arruinar la misión antes de empezar, incluso si la intención es buena. La crema de calabacín, en particular, se presenta como una base casi ideal para estos experimentos culinarios, gracias a su sabor suave y ligeramente dulce cuando se cocina adecuadamente, así como a su textura inherentemente cremosa que resulta agradable al paladar infantil, siempre que se procese hasta eliminar cualquier grumo.
La versatilidad del calabacín permite combinarlo con otros ingredientes que aporten sabor sin enmascarar por completo su suavidad, creando un lienzo en blanco sobre el que construir un plato nutritivo y aceptable para los paladares más exquisitos o reacios, convirtiéndolo en una especie de caballo de Troya vegetal que puede introducir otros beneficios nutricionales sin levantar sospechas inmediatas en los pequeños comensales, facilitando así la ingesta de fibra y otros componentes saludables que de otra forma sería casi imposible que consumieran voluntariamente. La clave está en el acompañamiento y, sobre todo, en ese toque diferenciador que marque la verdadera diferencia.