La merienda con ColaCao y galletas María: por qué ya no sabe igual

Regresar a esas tardes interminables tras el colegio supone recordar un ritual sagrado que marcó a varias generaciones de españoles. Aquel tazón humeante y las galletas deshaciéndose lentamente forman parte de nuestra memoria sentimental colectiva más profunda.

Todo el mundo recuerda perfectamente cómo preparar un buen ColaCao para que quedase justo en su punto, con esa montaña de polvo marrón desafiando la gravedad sobre la leche. Esa imagen icónica nos transporta inmediatamente a la cocina de nuestros padres, donde el tiempo parecía detenerse mientras removíamos con la cuchara intentando gestionar los grumos. El aroma inconfundible que salía del bote amarillo es, probablemente, una de las magdalenas de Proust más potentes que tenemos en España, capaz de evocar recuerdos dormidos con solo destapar la tapa de plástico roja.

La experiencia sensorial de aquel cacao soluble iba mucho más allá del simple acto de alimentarse, convirtiéndose en un premio tras la jornada escolar. Resulta curioso pensar que aquella ceremonia vespertina definía si éramos de un bando o de otro en el patio del colegio, defendiendo nuestra elección con vehemencia infantil. Aunque la receta trata de mantenerse fiel a sus orígenes, la percepción de que algo ha cambiado es una constante en las conversaciones de quienes hoy peinamos canas y seguimos buscando ese sabor exacto de la infancia.

EL RITUAL SAGRADO DE LAS TARDES DE LOS OCHENTA

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La merienda no era un trámite rápido como ahora, sino un momento de desconexión absoluta frente al televisor de tubo viendo los dibujos animados de la época. Para disfrutar plenamente de la experiencia, era imprescindible que la leche estuviera muy caliente para ablandar las galletas pero no tanto como para quemar la lengua. Ese equilibrio térmico era fundamental para que el polvo de cacao se integrase parcialmente, dejando esa capa superficial que a muchos nos encantaba rescatar con la cuchara antes de dar el primer sorbo a la taza.

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Las galletas María, especialmente si eran las míticas Fontaneda cuadradas o redondas, jugaban un papel protagonista como acompañantes indiscutibles de este festín vespertino. No había mayor placer que mojar la galleta hasta el límite de su resistencia física, justo antes de que se partiera y cayera al fondo del tazón. Esa tensión dramática formaba parte del juego, y cuando ocurría la tragedia del desmoronamiento, no quedaba más remedio que iniciar la operación de rescate con la cucharilla, creando una papilla deliciosa que hoy sería difícil de explicar a las nuevas generaciones.

LA QUÍMICA DE LOS GRUMOS QUE NO SE DISUELVEN

Lo que hacía verdaderamente especial al ColaCao original no era solo su sabor dulce, sino su rebeldía física a disolverse completamente en la leche fría o templada. Esa característica textura no era un defecto de fábrica, sino que se debía al cacao natural sin tratar químicamente para ser soluble al instante, conservando sus propiedades y su grasa natural. Los famosos grumos se convirtieron en una seña de identidad tan potente que, cuando la marca intentó lanzar versiones de disolución rápida, muchos puristas sentimos que nos estaban robando parte de la experiencia.

Existía una técnica depurada para gestionar esos pequeños volcanes de chocolate que explotaban en el paladar liberando un sabor intenso y concentrado. Los verdaderos expertos sabían que aplastar los grumos contra el borde de la taza era un arte que requería paciencia y dedicación durante minutos. Frente a la competencia que prometía una mezcla homogénea instantánea, nosotros preferíamos trabajar nuestra bebida, disfrutando de esa imperfección maravillosa que convertía cada desayuno o merienda en algo único y texturizado.

¿HAN CAMBIADO LA FÓRMULA ORIGINAL A ESCONDIDAS?

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Una de las teorías más extendidas en las redes sociales y foros de nostalgia afirma que los ingredientes ya no son los mismos que en 1980. Es una realidad que la industria alimentaria ha evolucionado drásticamente eliminando ciertas grasas y ajustando los niveles de azúcar para cumplir con los estándares de salud actuales. Aunque la marca asegura mantener la esencia de su cacao tradicional, las materias primas globales y los procesos de refinado han variado, lo que inevitablemente afecta a los matices más sutiles que nuestro cerebro tiene registrados.

Además, la procedencia del cacao y el tipo de tueste pueden variar ligeramente de una cosecha a otra, alterando mínimamente el perfil aromático del producto final. No podemos olvidar que las normativas sanitarias europeas son ahora mucho más estrictas respecto a aditivos y conservantes que hace cuarenta años. Estas modificaciones, aunque imperceptibles para un consumidor nuevo, pueden ser detectadas por el paladar de un veterano del ColaCao que lleva décadas consumiendo el mismo producto y que nota esa ligera diferencia en el retrogusto.

EL DRAMA DE LAS GALLETAS QUE SE ROMPEN EN EL FONDO

Volviendo a las compañeras de viaje, las galletas María también han sufrido su propia transformación a lo largo de los años en busca de un perfil nutricional más aceptable. Muchos tenemos la sensación de que la consistencia ha cambiado y que ahora absorben la leche de una manera diferente, deshaciéndose más rápido o quedando demasiado duras. Aquella pasta perfecta que se formaba en el fondo del tazón, mezcla de harina, azúcar y el poso del cacao, era un manjar que se reservaba para el final, como el postre dentro del postre.

La desaparición de ciertas marcas o la absorción de fábricas tradicionales por grandes multinacionales también ha homogeneizado el sabor de las galletas de desayuno. Antes podíamos distinguir perfectamente si eran artesanas o industriales por el simple crujido al morderlas o por cómo reaccionaban al contacto con el líquido caliente. Esa pérdida de diversidad en el lineal del supermercado contribuye a esa sensación generalizada de que la merienda, en su conjunto, ha perdido parte de su personalidad y carácter artesanal.

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NUESTRO PALADAR YA NO ES EL DE UN NIÑO

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Más allá de los cambios en la formulación del ColaCao o de las galletas, hay un factor biológico determinante que solemos pasar por alto al juzgar los sabores del pasado. Con la edad perdemos papilas gustativas y nuestra percepción del dulce se altera, haciendo que necesitemos estímulos más intensos para sentir lo mismo que sentíamos con siete años. Lo que antes nos parecía un manjar de dioses, hoy puede resultarnos empalagoso o simplemente plano, no porque el producto sea peor, sino porque nuestra fisiología ha cambiado irremediablemente.

A esto se suma el poderoso filtro de la nostalgia, que tiende a idealizar los recuerdos positivos y a borrar cualquier matiz negativo de nuestras vivencias infantiles. Nuestra mente nos dice que todo sabía mejor antes, asociando el sabor del cacao a la despreocupación, la seguridad del hogar y la ausencia de responsabilidades adultas. Es imposible competir contra un recuerdo emocional tan potente, por lo que cualquier versión actual, por muy fiel que sea a la original, siempre saldrá perdiendo en la comparativa sentimental.

LA EVOLUCIÓN DEL MERCADO Y NUEVAS ALTERNATIVAS

El mercado actual de bebidas chocolatadas se ha diversificado hasta el infinito, ofreciendo opciones con cero azúcares, con fibra o con extra de proteínas. Esta fragmentación ha hecho que el consumo se haya dispersado y que el bote clásico ya no sea el único rey absoluto de la despensa española. Sin embargo, la marca ha sabido mantener su posición de liderazgo adaptándose a los tiempos sin renunciar a su buque insignia, entendiendo que hay cosas que no se deben tocar demasiado.

Al final, prepararse un tazón de leche con galletas sigue siendo un acto de refugio contra el estrés de la vida moderna y la rapidez del día a día. Quizás el sabor no sea idéntico al de 1990, o quizás seamos nosotros los que hemos cambiado, pero el ritual sigue funcionando como un bálsamo reconfortante. Da igual los años que pasen, porque cada vez que vemos esos grumos flotando, volvemos a ser ese niño que esperaba ansioso a que se enfriara la leche para devorar su merienda favorita.

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