Comer sano en la infancia asegura una buena salud en la edad adulta

Una alimentación saludable, una dieta equilibrada y unos hábitos alimenticios adecuados son fundamentales para prevenir enfermedades. De hecho, ocho de cada diez enfermedades se pueden prevenir a través de la alimentación. De ahí la importancia de comenzar una nutrición óptima antes incluso del propio nacimiento. Los mil primeros días que recogen el embarazo y los dos primeros años de vida del bebé son cruciales para el desarrollo físico e intelectual. En este periodo de tiempo, el niño está expuesto a una serie de factores externos que producirán modificaciones permanentes que pueden influir sobre su salud en el futuro. En esta etapa, unos adecuados hábitos alimentarios son claves para el crecimiento, pero también es fundamental la alimentación de la madre gestante.

Durante el embarazo se deben seguir los mismos principios básicos de una alimentación sana y equilibrada, consumir fruta, verduras y grasas saludables, pero además son necesarios ciertos nutrientes para el buen desarrollo y crecimiento del bebé como el ácido fólico, que ayuda a prevenir problemas relacionados con el cerebro y la médula espinal durante el embarazo. Se encuentra, principalmente en las verduras de hoja verde, los cítricos y en ciertas legumbres como las lentejas o las alubias. También es importante consumir proteínas, vitamina D y calcio para tener huesos y dientes fuertes, tanto el bebé como la madre. El hierro es fundamental para prevenir anemias y producir hemoglobina, la proteína de los glóbulos rojos que transporta el oxigeno a los tejidos del cuerpo. En el embarazo se necesita el doble de hierro para producir más sangre y poder suministrar el oxígeno necesario al bebé.

Tras el parto, “las sociedades científicas recomiendan la lactancia materna en exclusiva los primeros seis meses de vida. En caso de no ser posible o no desearse, se optará por una fórmula adaptada. Después del periodo de lactancia se empezará con la diversificación alimentaria introduciendo los diferentes alimentos”, explica la doctora Montse Arias Blanes, pediatra y gastroenteróloga del Hospital Quirónsalud Barcelona.  En este periodo de adaptación, el bebé va a descubrir los diferentes colores, sabores y texturas de los alimentos, va a experimentar y a aprender a comer. Esta etapa debe realizarse de forma gradual y con mucha paciencia.  Aunque no existe un calendario que indique en qué momento se debe introducir cada alimento, es recomendable que se opte por los más saludables, naturales y sostenibles posibles.

Entre los 6 y los 24 meses de vida, el bebé es capaz de mantenerse durante un tiempo sentado con ayuda, pasar objetos de una mano a otra, llevárselos a la boca y chuparlos. También va adquiriendo la maduración digestiva suficiente para poder absorber y asimilar alimentos con consistencia blanda o semisólida. Por lo tanto, es el momento de acostumbrar al bebé a consumir alimentos diferentes a la leche materna o de fórmula y a experimentar con las diferentes texturas, primero con sus manos y luego con la cuchara. También es conveniente que aprenda a estar sentado frente a un plato de comida sin distracciones (televisión, tablet…). Pero también es el momento de establecer buenos hábitos alimentarios en toda la familia. Hay que animar al niño a consumir fruta y verdura fresca, de temporada y de proximidad, que aportan vitaminas y minerales, incluir cereales, idealmente integrales y de forma natural, en forma de pan, avena, arroz…y aumentar el consumo de legumbres como fuente de proteínas. “Se debe intentar reducir las proteínas de origen animal, eligiendo en tal caso pescado, huevos o carne blanca, y fomentar el consumo de frutos secos en presentaciones adaptadas a la edad de los niños”, añade la doctora Arias.

En estos primeros años de vida las necesidades de hierro para el desarrollo intelectual son elevadas. La carne aporta hierro de fácil absorción, además de proteínas y zinc, necesario para el crecimiento de los tejidos, y vitamina B12, fundamental para la formación de las células de la sangre y para el desarrollo del sistema nervioso. Lo ideal en esta edad es introducir carnes de sabor suave como pollo, conejo, pavo, ternera o cerdo descartando los embutidos, la piel de las aves y la grasa visible. El pescado también es fuente de proteínas, vitaminas A, D y B 12, además de yodo, fósforo, hierro, magnesio, selenio y, por supuesto, principal fuente de ácidos grasos poliinsaturados Omega 3, imprescindibles para el desarrollo del sistema nervioso central. Estos ácidos grasos previenen enfermedades cardiovasculares y reducen los factores de riesgo de tener el colesterol alto, entre otras enfermedades. Por todos estos beneficios se aconseja consumir más pescado que carne, pero siempre libre de espinas. Por su parte, el huevo es también un excelente alimento desde el punto de vista nutricional.

Un niño con buenos hábitos alimentarios desde sus primeros años de vida está recibiendo la cantidad de nutrientes necesarios para un crecimiento y un desarrollo saludable, lo que fortalecerá su sistema inmunitario y reducirá el riesgo de que a lo largo de su vida pueda padecer enfermedades del corazón, tener presión arterial alta, colesterol o diabetes.

A medida que el niño va creciendo, es fundamental que se mantengan las buenas costumbres en la alimentación. Además, es importante que los niños estén activos, salgan a jugar, hagan ejercicio y limiten las horas de pantalla, así como dejar para ocasiones excepcionales el consumo de alimentos procesados, ricos en grasas, en azúcares o en sal como pueden ser los embutidos, los zumos de frutas envasados, las galletas o los cereales del desayuno azucarados. Si estos cambios se realizan en familia, será más fácil y divertido.