Y para los que creían que la Generación Z era una de las más afortunadas por crecer llena de beneficios, este estudio investigación académica liderada por Gabriel Rubin, profesor de estudios de justicia en la Universidad Estatal de Montclair (Montclair State University, Estados Unidos) lo contradice todo.
¿Y si la generación que vive en uno de los momentos más seguros de la historia fuese, al mismo tiempo, la que más miedo siente? ¿Y si tener toda la información del mundo en el bolsillo no nos estuviera tranquilizando, sino justo lo contrario? Algo así es lo que le está pasando a la Generación Z, atrapada entre pantallas infinitas, titulares alarmantes y una sensación constante de amenaza que no siempre se corresponde con la realidad.
Lo paradójico es que no hablamos de percepciones vagas. Los datos empiezan a acumularse, menos violencia real que en décadas anteriores, más acceso a derechos, más herramientas para cuidarse… y, aun así, más ansiedad, más insomnio y más miedo al futuro. Algo no encaja.
En los últimos días, varios estudios han vuelto a poner el foco en esta contradicción. Desde investigaciones que analizan qué pasa cuando los jóvenes de la Generación Z dejan TikTok o Instagram durante una semana (investigación publicada en la revista médicaJAMA Network Open), hasta entrevistas en profundidad que revelan una idea inquietante, muchos sienten que el mundo es peligroso y que, además, no hay nada que puedan hacer para cambiarlo.
Generación Z: Vivir hiperconectados no significa vivir tranquilos

Uno de los experimentos más comentados ha sido el que pidió a casi 300 jóvenes reducir drásticamente el uso de redes sociales durante solo siete días. El resultado sorprendió incluso a los investigadores, bajaron la ansiedad, la depresión y los problemas de sueño de forma notable. No desaparecieron los móviles, ni mucho menos, pero sí el consumo más adictivo y comparativo de plataformas como TikTok o Instagram.
Lo interesante es lo que ocurrió después. Muchos jóvenes de la Generación Z contaron que se sentían más “ligeros”, menos pendientes de lo que hacían los demás y con la cabeza algo más despejada. En redes, los comentarios se repetían: “no sabía que estaba tan saturado”, “pensé que me iba a aburrir y fue al revés”, “me di cuenta de cuánto me afectaba compararme todo el tiempo”. No es que las redes sean el demonio, pero el uso constante y sin pausa parece pasar factura emocional.
Eso sí, hubo algo que no mejoró en las respuestas de esta generación, la soledad. Y aquí está una de las claves. Al reducir redes, también se reducen ciertas formas de contacto social. Likes, reels compartidos, mensajes rápidos. La ansiedad baja, pero el vacío no siempre se llena. Porque estar conectado no es lo mismo que sentirse acompañado, y esta generación lo sabe mejor que nadie.
Un mundo objetivamente más seguro… percibido como aterrador por la Generación Z

Otro estudio, liderado por la Universidad Estatal de Montclair en Estados Unidos, profundiza aún más en esta sensación de amenaza constante. Tras más de 100 entrevistas en profundidad, los investigadores detectaron un cambio claro, los jóvenes de la Generación Z se sienten cada vez más cínicos, más desconfiados y menos capaces de influir en el rumbo del mundo.
No es tanto que crean que todo vaya mal, sino que sienten que nada depende de ellos. El miedo a los tiroteos, a perder derechos, a la discriminación o al colapso climático se mezcla con una percepción de falta total de control. Y cuando uno siente que no puede hacer nada, el riesgo se magnifica. Todo parece peligroso.
En redes, muchas reacciones iban en esa línea: “nos dijeron que estudiáramos, que nos esforzáramos, y aun así todo es precario”, “da igual lo que hagas, siempre hay una crisis nueva”, “¿cómo no vamos a tener ansiedad si el futuro parece una amenaza constante?”. Aunque los datos indiquen que vivimos en una época relativamente segura, la experiencia subjetiva es otra muy distinta.
Más seguidores, menos vínculos reales, así se describe a la Generación Z

A todo esto se suma otra capa, la soledad emocional. En España, casi 7 de cada 10 jóvenes de la Generación Z dicen haberse sentido solos recientemente. Y no hablamos de aislamiento extremo, sino de algo más sutil y más difícil de explicar. Se puede tener agenda llena, grupos de WhatsApp activos y cientos de seguidores… y aun así sentir que falta algo.
Los estudios lo llaman “ambivalencia social”, mucha interacción, poca intimidad. Relaciones rápidas, vínculos frágiles, conversaciones constantes pero superficiales. En este contexto, las redes no crean el problema, pero sí lo amplifican. Exponen vidas aparentemente perfectas y refuerzan la sensación de no estar a la altura, de ir siempre un paso por detrás.
Quizá por eso tantos jóvenes reaccionaron al experimento de dejar redes con una mezcla de alivio y vacío. Menos ansiedad, sí. Pero también la constatación de que necesitamos algo más que conexión digital para sentirnos seguros. Algo más humano, más lento, más real.
Al final, la gran paradoja de la Generación Z no es que tenga miedo, sino que lo tenga en un mundo que, sobre el papel, ofrece más seguridad que nunca. Tal vez el reto no sea desconectarse del todo, sino aprender a filtrar, a poner límites a la ansiedad y a reconstruir vínculos que no dependan de un algoritmo.







