La trágica sombra del atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) sigue pesando sobre Argentina y la comunidad internacional. Treinta años después de aquel oscuro 18 de julio de 1994, cuando un coche bomba destruyó el edificio de la AMIA, dejando 85 víctimas mortales y cerca de 300 heridos, el clamor por la justicia aún resuena con fuerza.
En un gesto de solidaridad y compromiso, el Papa Francisco se ha unido a este aniversario con una carta publicada por la Conferencia Episcopal Argentina, en la que reafirma que la búsqueda de justicia no debe decaer, pues es esencial no solo para las familias afectadas, sino para la cohesión del tejido social de la nación.
EL SILENCIO COMO TESTIGO DE UN DOLOR INCONMENSURABLE
El silencio, según el Santo Padre, se presenta como una «presencia palpable» de aquellos que ya no están, un eco de las vidas truncadas y el peso de la ausencia. En ese silencio, se escucha el dolor indecible ante una desgracia que sigue sin resolverse.
Para el Papa, este silencio también encierra la fuerza para enfrentar la realidad del mal y la resiliencia para seguir adelante. Es allí donde se fragua la esperanza de que actos tan repudiables de violencia no se repitan.
La memoria, agrega el Pontífice, debe ser nuestra guía, pues nos enseña que recordar no es solo mirar hacia atrás, sino proyectarnos en esperanza hacia un futuro donde prevalezca el respeto a toda vida humana y a la dignidad, por encima del odio y la división.
UN LLAMADO A LA UNIÓN Y LA ACCIÓN POR LA JUSTICIA
En su carta, el Papa Francisco invita a todas las personas de fe y de buena voluntad a unirse en oración y acción, a trabajar incansablemente por un mundo más fraterno, donde la justicia y la paz se abracen. Pues, como él mismo afirma, «sin justicia no habrá paz duradera ni efectiva«.
El Pontífice pide el consuelo divino para las familias que aún lloran a sus seres queridos, y la fortaleza para todos los sobrevivientes que cargan con heridas en sus cuerpos y almas. Asimismo, expresa su deseo de que el Dios de la paz bendiga a todos con la esperanza y la audacia necesarias para llevar a cabo esta misión de justicia y reconciliación.
UN LEGADO DE DOLOR Y ESPERANZA
Treinta años después del atentado, la memoria de quienes perdieron la vida sigue viva en las oraciones y el compromiso constante por alcanzar la justicia. El silencio, ese poderoso testigo, nos recuerda que el dolor y la ausencia son realidades que, si bien abruman, también pueden ser fuente de resiliencia y esperanza.
El llamado del Papa a la unión y la acción por la justicia y la paz es un eco de lo que la sociedad argentina y la comunidad internacional deben asumir como un compromiso ineludible. Solo así podremos honrar a las víctimas y proteger a las generaciones futuras, construyendo un mundo donde la dignidad humana prevalezca sobre la violencia y la división.