Cada diciembre se repite el ritual. Miramos el calendario, vemos que se acerca el 22 y empezamos a preguntarnos lo de siempre: ¿y si este año toca? En esa búsqueda casi desesperada de un pequeño empujón de suerte, durante décadas hemos acudido a videntes, numerólogos y supersticiones de todo tipo. Ahora, a esa lista se ha sumado un nuevo “oráculo”: la inteligencia artificial, o ChatGPT.
En la Lotería de Navidad 2025, el fenómeno ha ido un paso más allá. ChatGPT, junto a varios videntes mediáticos, ha entrado de lleno en la conversación pública y ha provocado colas, números agotados y debates en redes sociales. No porque nadie crea de verdad que exista una fórmula mágica, sino porque la ilusión colectiva sigue necesitando símbolos a los que agarrarse.
La pregunta no es si la IA puede predecir el Gordo (no puede), sino por qué hemos pasado de confiar en bolas de cristal a preguntarle a un algoritmo qué décimo comprar. Y qué dice eso de nosotros.
Cuando los videntes marcaban el camino (y agotaban décimos)

Antes de que habláramos de algoritmos y modelos de lenguaje, el protagonismo lo tenían los videntes. Cada Navidad, nombres conocidos del mundo esotérico lanzaban sus apuestas y, casi de inmediato, esos números volaban de las administraciones. No importaba cuántas veces se repitiera que el sorteo es aleatorio: bastaba una predicción viral para disparar la demanda.
Este año ha vuelto a ocurrir. Números señalados por figuras como Maestro Joao o David Hernando han circulado como pólvora en redes sociales y programas de televisión. En muchas administraciones, los loteros reconocen que hay clientes que entran preguntando directamente “el número del vidente”, convencidos de que, al menos, así sienten que no juegan al azar absoluto.
Más allá de la fe en estas predicciones, lo interesante es la reacción de la gente. Hay quien compra el décimo “por si acaso”, quien se ríe pero lo guarda y quien reconoce abiertamente que lo hace por tradición. Al final, la videncia funciona más como un ritual compartido que como una creencia real en acertar el Gordo.
ChatGPT entra en escena y se convierte en el nuevo oráculo moderno

La gran novedad de los últimos años es que ese papel simbólico lo ha empezado a ocupar la inteligencia artificial. Preguntarle a ChatGPT qué número jugar se ha convertido en una conversación habitual en oficinas, grupos de WhatsApp y sobremesas. No porque se le atribuya poderes sobrenaturales, sino porque suena a algo “más racional”.
La paradoja es evidente, cuando se le pregunta, la propia IA insiste en que no puede predecir ningún sorteo y recuerda que todos los números tienen la misma probabilidad. Aun así, sus respuestas (basadas en evitar fechas populares o combinaciones muy repetidas) han sido suficientes para que algunos números se vuelvan virales y se agoten en cuestión de horas.
Las reacciones han sido de todo tipo. Hay quien se indigna por ver a la IA convertida en adivina moderna, quien lo vive como una curiosidad divertida y quien defiende que, al menos, así se evita compartir premio si toca. En el fondo, ChatGPT ha heredado el rol que antes tenían los videntes, no promete ganar, pero acompaña la ilusión.
Ilusión, azar y una tradición que no cambia

Estadísticos y expertos lo repiten cada año, y este no es la excepción, no hay método para aumentar las probabilidades reales de ganar la Lotería de Navidad. Ni la videncia, ni la numerología, ni la inteligencia artificial pueden alterar un sorteo diseñado para ser completamente aleatorio.
Entonces, ¿por qué seguimos buscando señales? Psicólogos y sociólogos coinciden en que la Lotería de Navidad no va solo de dinero. Va de compartir esperanza, de tener una historia que contar y de sentir que formas parte de algo colectivo. Elegir un número recomendado por un vidente o por ChatGPT no es una estrategia matemática, es una forma de participar en el relato.
Quizá por eso, pese a toda la información disponible, cada diciembre seguimos preguntando a “oráculos”, sean humanos o digitales. Porque, al final, la Lotería de Navidad no se juega solo con números, sino con ilusión. Y esa, por mucho que avance la tecnología, sigue siendo profundamente humana.






