La serie 'Innato' nos presenta a Sara, una psicóloga interpretada por Elena Anaya que ha construido una vida perfecta sobre el olvido. Pero su aparente equilibrio se rompe cuando su padre, Félix Garay (Imanol Arias), sale de prisión. Este hombre, apodado por la prensa como ‘el asesino del gasoil’, ha cumplido 25 años en la cárcel. Su regreso a la libertad coincide con una escalada de crímenes que imitan su macabro método. De pronto, el pasado que Sara intentó enterrar regresa.
El núcleo de ‘Innato’ es el trauma. No solo el de Sara, que revive su adolescencia marcada por los horrores cometidos por su padre, sino el que amenaza con transmitirse. La serie utiliza los flashbacks con acierto, cruzando esos recuerdos dolorosos con un presente donde su hijo, Sebas (Teo Soler), empieza a mostrar una fascinación inquietante por el abuelo al que nunca conoció. Este es uno de los puntos más fuertes del guion: explora el estigma de ser ‘hijo de un monstruo’.
Sara vive atormentada por una doble carga. Por un lado, está el trauma de los crímenes. Por otro, un terror constante a su propia genética. La serie aborda el debate científico y moral más antiguo en criminología: ¿la maldad nace o se hace? ‘Innato’ no da una respuesta fácil, pero sí propone un camino para entenderlo.
‘Innato’ en Netflix: El peso de los secretos y una mentira para sobrevivir
Lo que empieza como un intento de protección puede convertirse en la semilla de la destrucción. En ‘Innato’, la mentira tiene un peso enorme. Sara decide ocultarle a su hijo la verdadera identidad de su abuelo, con la intención de protegerlo. Pero los secretos familiares son, sencillamente, una bomba de relojería.
La ficción juega constantemente con la posibilidad de que la descendencia de Félix herede una tendencia hacia la psicopatía. De hecho, sugiere que la reputada psicóloga no se ha saltado ninguna generación. A través de pinceladas, vemos a una Sara que reconoce en sí misma ciertos rasgos oscuros, pero que logra canalizar mediante un autocontrol férreo, como un ‘monstruo domesticado’. Su hijo Sebas se convierte en su espejo más cruel y temido.
¿Merece un monstruo una segunda oportunidad?
Uno de los temas más valientes ‘Innato’ en Netflix es su tratamiento de Félix Garay. Imanol Arias da vida a un ‘monstruo’ que ha pagado sus delitos con 25 años de cárcel. Pero ‘Innato’ plantea una pregunta más: ¿qué pasa después? La sociedad que lo juzgó no está dispuesta a darle una segunda oportunidad. Félix se encuentra con una libertad que es, en realidad, una extensión de su celda: acoso vecinal, juicio mediático constante y la nula posibilidad real de redimirse.
Resulta curioso cómo la serie genera dualidad en el espectador: sabemos que es un criminal, pero el personaje logra generar empatía e incluso lástima. ¿Es posible la reinserción para alguien que ha perpetrado terribles asesinatos? ¿La opinión pública y el sistema mediático están diseñados para que un monstruo nunca deje de serlo?
Un elenco que sostiene la presión psicológica

El peso de la serie recae sobre los hombros de Elena Anaya, y su interpretación es impecable. La actriz logra encarnar la contención de quien debe proyectar normalidad mientras la paranoia la devora por dentro. Su labor es clave en este mapa de tensión psicológica. Imanol Arias, por su parte, construye un Félix ambiguo, capaz de mostrar un lado humano que sorprende y desconcierta, sin blanquear en ningún momento sus atrocidades pasadas.
Pero la serie no sería lo mismo sin el buen desempeño del resto del reparto. Emma Suárez, Roberto Álamo, Aura Garrido o Ane Gabarain, entre otros, aportan matices esenciales. Cada personaje interioriza a su manera el miedo y el estigma que envuelve a la familia Garay, creando una red de relaciones asfixiante y creíble. Teo Soler, como el joven Sebas, es especialmente convincente en su papel de adolescente confundido que busca su identidad en el lugar más peligroso.
‘Innato’ consigue otro de sus objetivos: enganchar. En sus ocho capítulos, dirigidos por Lino Escalera e Inma Torrente, provoca esa necesidad de ver el siguiente episodio. Ese efecto binge-watching se apoya en una cuidada fotografía que aprovecha la atmósfera fría y grisácea de Vitoria para envolver al espectador en una sensación de desasosiego constante.
¡Spoiler! La serie culmina con un adiós del todo inesperado. Se trata de un cierre a la altura, que deja la puerta abierta a una segunda temporada donde las consecuencias de lo vivido serán clave para el destino de los supervivientes. La ficción, producida por Plano a Plano y Bilbao y Dynamic Television, logra lo que pocas consiguen: que el miedo psicológico se te meta en el cuerpo no por sustos, sino por su capacidad para agitar tus pensamientos.








