El intento de golpe de Estado del 23-F sigue siendo uno de los momentos más tensos y delicados de nuestra historia reciente. Las imágenes de la Guardia Civil tomando el control del Congreso de los Diputados dieron la vuelta al mundo en cuestión de minutos. Parecía que los viejos fantasmas del pasado regresaban con fuerza para amenazar la libertad que tanto nos había costado conseguir. Sin duda, aquel evento marcó un punto de inflexión decisivo en la Transición.
Durante aquellas horas interminables, la sociedad española demostró una madurez democrática ejemplar ante la grave amenaza de las armas y la violencia. Nadie salió a la calle para apoyar la insurrección militar, dejando completamente solos a los golpistas en su intento fallido. El silencio sepulcral de las ciudades contrastaba con el ruido de sables que retumbaba dentro del palacio legislativo. Fue una prueba de fuego que consolidó definitivamente nuestro sistema político frente a cualquier intento de involución.
EL MOMENTO EXACTO QUE CONGELÓ A TODA UNA NACIÓN
El reloj marcaba las seis y veintitrés de la tarde cuando se desató el caos absoluto en el salón de plenos. Un grupo numeroso de guardias civiles interrumpió la votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo ante el asombro de los presentes. Los gritos autoritarios y los disparos al techo provocaron una escena de pánico que nadie esperaba presenciar aquel día. En ese instante preciso, el tiempo pareció detenerse por completo para todos los españoles que escuchaban el golpe.
Los diputados se vieron obligados a tirarse al suelo para proteger su integridad física ante la incesante lluvia de balas. Solo tres figuras clave permanecieron sentadas en sus escaños desafiando abiertamente la autoridad de los asaltantes armados del 23-F. Este gesto de valentía personal se ha convertido con el tiempo en un símbolo potente de la dignidad democrática. La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo mientras el país entero temblaba de miedo.
LA INCERTIDUMBRE DE UNA NOCHE LARGA DE TRANSISTORES
Mientras los diputados permanecían secuestrados, los ciudadanos buscaban información desesperadamente a través de la radio para entender qué estaba pasando realmente. Las emisoras se convirtieron en el único vínculo fiable con la realidad exterior durante aquellas horas de oscuridad informativa. Las familias se reunían alrededor de los aparatos escuchando marchas militares y comunicados confusos que aumentaban el temor generalizado. La falta de noticias claras generaba una angustia terrible en cada hogar de nuestra geografía aquella noche.
El papel de los periodistas fue fundamental para narrar en directo los acontecimientos y mantener informada a la población civil. A pesar de la censura y las amenazas directas, muchos profesionales arriesgaron su seguridad para contar la verdad del 23-F. Sus voces temblorosas pero firmes acompañaron a millones de personas durante la vigilia más larga que se recuerda en democracia. Gracias a su labor incansable, pudimos seguir minuto a minuto el desarrollo de aquel drama nacional.
EL MENSAJE TELEVISIVO QUE TRANQUILIZÓ A LA POBLACIÓN
La intervención del Rey Juan Carlos I en televisión bien entrada la madrugada fue el punto de inflexión definitivo del conflicto. Vestido con el uniforme de Capitán General, ordenó a las fuerzas armadas que regresaran inmediatamente a los cuarteles sin excusas. Aquellas palabras firmes y serenas desactivaron el apoyo que los golpistas esperaban recibir del resto de las capitanías. Fue el momento exacto en el que la democracia ganó la batalla contra el miedo y la incertidumbre.
Millones de españoles respiraron aliviados al ver que la máxima autoridad del Estado se posicionaba claramente a favor de la Constitución. La imagen del monarca defendiendo la legalidad vigente desmoronó cualquier esperanza de éxito que tuvieran los rebeldes atrincherados. Esa retransmisión histórica se grabó a fuego en la retina de varias generaciones que temían un retroceso político. La normalidad comenzaba a abrirse paso lentamente entre la confusión reinante en la capital tras el susto del 23-F.
LOS PROTAGONISTAS INESPERADOS DEL INTENTO GOLPISTA DEL 23-F
Más allá de los líderes políticos conocidos, aquella jornada trágica reveló el carácter de muchas personas anónimas y secundarias. Funcionarios del Congreso, ujieres y personal de servicio vivieron el secuestro con la misma intensidad que los propios diputados electos. Sus testimonios posteriores han servido para reconstruir la pequeña historia humana dentro de la gran historia política del 23-F. Ellos sufrieron el mismo terror y la misma incertidumbre sin tener ninguna responsabilidad pública en los hechos.
También merece la pena recordar la actitud de los ciudadanos de a pie que mantuvieron la calma en sus casas. La ausencia de incidentes graves en las calles demostró el civismo de una sociedad que rechazaba la violencia. No hubo enfrentamientos ni revueltas, solo una espera tensa y disciplinada hasta que se resolvió el conflicto armado. Esa madurez colectiva fue, sin duda, la mejor respuesta posible ante la barbarie del asalto al parlamento.
LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS INMEDIATAS TRAS LA LIBERACIÓN
La salida de los diputados del Congreso a la mañana siguiente marcó el final feliz de una pesadilla aterradora. Los abrazos entre políticos de diferentes ideologías simbolizaron la unidad de los demócratas frente a cualquier amenaza totalitaria externa. Aquel espíritu de concordia reforzó los lazos institucionales y aceleró la consolidación de nuestro joven sistema de libertades. El fracaso estrepitoso del golpe del 23-F tuvo el efecto paradójico de fortalecer lo que pretendía destruir.
El juicio posterior a los responsables sirvió para depurar las responsabilidades penales y cerrar las heridas abiertas en el estamento militar. La justicia actuó con firmeza para demostrar que nadie está por encima de la ley en nuestra democracia. Este proceso legal fue indispensable para recuperar la confianza plena en las instituciones del Estado de derecho. España salió de aquella prueba traumática mucho más fuerte, unida y convencida que antes del incidente.
UNA LECCIÓN DE HISTORIA PARA LAS NUEVAS GENERACIONES
Recordar lo sucedido es vital para que los jóvenes valoren la libertad que disfrutan hoy en día con naturalidad. La democracia no es un regalo eterno, sino una conquista diaria que debemos proteger y cuidar entre todos. Conocer los errores y los peligros del pasado, como el 23-F, nos ayuda a no repetirlos. Es nuestra responsabilidad transmitir este legado de convivencia pacífica a quienes no vivieron aquellos días de angustia y oscuridad.
La memoria de aquel evento nos recuerda la importancia de defender las instituciones frente a cualquier tipo de extremismo radical. Debemos mantenernos vigilantes y comprometidos con los valores constitucionales que nos unen como sociedad libre y plural. La historia nos enseña que la libertad es frágil y requiere el compromiso activo de todos. Solo así podremos asegurar un futuro de paz y prosperidad para nuestro país lejos de sables.










