Cuando llega el calor, hay un sonido que anuncia el verano en casi cualquier rincón de España: el inconfundible campanilleo del carrito de helados. Pero este dulce no es solo una tentación estacional. Según la Asociación Española de Fabricantes de Helados, cada español consume de media unos siete litros al año, con picos evidentes entre junio y agosto.
El helado se ha colado en nuestra dieta con una naturalidad asombrosa. Desde el clásico cucurucho de vainilla hasta las versiones artesanas de autor, nadie se resiste a su encanto. Sin embargo, ante tanta devoción, surge una duda que ya se ha instalado como un clásico del verano: ¿es posible disfrutarlo sin poner en riesgo nuestra salud?
3¿Podemos comer helado todos los días?

Esta es, probablemente, la gran pregunta del verano. La respuesta corta es: no es lo ideal. La larga es más compleja. Desde el punto de vista nutricional, consumir helado todos los días obliga a hacer ajustes importantes en el resto de la dieta. Habría que eliminar otros azúcares añadidos, reducir al mínimo el consumo de alimentos ultraprocesados, incrementar el ejercicio físico y prestar atención a las grasas saturadas.
Un helado aporta, de media, entre 150 y 300 calorías por porción. Si se suma una ración diaria durante todo el verano, el excedente calórico puede ser considerable. Y eso sin contar los efectos que provoca el azúcar en la salud metabólica o la carga glucémica que implica su ingesta frecuente.
Por tanto, si se desea mantener el helado como una costumbre diaria, lo más sensato sería optar por versiones más ligeras: polos de fruta sin azúcar, helados caseros a base de yogur natural o incluso recetas con aguacate o plátano congelado. La industria ya ha comenzado a responder a esta demanda con propuestas “fit”, aunque es imprescindible leer etiquetas y desconfiar de los reclamos milagrosos.