El rap imposible de Antonio Resines en los Goya: dos minutos de televisión que nadie en la Academia quiere recordar

Aquel rap imposible que Antonio Resines soltó en los Goya sigue siendo, más de una década después, uno de los momentos más extraños de la gala del cine español. La música sonaba, las rimas no llegaban y el patio de butacas se heló en cuestión de segundos.

Antonio Resines llegó a aquella gala de 2012 como un actor consagrado dispuesto a reírse de sí mismo con un rap gamberro para presentar el premio a la Mejor Canción Original. Junto a El Langui, Juan Diego, Javier Gutiérrez y Tito Valverde, debía seguir una base hip hop y soltar unas rimas escritas para la ocasión. Pero cuando le tocó entrar, las palabras desaparecieron y empezó una improvisación tan extraña como torpe.

En cuestión de segundos, el tono se volvió incómodo, con un Resines repitiendo frases sin sentido mientras el público intentaba acompasar aplausos que no terminaban de arrancar. Las cámaras recogían planos de actores desconcertados, entre sonrisas tensas y miradas que buscaban refugio en la oscuridad del patio de butacas. Con el tiempo, aquel rap se convirtió en material de memes y recopilatorios de momentazos, pero para Antonio Resines fue, durante años, una espina clavada.

UN RITUAL PARA CALENTAR LA GALA

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La organización de los Goya acostumbra a introducir números musicales para aliviar la tensión de los premios y dar ritmo a una gala a menudo larga y protocolaria. En 2012, la apuesta pasó por un rap coral que sirviera de antesala al galardón a la Mejor Canción Original, mezclando humor y reivindicación. Sobre el papel, la idea encajaba con una Academia que buscaba rejuvenecer su imagen y conectar con un público más joven.

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El Langui ejercía de maestro de ceremonias y, uno a uno, los actores invitados debían encadenar estrofas sobre su relación con los premios y el oficio. Cuando llegó el turno de Antonio Resines, el plan era que entrara como un veterano algo cascarrabias que se rendía al rap para reírse de su propia carrera. Lo que nadie esperaba es que el guion saltara por los aires en cuanto pisó el centro del escenario.

CUANDO EL RITMO SE CONVIRTIÓ EN CAOS

El problema comenzó con un pequeño retraso en su entrada, suficiente para que la base musical lo descolocara y la primera frase se perdiera para siempre. Desde ese instante, el rap se convirtió en una sucesión de palabras cortadas, rimas inacabadas y silencios incómodos que rompían cualquier sensación de fluidez. El resto del elenco intentaba sostener el número, pero el foco ya estaba en el actor desorientado.

Desde el patio de butacas, la escena se percibía como un choque frontal entre la solemnidad de la gala y un experimento que no terminaba de arrancar. Cada intento de remontar la actuación chocaba con una letra que no cuadraba, una respiración entrecortada o un gesto que evidenciaba la incomodidad. Esa mezcla de vergüenza ajena y ternura dejó al público atrapado entre las ganas de reír y el pudor.

EL SILENCIO GÉLIDO DEL PATIO DE BUTACAS

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En la retransmisión se aprecia cómo, tras los primeros compases, el ruido ambiente baja de golpe y solo se escuchan la base y la voz atropellada del actor. Las risas que llegan desde el público son breves, más nerviosas que cómplices, y se alternan con aplausos tímidos. El típico murmullo de fondo de las grandes galas desaparece, sustituido por un silencio denso que se podía casi tocar.

Muchos espectadores recuerdan ese plano general en el que, acabado el número, el presentador intenta seguir con la gala como si nada, mientras las cámaras huyen del rostro de Antonio Resines. En la sala, el alivio llega en forma de cambio de tema, pero la sensación de bochorno compartido queda flotando en el ambiente. Desde casa, miles de espectadores comentan en redes lo que acaban de presenciar, elevando el momento a categoría de mito incómodo.

LA MEMORIA VIRAL DEL RAP IMPOSIBLE

Con el paso de los años, aquel rap fallido ha pasado de anécdota dolorosa a pieza fija en casi todos los recopilatorios de grandes momentazos de los Goya. Las webs y programas especializados lo rescatan cada temporada de premios, junto a caídas, discursos incendiarios y otros deslices míticos. Para muchos espectadores, se ha convertido en una especie de clásico involuntario que se revisita entre la vergüenza ajena y el cariño.

El propio Antonio Resines ha bromeado después sobre aquel día, explicando en entrevistas cómo se le borró la letra de la cabeza y cómo el rap le persiguió durante años. Llegó incluso a revisitar el número en un programa de televisión, esta vez con la letra bien aprendida, a modo de ajuste de cuentas con su yo de 2012. Ese gesto ayudó a transformar parte de la burla en una cierta admiración por su capacidad de reírse de sí mismo.

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ANTONIO RESINES Y EL PESO DE LA AUTOEXIGENCIA

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Más allá de la anécdota, el episodio dice mucho sobre cómo incluso los actores más veteranos pueden quedar expuestos en un directo. Para Antonio Resines, con una carrera llena de reconocimientos y presencia constante en el cine y la televisión españoles, aquel tropiezo supuso un recordatorio brutal de su propia vulnerabilidad. Él mismo ha reconocido que lo vivió como uno de los momentos más duros de su trayectoria pública.

El miedo al ridículo es un fantasma habitual en la profesión, pero rara vez queda registrado ante millones de espectadores y se repite durante años en redes y programas de zapping. Ese eco constante multiplica la sensación de fracaso y convierte un error puntual en una especie de etiqueta difícil de despegar. Por eso muchos intérpretes vieron en aquel rap una pesadilla profesional hecha canción.

LO QUE APRENDIÓ LA ACADEMIA DE AQUEL DESLIZ

Para la Academia, el episodio sirvió como aviso sobre los riesgos de forzar formatos y lenguajes que no encajan del todo con los invitados ni con el tono de la ceremonia. Desde entonces, los números musicales han tendido a apoyarse en artistas más rodados en el directo, con estructuras menos arriesgadas. También ha crecido el cuidado en los ensayos y en la adaptación de los guiones al perfil de quienes los interpretan.

Al final, el rap imposible quedó como una especie de vacuna colectiva frente a la solemnidad excesiva, recordando que incluso una gala tan cuidada puede desmadrarse en un segundo. Que Antonio Resines haya terminado riéndose del episodio, e incluso reversionándolo años después, ayuda a desdramatizar la escena. Y, sin embargo, cada vez que se acercan los Goya, muchos cruzan los dedos para que nada vuelva a salirse tanto del guion.

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