El mundo de la neurociencia continúa avanzando, trabajando en diferentes proyectos que están relacionados con el cerebro y su funcionamiento, algunos de ellos pensados para la creación y desarrollo de biocomputadoras que puedan llegar a ser toda una revolución en diferentes ámbitos.
Ahora un neurocientífico ha revelado un avance revolucionario a través del cual se convierten cerebros en ordenadores con interfaz cerebral-máquina integrada, en lo que están trabajando grandes corporaciones con la finalidad de acabar con la línea entre la biología y las máquinas.
MÁQUINAS A LA ALTURA DE LOS CEREBROS HUMANOS

Más allá de los implantes cerebrales de Elon Musk, que ya están en Europa, nos encontramos con nuevos avances en el terreno de la neurociencia que hay que tener muy en cuenta por lo que pueden suponer para el futuro. En este sentido, los investigadores trabajan en computadoras fabricadas con tecnología cerebral, lo que nos lleva a poder hablar de biocomputadoras.
La inteligencia artificial general (AGI) ha pasado a ser uno de los principales objetivos a perseguir por la gran mayoría de las empresas tecnológicas de la actualidad, de forma que empresas como Amazon, OpenAI, xAI o Meta tienen proyectos en marcha en este sentido.
Su objetivo es claro, y es el de tratar de llegar a poner las máquinas a la altura de los cerebros humanos en cuestiones como el razonamiento y el comportamiento. No es extraño, además, que haya otras empresas que quieran dar pasos hacia adelante en este sentido, habiendo algunas de ellas que juntan de forma directa la tecnología con una parte de material humano.
Este es el caso del estudio que recoge Science Alert, en el que se habla del uso de células cerebrales para convertir cerebros en ordenadores con interfaz cerebral-máquina integrada.
CEREBROS CONVERTIDOS EN ORDENADORES

La biología y la tecnología se encuentran más unidas que nunca y que haya entusiasmos por combinar la inteligencia artificial con las capacidades humanas se encuentra alimentado por tres tendencias convergentes.
En primer lugar, tiene que ver con un capital de riesgo que está evolucionando hacia todo aquello que tiene que ver con la IA, de forma que ahora nos encontramos con muchas ideas que son financiables. Además, las técnicas para poder cultivar tejido cerebral fuera del cuerpo humano han sido desarrolladas y la industria farmacéutica es parte de este complejo proceso.
Por otro lado, nos hemos encontrado en los últimos tiempos con importantes avances en las interfaces cerebro-computadoras que han hecho que crezca la aceptación de estas tecnologías que tratan de eliminar la línea que existía entre las máquinas y la biología.
Todo ello ha provocado el impulso de nuevos experimentos y proyectos que, aunque no son realmente nuevos, pues durante los últimos años ha habido diferentes estudios relacionados con la activación de neuronas en pequeños electrodos, son claves para el futuro. Todo parece indicar que dentro de poco tiempo podremos ver cerebros convertidos en ordenadores.
ORDENADOR BIOHÍBRIDO SIMILAR AL CEREBRO HUMANO

Así ha quedado demostrado en experimentos como el llevado a cabo en 2013 por un grupo de investigadores que, hace más de una década, demostraron que las células madre tenían una capacidad interesante. Esta pasaba por organizarse de forma autónoma en estructuras tridimensionales similares a las del cerebro humano.
Asimismo, apenas unos años antes, otro equipo de investigadores propuso establecer una comunicación bidireccional entre neuronas y electrodos, un trabajo a través del cual pudieron plantar las primeras semillas de un ordenador biohíbrido.
Esta innovación ha llevado a que Cortical Labs, una compañía australiana, incluso haya llegado a sugerir que las neuronas cultivadas pueden aprender a jugar al ping pong en un sistema de circuito cerrado.
Aunque se trata de una propuesta tan original como complicada, este progreso ha generado gran polémica por los peligros de equiparar la inteligencia artificial con la humana. Además, hay una gran cantidad de debates éticos, si bien por el momento la mayoría de los experimentos se centran en organoides cerebrales como herramientas bioéticas.
BIOCOMPUTADORAS BASADAS EN EL CEREBRO EN SU PRIMERAS ETAPAS

Mientras la neurociencia revela que vivir en barrios pobres aumenta el riesgo de demencia, hay diferentes empresas y grupos académicos de países como Australia, China, Suiza y Estados Unidos que compiten en la materia. Su objetivo es construir plataformas informáticas biohíbridas que tengan fines multidisciplinares.
Mientras que la mencionada empresa australiana Cortical Labs está preparando el lanzamiento de una biocomputadora de escritorio a la que ha llamado CL1, la firma suiza FinalSpark ofrece acceso remoto a sus organoides neuronales.
Estos son solo algunos de los múltiples proyectos que están en marcha. Desde la Universidad de California en San Diego, en Estados Unidos, proponen el uso de sistemas basados en organoides para predecir las trayectorias de los derrames de petróleo en la Amazonia para 2028.
Por otro lado, hay que destacar a un equipo de científicos estadounidenses que ha desarrollado una interfaz cerebro-ordenador (BCI) de silicio del grosor de un cabello que se puede implantar en el cerebro y que puede transferir datos a altas velocidades. Este dispositivo podría transformar la interacción entre los seres humanos y los ordenadores.
El BCI se podría usar en el tratamiento de afecciones neurológicas como las lesiones medulares, la epilepsia, accidentes cerebrovasculares, ceguera y ELA, además de ayudar a controlar las convulsiones y a restaurar las funciones motoras del habla y visuales. Todo ello lo pretende conseguir a través de un diseño mínimamente invasivo, pero de alto rendimiento.
Este sistema, desarrollado por parte de la Universidad de Columbia, el Hospital Presbiteriano de Nueva York, la Universidad de Stanford y la Universidad de Pensilvania, puede marcar la pauta a seguir de cara a conseguir que este tipo de interfaces tengan aplicaciones médicas de relevancia.
Más allá de conseguir ordenadores que funcionen a partir de cerebros, la ciencia sigue evolucionando y podríamos aprovecharnos de estos avances en el futuro, cuando estas investigaciones y desarrollos pueden resultar claves para afrontar diferentes afecciones y problemas de salud. Por lo tanto, nos encontramos ante una era apasionante, aunque al mismo tiempo genera muchos debates éticos.






