Todavía dices "voy al Pryca" y no lo puedes evitar: la huella imborrable de un hipermercado que era una fiesta

Un viaje al pasado para recordar aquellos sábados en los que llenar el carro de la compra suponía toda una excursión familiar y una experiencia casi festiva. Analizamos por qué, veinticinco años después de su desaparición oficial, ese nombre de cinco letras sigue tatuado a fuego en la memoria colectiva de millones de españoles.

Aunque el calendario marque el año 2025 y los carteles luminosos digan Carrefour, es muy probable que tú también sigas diciendo esa palabra mágica cuando coges las llaves del coche. Y es que el nombre se resiste a abandonar nuestro vocabulario cotidiano, desafiando el paso del tiempo y demostrando que las marcas que tocan la fibra sensible nunca mueren del todo. Decir "Pryca" no es un simple error lingüístico ni un despiste de abuelo cebolleta, es un acto de rebeldía nostálgica que nos conecta directamente con una época donde todo parecía más sencillo y auténtico.

El olor característico de la sección de panadería mezclado con el de los detergentes a granel es una de esas sensaciones que tenemos grabadas en el hipotálamo. Para una generación entera, ir a la compra se transformaba en una fiesta cada fin de semana, una aventura que rompía la monotonía de la semana laboral y escolar. No íbamos solo a abastecernos de leche o galletas, sino a pasear por unos pasillos que parecían avenidas de una ciudad futurista, donde la abundancia y la novedad nos entraban por los ojos bajo la luz de los fluorescentes.

EL GIGANTE QUE NOS ENSEÑÓ A LLENAR EL CARRO

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La llegada de estas grandes superficies a la periferia de nuestras ciudades a finales de los setenta supuso una verdadera revolución para las familias españolas de clase media. De repente, el modelo de consumo español dio un giro de ciento ochenta grados, pasando de la tienda de ultramarinos del barrio a naves inmensas donde cabía absolutamente todo. Fue en 1976 cuando la marca comenzó a expandirse con fuerza, enseñándonos a manejar carros gigantescos y a comprar en cantidades industriales, inaugurando la era del consumo masivo en nuestro país.

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Lo que muchos no sabían entonces, y algunos descubren ahora con sorpresa, es que aquel nombre tan sonoro no era más que una descripción literal de su promesa. Efectivamente, el acrónimo de precio y calidad caló hondo en la mente de los consumidores, funcionando como un eslogan perfecto que no necesitaba más explicaciones para convencer al público. Esa sencillez en el mensaje, unida a una oferta agresiva que miraba por la peseta, cimentó una lealtad hacia el Pryca que muy pocas empresas modernas han logrado replicar con sus complejos programas de fidelización.

CUANDO IR A COMPRAR ERA EL PLAN DEL SÁBADO

No se trataba simplemente de una transacción comercial, sino de un ritual sagrado que comenzaba cargando a los niños en el asiento trasero del coche. Al llegar al destino, el aparcamiento se convertía en un punto de encuentro social donde saludabas a los vecinos que habían tenido la misma idea que tú para pasar la mañana. Era el momento de la semana en el que la familia funcionaba como un equipo coordinado, recorriendo kilómetros de estanterías y debatiendo si comprar el pack ahorro de yogures o probar esa nueva marca de refrescos.

La experiencia trascendía la lista de la compra porque allí dentro podías encontrar desde un recambio para el coche hasta el último juguete de moda que salía en la televisión. Sin duda, la oferta de ocio iba más allá de la alimentación y convertía la visita en una especie de parque temático del consumo para los más pequeños. Los niños se perdían maravillados en la sección de juguetes o libros mientras los padres calculaban el presupuesto, creando recuerdos imborrables entre montañas de productos apilados con una estética que hoy llamaríamos industrial.

AQUELLA ROPA DE MARCA TEX Y LOS DISCOS DE VINILO

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Uno de los grandes hitos de este hipermercado fue democratizar el acceso a productos que hasta entonces se compraban en tiendas especializadas y más caras. De hecho, vestir a toda la familia resultaba mucho más económico gracias a sus marcas propias, que, aunque básicas, cumplían su función sobradamente y llenaron los armarios de media España. Quién no recuerda aquellos chandales resistentes o las zapatillas de lona que aguantaban todo el curso escolar, convirtiéndose en el uniforme no oficial de los parques y los patios de recreo de los ochenta.

Pero no solo de ropa y comida vivía el cliente, pues la sección de electrónica y música era un imán irresistible para los jóvenes que buscaban las últimas novedades. En aquellos pasillos, la tecnología punta convivía con los productos frescos en una mezcla caótica pero fascinante que definía perfectamente la cultura pop de la época. Podías salir de allí con un kilo de filetes de ternera, un radiocasete de doble pletina y el último vinilo de Mecano, todo pagado en la misma caja registradora tras esperar una cola que siempre parecía interminable.

LA RIVALIDAD CON CONTINENTE Y EL ADIÓS DEFINITIVO

Durante años, el mercado español se dividió en dos bandos casi irreconciliables, como si de equipos de fútbol se tratara: los fieles al trébol verde y los seguidores del logo azul de Continente. Esta competencia feroz provocó que la batalla por los precios bajos marcó una época dorada para el ahorro doméstico, obligando a ambas cadenas a innovar constantemente para atraer a los clientes. Las promociones, los sorteos de coches y los regalos directos eran el pan de cada día en una guerra comercial que mantenía a las familias atentas a los buzones.

Sin embargo, la globalización y los movimientos empresariales dictaron sentencia a finales de la década de los noventa, anunciando una fusión que nos dejaría huérfanos de nuestra marca favorita. Fue en el año 2000 cuando el cambio de milenio trajo consigo el fin de la marca tal y como la conocíamos, integrándose todo bajo el paraguas de Carrefour y unificando la estética. Aunque la operación empresarial fue un éxito rotundo, muchos sentimos que con la retirada de aquellos carteles se iba también un pedacito de nuestra historia personal y de nuestra juventud.

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UN FENÓMENO SOCIOLÓGICO QUE SE NIEGA A DESAPARECER

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Es curioso observar cómo, décadas después, la marca ha resurgido convertida en un icono de culto vintage que se estampa en sudaderas y camisetas modernas. Hoy en día, ver camisetas con el antiguo logotipo nos saca una sonrisa de complicidad por la calle, identificándonos como miembros de esa generación que vivió la transición del comercio tradicional al gran hipermercado. El marketing de la nostalgia ha sabido leer esta emoción, recuperando puntualmente la estética de Pryca para campañas que se vuelven virales en cuestión de horas.

Al final, por mucho que cambien los rótulos luminosos, las aplicaciones móviles y los servicios de entrega a domicilio, hay costumbres que se quedan grabadas en el ADN de la sociedad. Está claro que la memoria colectiva es mucho más fuerte que el marketing y por eso seguiremos usando ese nombre prohibido con total naturalidad. Porque Pryca no era solo un sitio donde comprar leche; era el escenario de nuestra infancia, el lugar donde aprendimos el valor del dinero y, sobre todo, donde fuimos felices un sábado cualquiera empujando un carro que siempre tenía una rueda estropeada.

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