Especial 20 Aniversario

San José Benito Cottolengo, Santoral del 30 de abril de 2025

San José Benito Cottolengo se erige en la historia de la Iglesia Católica como un faro luminoso de caridad radical y confianza absoluta en la Divina Providencia, inspirando una obra asistencial de dimensiones extraordinarias. Su vida y ministerio, desarrollados en el Piamonte italiano del siglo XIX, representan un testimonio elocuente de cómo la fe puede traducirse en acciones concretas de amor hacia los más desfavorecidos y olvidados de la sociedad. La fundación de la Pequeña Casa de la Divina Providencia en Turín no fue simplemente un acto de filantropía, sino la materialización de una visión espiritual profunda, donde cada persona necesitada era acogida como un miembro precioso de la familia de Dios, sin importar su condición física, mental o social. Su figura sigue siendo un referente ineludible para comprender la caridad cristiana en su expresión más heroica y desinteresada.

La celebración de San José Benito Cottolengo cada 30 de abril invita a los fieles a contemplar el poder transformador de la fe vivida con abandono total en las manos de Dios, especialmente en el servicio a los pobres y sufrientes. En nuestra vida cotidiana, a menudo marcada por la búsqueda de seguridades materiales y el temor a la escasez, el ejemplo de Cottolengo nos desafía a cultivar una confianza más profunda en la providencia divina, que nunca abandona a quienes se entregan al servicio del prójimo. Se estima que su intercesión fortalece a aquellos que trabajan en el campo de la asistencia social y sanitaria, animándolos a ver el rostro de Cristo en cada persona necesitada. Recordar a este santo es, por tanto, renovar el compromiso con una caridad activa y una fe que se demuestra con obras, superando el miedo y la indiferencia.

EL CORAZÓN DE BRA: SEMILLAS DE UNA VOCACIÓN PROVIDENCIAL

San José Benito Cottolengo, Santoral Del 30 De Abril De 2025
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Nacido en Bra, Piamonte, el 3 de mayo de 1786, Giuseppe Benedetto Cottolengo creció en el seno de una familia profundamente cristiana, siendo el mayor de doce hermanos, lo que sin duda forjó en él un temprano sentido de la responsabilidad y la atención a los demás. Desde joven manifestó una clara inclinación hacia el sacerdocio, sintiendo la llamada a dedicar su vida al servicio de Dios y de las almas, un anhelo que cultivó con esmero durante sus años de formación. Cursó estudios de teología en Turín, destacándose por su piedad y su inteligencia, preparándose así para el ministerio que marcaría un antes y un después en la asistencia a los más desvalidos. Su ordenación sacerdotal en 1811 abrió la puerta a una vida entregada al cuidado pastoral y a una creciente sensibilidad hacia las necesidades de los pobres.

Durante sus primeros años como sacerdote, ejerció su ministerio en diversas parroquias y como canónigo en Turín, ganándose fama de predicador elocuente y confesor compasivo, pero sintiendo una inquietud interior que lo impulsaba a buscar una forma más radical de servicio. Un episodio ocurrido en 1827 se considera el catalizador de su gran obra: el encuentro con una mujer francesa enferma y embarazada, que moría en la calle al ser rechazada en varios hospitales por su condición de indigente y su enfermedad contagiosa. Profundamente conmovido por esta tragedia, Cottolengo comprendió que Dios le pedía crear un lugar donde nadie fuese rechazado, un refugio seguro para los más abandonados. Este fenómeno de exclusión social lo motivó a una acción decidida.

Movido por esta inspiración divina y una confianza inquebrantable en la ayuda de Dios, alquiló unas modestas habitaciones en Turín, dando inicio a lo que llamó el «Deposito de’ poveri infermi del Corpus Domini», un pequeño hospital destinado a acoger a aquellos enfermos que no tenían cabida en ninguna otra institución. A pesar de las dificultades económicas iniciales y la falta de recursos, Cottolengo se mantuvo firme en su propósito, confiando únicamente en la Providencia Divina para el sostenimiento diario de su incipiente obra. Este humilde comienzo sentó las bases de un proyecto caritativo que crecería exponencialmente, atrayendo a colaboradores y voluntarios conmovidos por su fe y su entrega. La pequeña semilla plantada en aquellos cuartos estaba destinada a convertirse en un árbol frondoso.

LA PEQUEÑA CASA DE LA DIVINA PROVIDENCIA: OBRA CUMBRE DE SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO

Tras ser obligado a cerrar su primer «depósito» por temor a epidemias, San José Benito Cottolengo no se desanimó, sino que buscó un lugar más amplio en las afueras de Turín, en la zona de Valdocco, donde en 1832 fundó la Piccola Casa della Divina Provvidenza (Pequeña Casa de la Divina Providencia). Este nuevo emplazamiento permitió una expansión significativa de su labor, acogiendo no solo a enfermos incurables, sino también a personas con discapacidades físicas y mentales, huérfanos, ancianos abandonados y cualquier individuo en situación de extrema necesidad. La Pequeña Casa se concibió como una verdadera ciudad de la caridad, organizada en distintas «familias» según las necesidades específicas de sus residentes. Se convirtió rápidamente en un referente de acogida incondicional.

La organización y el funcionamiento de la Pequeña Casa eran un reflejo directo de la fe de su fundador, basándose enteramente en la confianza en la Providencia Divina para cubrir todas las necesidades materiales y espirituales. Cottolengo prohibió explícitamente tener rentas fijas, presupuestos planificados o acumular reservas significativas, dependiendo exclusivamente de las donaciones diarias y la generosidad espontánea de bienhechores anónimos. Este modelo de gestión, considerado por muchos como temerario o imprudente, demostró ser sostenible gracias a lo que el santo llamaba «los milagros cotidianos de la Providencia». Según expertos en su obra, esta confianza radical era el motor que impulsaba el crecimiento constante de la institución.

Con el tiempo, la Pequeña Casa se convirtió en un vasto complejo asistencial, llegando a albergar a miles de personas y diversificando sus servicios para atender una amplia gama de necesidades humanas, incluyendo talleres, escuelas y comunidades religiosas dedicadas al servicio de los residentes. Cottolengo fundó diversas congregaciones religiosas masculinas y femeninas (los Sacerdotes, Hermanos y Hermanas de Cottolengo) para asegurar la continuidad de la obra y garantizar una atención impregnada de espíritu evangélico. Su visión integral de la persona humana lo llevó a cuidar no solo del cuerpo, sino también del alma, promoviendo un ambiente de fe, oración y dignidad para todos los acogidos. El complejo sigue siendo hoy un testimonio vivo de su carisma.

FE INQUEBRANTABLE: EL SECRETO DE LA CARIDAD DE COTTOLENGO

Santoral Iglesia Catolica
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El motor que impulsó la ingente obra de San José Benito Cottolengo fue, sin duda alguna, su fe inquebrantable y su abandono total en las manos de Dios, una confianza que se manifestaba en cada decisión y en la gestión diaria de la Pequeña Casa. Vivía con la convicción profunda de que Dios proveería todo lo necesario si la obra se mantenía fiel a su propósito de servir a los más pobres por amor a Él. Esta certeza no era una simple creencia pasiva, sino una fuerza activa que lo llevaba a emprender proyectos audaces sin contar con seguridades humanas, desafiando la lógica mundana y demostrando el poder de la oración y la dependencia divina. Su lema «Caritas Christi urget nos» (El amor de Cristo nos apremia) resumía perfectamente su motivación.

La espiritualidad de Cottolengo estaba profundamente arraigada en la oración y la contemplación del misterio de Cristo sufriente en los pobres, viendo en cada persona necesitada el rostro mismo del Señor. Esta visión sobrenatural le permitía superar el cansancio, las críticas y las innumerables dificultades que encontró en su camino, manteniendo siempre una actitud de alegría serena y gratitud hacia Dios. Fomentaba esta misma actitud entre sus colaboradores y los residentes de la Pequeña Casa, creando un ambiente donde la fe no era solo un consuelo, sino el fundamento mismo de la vida comunitaria y del servicio caritativo. Se estima que su ejemplo personal fue clave para atraer tantas vocaciones a su obra.

Su método de gestión, basado exclusivamente en la Providencia, implicaba una actitud constante de espera y receptividad a los dones de Dios, que llegaban a menudo de formas inesperadas y a través de personas anónimas. Rechazaba cualquier intento de planificación financiera a largo plazo, argumentando que esto demostraría una falta de confianza en el Padre celestial, que conoce las necesidades de sus hijos. Esta dependencia radical, lejos de generar ansiedad, infundía en él y en su comunidad una profunda paz y libertad interior, permitiéndoles centrarse enteramente en el cuidado amoroso de los acogidos. Este fenómeno ha sido objeto de estudio por su singularidad en la historia de las instituciones caritativas.

UN LEGADO DE AMOR SIN LÍMITES: LA HUELLA PERENNE DE COTTOLENGO

San José Benito Cottolengo falleció el 30 de abril de 1842 en Chieri, cerca de Turín, dejando tras de sí una obra consolidada y un ejemplo luminoso de santidad vivida en la caridad heroica. Su muerte no supuso el fin de la Pequeña Casa, sino el inicio de una nueva etapa de expansión bajo la guía de las congregaciones que él mismo había fundado, asegurando la continuidad de su carisma y su misión. La fama de su santidad se extendió rápidamente, y su tumba se convirtió en lugar de peregrinación y oración para innumerables fieles que buscaban su intercesión. El proceso de canonización culminó en 1934, cuando el Papa Pío XI lo elevó a los altares, presentándolo a toda la Iglesia como modelo de fe y caridad.

El legado de Cottolengo trasciende los muros de la Pequeña Casa de Turín, inspirando iniciativas similares en diversas partes del mundo y manteniendo vivo su mensaje de confianza absoluta en Dios y amor incondicional a los pobres. Su figura es un recordatorio perenne de la dignidad intrínseca de cada persona, especialmente de aquellas que la sociedad tiende a descartar o marginar por sus limitaciones físicas, mentales o sociales. En un mundo a menudo dominado por el utilitarismo y la eficiencia, el ejemplo de Cottolengo clama por una cultura del cuidado, la gratuidad y la acogida sin condiciones. Según expertos en pastoral social, su enfoque sigue siendo profundamente relevante.

La Pequeña Casa de la Divina Providencia continúa hoy su labor, manteniéndose fiel al espíritu de su fundador y adaptándose a las nuevas formas de pobreza y necesidad que surgen en la sociedad contemporánea, siendo un faro de esperanza para miles de personas. La celebración de San José Benito Cottolengo nos invita a renovar nuestra propia confianza en Dios y nuestro compromiso con los más vulnerables, recordando que la fe sin obras está muerta y que el amor al prójimo es la medida última de nuestra relación con Dios. Su vida demuestra que, incluso partiendo de la nada, la fe y la caridad pueden mover montañas y construir obras que glorifican a Dios y alivian el sufrimiento humano de manera extraordinaria.