Las cifras son claras y demoledoras: el alcohol continúa siendo una de las principales causas de siniestralidad en las carreteras españolas. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ya dejó entrever en septiembre de 2024 un cambio de rumbo en la legislación. Su propuesta: reducir la tasa máxima permitida a 0,1 mg/l en aire espirado. Una medida drástica, pero que, según la Dirección General de Tráfico (DGT), es más realista que el tan solicitado 0,0.
Detrás de esta nueva ofensiva hay datos, estudios y una certeza compartida entre expertos: endurecer los límites podría salvar cientos de vidas cada año. Pero ¿es realmente viable eliminar por completo cualquier rastro de alcohol en la conducción? La DGT ha dicho que no. Y tiene motivos de peso para sostener esa postura.
4Multas más duras no siempre funcionan: el enfoque debe ser integral

Uno de los grandes debates que enfrenta la DGT es hasta qué punto tiene sentido endurecer las sanciones por alcohol al volante. La evidencia es clara: subir el coste de las multas o incluso castigar con penas de prisión a conductores reincidentes no siempre se traduce en menos infracciones.
Según el estudio de la propia DGT, los conductores que consumen alcohol de forma habitual no se sienten particularmente disuadidos por las sanciones económicas. En muchos casos, subestiman el riesgo, asumen las consecuencias o simplemente confían en que no serán detectados.
Por eso, desde el organismo se insiste en que una bajada de la tasa permitida tiene un mayor efecto preventivo. Pero no basta con eso. La estrategia debe ser múltiple: controles aleatorios frecuentes, tecnología fiable, sanciones proporcionales y, sobre todo, educación. Una educación vial que comience en las escuelas, que esté presente en medios de comunicación y que logre un cambio cultural profundo respecto al alcohol.