El camión de Coca-Cola, la pelota de Nivea y otros objetos que han formado parte de tu infancia

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La infancia son poco más que recuerdos. Una vez que superamos aquellos años mágicos, felices, nos quedan impregnados en la mente fogonazos, imágenes sueltas. Un día en la playa, un cumpleaños, la casa de los abuelos…La memoria, a edades tan tempranas, no tiene el desarrollo suficiente para hilar grandes relatos u ordenar acontecimientos. Es como abrir una caja llena de fotografías. Te vas encontrando cosas, sin saber muy bien a qué corresponde cada una.

Y dentro de esa caja de fotografías nos encontraremos seguro con objetos. Objetos que tal vez no recordamos dónde haberlos visto, cuando, ni con quien. Pero recordamos su forma, nos son familiares los colores, unas letras…Forman parte, en definitiva, del nebuloso paisaje de la memoria infantil.

Cada generación atesora en su memoria un paisaje singular, poblado de especies únicas. Nuestros abuelos recordarán aquellos primeros televisores, nosotros las game boys antiguas, los tamagotchi…Aquí va un viaje por esos objetos que se nos quedan impregnados en los recuerdos de infancia.

El camión de Coca-Cola

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“La chispa de la felicidad”, podría decirse calcando la publicidad de la empresa de refrescos. El camión de Coca-Cola, recordamos, llegaba a todas partes. Allí en el pueblo, en los veranos tórridos, oíamos traquetear su motor al acercarse.

El camión de Coca-Cola surtía al bar de refrescos para nosotros y cervezas para nuestros padres, tíos y abuelos. Ciertamente, debe de ser de lo más rentable para Coca-Cola tener a generaciones de niños con su logotipo grabado a fuego en el subconsciente. Cosas de la globalización, prodigios de la publicidad.

El balón de Nivea

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Otro clásico de los veranos, y otra jugada maestra del marketing. La pelota promocional de una marca de cremas, indisociablemente unida a nuestros recuerdos de la niñez. Qué vamos a hacerle. Lo cierto es que, no se sabe cómo, la pelota de marras estaba en todas partes.

Era una pelota azul, con unas letras blancas con el nombre ‘Nivea’ que durante años eran lanzadas por avionetas por todas las playas de nuestro país, incluso a veces también por helicópteros. Al parecer su origen se remonta a la Alemania de los años 30, aunque no empezaron a llegar a nuestro país hasta la década de los 70.

Tamagotchi

Ahora llevamos en el bolsillo un teléfono móvil que nos permite jugar a cientos de juegos desde cualquier parte y en cualquier momento. En los años 90 las cosas no eran tan fáciles. El tamagotchi era de los pocos, por no decir el único, aparatito para el entretenimiento portátil.

La mascota electrónica a la que debíamos cuidar, alimentar y mantener limpia causó auténtico furor entre los niños desde su lanzamiento en 1996. Si tuviste uno y todavía lo conservas, te interesará saber que actualmente se cotiza por encima de los 100 euros, prácticamente cuatro veces su precio inicial.

Game Boy

La primera Game Boy de la historia la presentó Nintendo en abril de 1989. La primera tirada, de más de 300.000 unidades, se vendió en un abrir y cerrar de ojos. Supuso toda una revolución en el mundo del entretenimiento y de los videojuegos. Todos los niños querían tener una, y no había carta a Papá Noel o a los Reyes Magos en la que no se leyese, con una letra temblorosa, “me he portado muy bien y pido una Game Boy”.

Vista desde el presente, las viejas Game Boy se nos antojan como unos aparatos feos, casi como si fuesen ladrillos con botones. Y así era, desde el punto de vista del diseño. Pero aquello también tenía sus virtudes, al margen de las horas de diversión que nos proporcionaba. Y es que la batería de una Game Boy duraba muchísimo más que la de nuestros móviles.

Gogos

Los gogos forman parte de la memoria de los niños que crecimos en los años 90. Aquellos muñequitos de colores y de mil formas distintas que guardábamos en estuches e intercambiábamos en el patio del colegio. No estaba muy claro para qué servían, además de para tenerlos. Y eso era lo mejor.

Cada uno hacía con ellos un poco lo que le parecía. Lo adaptaba a sus juegos y diversiones. Los lanzaba lejos, jugaba a los bolos con ellos, los apostaba con un amigo, tiraba a canasta con gogos…A falta de libro de instrucciones, nada como la imaginación infantil.

El balón del Mundial

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Aquel balón del Mundial de Japón y Corea del año 2002, con una especie de llama triangular en los dos extremos de la bola. Aquel fue el mundial en el que la selección anfitriona, Corea del Sur, nos eliminó en penaltis por un fallo de Joaquín. Tal vez se trata del primer gran trauma futbolístico de mi generación, o al menos es el primero que recuerdo.

Pero a esas edades uno olvida rápido. Y aquel balón nos trajo disgustos, sí, pero también jugamos horas y horas con él. En el patio del colegio, en el parque, en la calle, en la playa…¿Quién se acordaba de que ese era el balón con el que Joaquín había fallado un penalti?

Turbo peonzas

En los últimos años de la década de los 90 se puso de moda electrificar los juguetes de toda la vida, como es el caso de las peonzas, el yoyó o los cubos de rubik. Estas peonzas lo tenían todo para triunfar entre la chavalada, pues era posible ponerlas a “pelear” entre sí. Y esa era la gracia.

Estas peonzas eran impulsadas por un pequeño aparato que las hacía girar a toda velocidad. El reto era colocar otras peonzas girando encima de la inicial en equilibrio o conseguir que otra peonza desestabilizase a la del adversario.

Mecano

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Esta fue la verdadera escuela de los ingenieros que acaban de empezar su carrera hace pocos años. Ni facultades, ni politécnicas ni nada. El Mecano entretuvo las horas muertas de los niños más curiosos y manitas de mi generación. Era un juego difícil, que invitaba a tirar la toalla a los pocos minutos. Eran necesarias buenas dosis de paciencia para sacarlo adelante.

¿Quién no recuerda aquellos maletines de plástico negro, llenos a rebosar de piezas minúsculas? El equivalente para las nuevas generaciones tal vez sea el Minecraft y su construcción por bloques.