La respuesta es Leonel Morales y Leo de María

Ni el frío invernal que el pasado 29 de Octubre irrumpía este otoño en nuestra ciudad, ni el ser el primer lunes del nuevo horario, que tras su cambio producía que las ocho de la tarde se antojara noche cerrada, fueron capaces de arruinar el esperado concierto en la Sala Mozart de los grandes Leonel Morales y Leo de María.

Con una mucho más que noble entrada, cientos de amantes de la música nos concentramos este pasado lunes por la tarde en el Auditorio de Zaragoza para evadirnos un par de horas de lo de siempre y poder asistir a lo que nos ofrecían ayer estos dos grandes Maestros junto a sus dos impresionantes pianos gran cola.

Cuando previamente echas un vistazo a sus currículos y te encuentras con esto…

http://www.leonelmorales.com/web_leonel/?page_id=12987

http://www.leodemaria.es/premios/

…uno ya espera algo muy grande. Pero cuando, de repente, empiezas a oírlos interpretar los primeros compases del primer movimiento Allegro non troppo de la Sonata para dos pianos en Fa m Op. 34b de Brahms, lo que te encuentras es con algo mucho mayor todavía. Olvidas los títulos, premios y tantos enormes reconocimientos que ambos albergan y automáticamente pasas a la dimensión música, donde el leitmotiv de este precioso movimiento colapsa tus sentimientos ante tal magistral interpretación por parte de ambos pianistas.

Johannes Brahms es quizás la mayor representación del romanticismo. Clásico y conservador, sus partituras están llenas de pasión. Está considerado, junto a Bach y Beethoven, como tres de los mayores compositores de la historia. Pero esto es realmente un problema para cualquier intérprete, ya que sus partituras entrañan una grandísima dificultad y requieren el mismo apasionamiento a la hora de interpretarlas para poder acercar al oyente a lo que Brahms en su día imaginó, fruto de profundos sentimientos y su amor por la música.

En esta ocasión, Leonel Morales se ocupó del piano 1 y Leo de María del piano 2, aunque los que conocemos esta obra sabemos de la similitud en complejidad y ocupación sonora en todo momento de la obra de ambos pianos. Y ambos pianos sonaron maravillosos

Abarcando esta obra maestra la primera parte del concierto, en la segunda parte, los dos pianistas intercambian sus herramientas, Leo piano 1 y Leonel piano 2, para interpretar en un primer lugar la Suite Cascanueces, Op. 71 de Piotr Ilich Chaikovski. Y con ello el deleite del público.

Esta popular obra, que se presta a tararear y recordar con suma facilidad por la cantidad de hermosas melodías “cantábile” que contiene, estamos acostumbrados a oírla orquestada, siendo los elementos de viento-madera principalmente los que interpretan dichas melodías y son tan recordados en nuestra mente.

Y el que escribe oyó los viento-madera y los identificó en las manos de Leo de María con tanta sutileza a la hora de interpretar tan delicadas, agudísimas y brevísimas notas, que resultaba sencillamente delicioso oírlas interpretadas a piano. Es más, aportaba una dulzura tan especial que automáticamente me transportó a mi infancia, donde en casa se oía en multitud de ocasiones y en bucle la Suite Cascanueces y el Lago de los cisnes de mi adorado y para otros polémico Chaikovski, así como mis primeros pinitos oyendo ambas obras y tocándolas “de oído” en el piano de mi familia. Apoyado, adornado y endulzado en todo momento por Leonel Morales, cubriendo el resto de los elementos sinfónicos con incuestionable maestría, el Cascanueces cobró una frescura inmejorable.

Pero había más. Y el reto era importante… La Valse, de Maurice Ravel.

Ravel se propuso componer un vals apoteósico en honor de la obra de Johan Strauss. Pero la primera guerra mundial se lo impidió en un principio. Acabada ésta, Maurice se encontró con una Europa destruida y decadente. Y por ello la obra es un continuo encuentro y desencuentro sonoro entre notas gravísimas, llenas de misterio y a veces incluso disparatadas, que describen magistralmente el desastre, la confusión y la desesperación, mientras surge la repetitiva, urgente e imperiosa necesidad de recuperar el control de la situación con la irrupción del romanticismo de la rica, entonces, corte Vienesa, quizás único alimento de Strauss. Como si fuera un ave fénix resurgiendo entre sus cenizas, este recurso musical se hace inquietante y a veces incluso deliciosamente molesto, como dirían Les Luthiers, “provocando una calma caótica”. Representado esto último por un gran vals a lo gran Strauss, que si las circunstancias hubieran sido otras, sin duda hubiera llegado a nacer, cae continuamente y agoniza ante el pánico de la situación de la época. Y esto es lo que hace mágica esta impresionante obra de Ravel, pese a las críticas en contra de entonces.

¿Y cómo se puede conseguir transmitir todo esto con dos pianos? La respuesta es Leonel Morales y Leo de María.

Hasta ese momento, la dinámica impartida por ambos había sido patente, creando atmósferas de sonido llenas de apenas silencio, en contrapunto con momentos sublimes, magníficos, de esos que notas como la música golpea tu pecho para penetrar en el corazón. Pero en el caso de La Valse, la aplicación de la dinámica y la rápida y exquisita digitación de las teclas de ambos pianos y el uso razonable y a veces en exceso de los pedales hacen que La Valse cobre un dinamismo impredecible a veces y pidiéndolo a gritos, otras.

Todo esto sumado a imposibles desplazamientos ascendentes y descendentes, con una sincronización perfecta en tiempo y expresión, hizo posible la ovación final del público, quien tras tres minutos consecutivos de aplausos provocó que los artistas fueran obligados a saludar reverentes también hasta tres veces.

Consecuentemente y como regalo a un público entregado al espectáculo que habíamos presenciado, los dos maestros nos obsequiaron con una exquisitez de origen cubano, siglo XIX cargada de optimismo y humor musical mediante el uso en ocasiones de golpes rítmicos con sus manos en la madera de los pianos.

Y como bis, tuvieron la ocasión de repetir el movimiento más recordado del Cascanueces, que provocó que todos abandonásemos finalmente la Sala Mozart tarareando con alegría mientras que empezábamos a digerir la magnitud del concierto que habíamos presenciado.

Un privilegio para los oídos del que suscribe y un Bravo final por ambos artistas, Leonel, totalmente consagrado y Leo, que con sus veintitrés años sin duda seguirá evolucionando, enriqueciéndose todavía más y provocando sin duda y durante muchos más años emociones únicas e irrepetibles allá donde en solitario, formando parte de una orquesta, o de nuevo, junto a Leonel, sea convocado.