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El juego online en Europa: un mapa de contradicciones regulatorias

#APUESTAS | Contenido para mayores de 18 años

Europa presenta hoy un fascinante laboratorio de regulaciones en torno al juego online. Esta diversidad de enfoques no es teórica: se refleja con fuerza en las decisiones concretas que ha tomado cada país. Un analisis estructurado publicado recientemente, analiza de forma concreta veintiocho países —los veintisiete de la Unión Europea más el Reino Unido post-Brexit— revelando las profundas diferencias culturales, políticas y sociales. Entre las demandas de armonización y la defensa de la soberanía nacional, el futuro de la regulación del juego online en Europa sigue siendo incierto.

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Desde modelos liberalizados hasta esquemas estatales altamente restrictivos, el mapa regulatorio de casi toda Europa muestra contrastes muy marcados. En un extremo se encuentra Malta, que, con una combinación de agilidad normativa y ventajas fiscales, se ha consolidado como la meca del juego online en Europa, atrayendo a operadores de todo el continente. En el otro, Finlandia mantiene —al menos hasta 2026— un monopolio estatal, justificado desde una perspectiva práctica: si el juego no puede evitarse, que al menos sus beneficios regresen a la sociedad. Entre ambos extremos se extiende una gama de regulaciones tan diversas, que resulta difícil encasillarlo bajo una única lógica. España ha optado por un sistema de licencias abierto pero estrictamente regulado; Francia   permite las apuestas deportivas y el póker online pero prohíbe los casinos virtuales; Polonia reserva estos últimos al monopolio estatal mientras libera las apuestas deportivas; y Luxemburgo mantiene un monopolio estatal completo para el juego online.

Esta diversidad normativa no es meramente técnica sino que también es profundamente cultural. Como señala el filósofo Jürgen Habermas en su análisis sobre la esfera pública europea, «las diferencias en la regulación del ocio reflejan distintas concepciones del bien común y de la relación entre Estado y Ciudadano».  Mientras los países nórdicos abordan el juego desde una visión preventiva centrada en la salud del jugador, los mediterráneos lo hacen desde una tradición de control fiscal y en los países anglosajones, predomina una lógica liberal, equilibrada por mecanismos de protección social.

El Parlamento Europeo, en su resolución sobre la protección de los consumidores en los juegos en línea, reconoce esta tensión: «a pesar de la obligación de cumplir la normativa de la UE, particularmente en lo referente a la libre prestación de servicios, los Estados miembros mantienen un amplio margen de discrecionalidad para regular el sector del juego online».  Al respaldar esta autonomía nacional, el Tribunal de Justicia de la UE acepta que no todo puede regirse desde una lógica uniforme, y que existen ámbitos —como el juego o la cultura— donde las diferencias entre países deben mantenerse.

Lo que hoy se conoce como “protección del jugador”, una expresión más amable para referirse a la lucha contra la adicción al juego, muestra con claridad las brechas entre países. Todos han implementado formas de autoexclusión, pero no con el mismo nivel de eficacia: algunos, como Reino Unido (GAMSTOP), Dinamarca (ROFUS) o Suecia (Spelpaus), cuentan con registros centralizados y tecnológicos, mientras que otros apenas cuentan con soluciones parciales o mal integradas.

Los límites de depósito, una medida de protección adoptada por la mayoría de los países, ponen en evidencia las distintas visiones sobre cómo equilibrar la autonomía del jugador con la intervención del Estado. Bélgica ha establecido un límite de depósito semanal obligatorio de €200 por jugador, mientras que Alemania impone un límite mensual de 1.000 euros controlado por el sistema LUGAS, que además impide jugar simultáneamente en múltiples sitios web. Noruega, por su parte, implementa el límite obligatorio más alto (1.704 euros mensuales). Estas cifras representan diferentes concepciones sobre cuánto dinero puede perder un ciudadano antes de que el Estado considere necesario intervenir. Estas cifras no son arbitrarias; cada una encierra una visión diferente sobre cuánto puede apostar un ciudadano antes de que el Estado diga “basta”.

La fiscalidad aplicada a las ganancias de los jugadores constituye otro capítulo de esta historia de diferencias. Portugal destaca con la tasa impositiva más alta (25%), mientras que la mayoría de los países europeos mantienen una política de exención fiscal para las ganancias de los jugadores. Detrás de esta división hay dos formas de entender la fiscalidad del juego: algunos países eligen gravar al jugador directamente, mientras que otros prefieren que sean las plataformas las que asuman la carga tributaria.

La publicidad del juego constituye quizás el campo de batalla más visible de estas tensiones. Bélgica ha implementado una prohibición casi total de publicidad de juego en medios masivos; España limita severamente los horarios de publicidad y prohíbe los bonos de bienvenida para nuevos usuarios hasta que cumplan 30 días registrados; Italia mantiene una de las regulaciones más estrictas, prohibiendo prácticamente toda forma de publicidad directa. Estas limitaciones no son detalles sin importancia; intentan cambiar la forma en que el público se relaciona con un negocio que gana cuando el usuario pierde.

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La regulación del juego online en la Unión Europea y Reino Unido es mucho más que una suma de normativas: es un escenario donde se negocian, casi en tiempo real, los límites entre libertad y responsabilidad colectiva, entre el derecho al placer y el deber de protección, entre la soberanía nacional y la integración europea. Un espejo complejo, en el que Europa se observa, se cuestiona y se reinventa… mientras sigue apostando, paradójicamente, por resolverlas.

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