Consumir pescado es uno de los grandes gestos de cariño que podemos tener con nuestro cuerpo. Rico en proteínas, omega-3 y minerales esenciales, es un aliado silencioso de la salud. Sin embargo, no todos los peces nadan en aguas limpias: algunos acumulan metales pesados como el mercurio y, según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), conviene tener mucho cuidado con ellos.
En especial, hay dos tipos que, por su tamaño, longevidad y posición en la cadena alimentaria, son auténticos imanes de mercurio. Según la OCU, conocerlos, entender sus riesgos y saber cómo actuar puede marcar la diferencia entre una dieta saludable y una exposición innecesaria a toxinas peligrosas.
2El tiburón: un depredador contaminado que no debería estar en tu plato

En el imaginario colectivo, el tiburón es el rey del océano. Sin embargo, en términos de seguridad alimentaria, es más bien un riesgo flotante. La OCU ha sido tajante al respecto: este pez contiene algunos de los niveles de mercurio más altos registrados entre las especies que llegan a los supermercados.
El problema está en su biología. Los tiburones viven mucho tiempo, a veces décadas, y se alimentan de peces más pequeños que ya están contaminados. Esta cadena de consumo convierte su carne en una auténtica esponja de metilmercurio. Las especies como el tiburón mako, el tiburón toro o el tiburón blanco han mostrado concentraciones hasta diez veces superiores a las de otros peces más seguros.
¿Qué consecuencias tiene esto? Una exposición constante al mercurio puede dañar el sistema nervioso central, afectar el desarrollo cognitivo en niños y perjudicar a mujeres embarazadas. De hecho, la OCU recomienda encarecidamente que estos grupos de población eviten por completo su consumo. Para los adultos sanos, la recomendación es no comerlo más de una vez al mes.
Pero el mercurio no es el único invitado no deseado en el tiburón. También se han encontrado restos de contaminantes industriales como los bifenilos policlorados (PCB), conocidos por su impacto negativo en el sistema hormonal. Así que, aunque su carne pueda parecer una opción exótica y sabrosa, es mejor dejar al tiburón en el océano y no en el plato.