Durante los últimos días, las alertas meteorológicas han vuelto a ser protagonistas de conversaciones y debates en buena parte de España. La borrasca Emilia, lluvias intensas, posibles inundaciones, riesgo elevado y avisos extraordinarios han sido el denominador común de un episodio que, sin embargo, ha dejado sensaciones muy distintas según la fecha y la zona.
Mientras ciertos lugares sí han sufrido lluvias importantes y problemas puntuales (como el control del caudal del barranco del Carraixet), en otros tantos la realidad ha sido muy diferente a lo anunciado. La evidente brecha entre previsión y experiencia vivida está provocando el efecto indeseado de una creciente desconfianza ciudadana hacia la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y los organismos de Protección Civil. Los primeros por predicciones erróneas y los segundos por avisos precipitados.
El caso más comentado ha sido el de la Comunidad Valenciana. Por ejemplo, el pasado 13 de diciembre, numerosos vecinos recibieron en sus teléfonos móviles un mensaje de emergencia a través del sistema ES-Alert. El aviso advertía de un riesgo elevado por lluvias intensas e inundaciones y recomendaba evitar desplazamientos y extremar las precauciones. La alerta se basaba en las previsiones de la AEMET, que había activado avisos de nivel rojo ante la posibilidad de precipitaciones muy abundantes en pocas horas.
Sin embargo, el temporal no se comportó como se esperaba en muchas de las zonas alertadas. En buena parte de la provincia de Valencia, las lluvias fueron débiles o moderadas, sin episodios graves ni situaciones de peligro real para la población. Las calles no se inundaron, los cauces no se desbordaron y la vida cotidiana transcurrió con relativa normalidad. Para muchos ciudadanos, la diferencia entre el mensaje recibido y lo que finalmente ocurrió fue muy evidente.
"La ES-Alert basada en predicciones es contraproducente"
Como consecuencia de esos avisos, se cerraron lugares abiertos al público, se cancelaron jornadas laborales e incluso se suspendió el partido de LaLiga entre el Levante y el Villarreal. La decisión, adoptada por prudencia, fue posteriormente cuestionada al comprobarse que las condiciones meteorológicas no eran especialmente adversas. Muchos lo consideran una sobrerreacción basada exclusivamente en previsiones que no llegaron a cumplirse.
"Primera vez en la historia del fútbol que se suspende un partido por lluvia sin que llueva. Al final no harán caso a las recomendaciones y vendrá el lobo", dice Elías. "Un año después de la terrible inundación, la única medida cada vez que llueve un poco es cancelar y prohibir movimientos en lugar de mejorar infraestructuras", expresa otro vecino valenciano.
Y es que numerosos usuarios que habían reorganizado su jornada, cancelado viajes o suspendido actividades mostraron su malestar ante lo que interpretaron como una alarma injustificada. Los expertos consultados por este diario abogan por críticas que no se dirigen a la meteorología como ciencia, sino al uso de herramientas pensadas para emergencias reales.
El sistema ES-Alert de Protección Civil, diseñado para avisar de peligros inminentes como inundaciones, incendios o episodios extremos ya en marcha, se utiliza ahora a menudo sobre la base de una previsión, no de un fenómeno constatado.

"Ese matiz es clave. La meteorología es, por definición, una ciencia probabilística", nos cuentan. AEMET trabaja con modelos numéricos de predicción que analizan millones de datos procedentes de estaciones, satélites y radares; y estos modelos ofrecen escenarios posibles, no certezas absolutas. En situaciones atmosféricas complejas, como las que afectan al Mediterráneo en invierno, pequeñas variaciones en la posición de una borrasca o en la entrada de aire frío pueden cambiar de forma significativa el resultado final.
Por eso ocurre, y seguirá ocurriendo, que una previsión de lluvias intensas se desplace unos kilómetros o pierda fuerza en el último momento. No es necesariamente un error, sino una limitación inherente a la predicción meteorológica actual. El problema surge cuando esa incertidumbre se traduce en mensajes de emergencia que, para la población, generan nerviosismo y episodios de pánico tras los terribles sucesos de la DANA de octubre del año pasado.
Cuando ese peligro no se materializa, se genera lo que los expertos en comunicación del riesgo denominan "fatiga de alerta. Es un fenómeno bien documentado en otros países y ámbitos a base de recibir avisos que no se corresponden con la experiencia directa. Las personas comienzan a relativizarlos y el riesgo es evidente: cuando llegue un episodio realmente grave, parte de la población podría no reaccionar con la rapidez o seriedad necesarias. O, en otras palabras, el cuento de Pedro y el lobo.
El miedo de las administraciones a otro episodio como el de la DANA
España tiene un precedente muy reciente de episodios de lluvias torrenciales y DANAs que sí causaron víctimas mortales y daños millonarios. Debido a que en aquellos casos se ha reprochado a las autoridades no haber alertado con suficiente antelación, esa experiencia ha empujado a las administraciones a optar por una estrategia de máxima precaución que es contraproducente. La máxima de "mejor avisar de más que quedarse cortos" pierde el sentido cuando se lleva al extremo.
Desde las instituciones se defiende que las alertas emitidas estos días fueron preventivas y que el objetivo era evitar riesgos innecesarios. AEMET insiste en que los avisos no predicen lo que va a ocurrir exactamente en cada punto, sino que indican la probabilidad de que se den fenómenos adversos en una zona amplia. Protección Civil, por su parte, recuerda que su obligación es anticiparse y minimizar daños, aunque finalmente el escenario sea menos severo de lo esperado.
No obstante, cada vez más voces reclaman una revisión del uso del sistema ES-Alert. La crítica no se centra tanto en los avisos meteorológicos habituales —amarillos, naranjas o rojos— como en el envío de mensajes de emergencia a los móviles. Ese tipo de alerta debería reservarse para situaciones de peligro inminente y verificable, como una inundación ya en curso, el desbordamiento de un río o lluvias torrenciales detectadas por radar en tiempo real.

La diferencia no es menor porque, si bien un aviso meteorológico informa de una predicción, una alerta de emergencia interrumpe, alarma y condiciona el comportamiento inmediato de la población. Confundir ambos planos puede erosionar la confianza en un sistema esencial para salvar vidas en caso de emergencia.
Sea como fuere, los episodios extremos son cada vez más frecuentes e intensos, y la presión sobre los organismos meteorológicos y de protección civil es mayor que nunca. Los expertos exigen previsiones precisas y decisiones acertadas, pero también coherencia y proporcionalidad en la comunicación del riesgo.
Piden explicar mejor a la ciudadanía cómo funcionan los modelos de predicción, asumir públicamente sus limitaciones y afinar el uso de herramientas como el ES-Alert. De lo contrario, el peligro no será solo que una previsión falle, sino que cuando la amenaza sea real, demasiadas personas decidan no creérsela.







