Pilar López de Ayala, de reina de los Goya a desaparecer del radar: qué fue de la protagonista de ‘Juana la Loca’

Brilló como una de las grandes promesas del cine español gracias a Juana la Loca, convertida en rostro icónico de toda una generación de espectadores. Su nombre sonaba en cada conversación cinéfila, sus entrevistas se multiplicaban y los directores la reclamaban sin descanso. Sin embargo, con el tiempo fue dejando de aparecer en las grandes alfombras rojas y desapareció del ruido mediático.

El Goya que Pilar López de Ayala ganó por su inolvidable Juana la Loca marcó un antes y un después en su vida profesional, pero también en la percepción del gran público sobre ella. De pronto, aquella actriz que muchos identificaban solo con series juveniles se convirtió en símbolo de prestigio y talento, asociada al mejor cine de autor español. La presión por estar a la altura fue enorme, y cada nuevo proyecto llegaba acompañado de expectativas crecientes, premios, festivales y entrevistas sin descanso.

Durante unos años pareció encadenar estrenos sin tregua, pero tras ese pico de popularidad llegó un periodo de silencio que muchos interpretaron como retirada. Ella misma ha contado que, al cumplir 35 años, el teléfono dejó de sonar y tuvo que aprender a vivir con ese olvido repentino de la industria. Lejos de hundirse, aprovechó la pausa para estudiar cine en Los Ángeles, repensar su lugar en la profesión y escoger los proyectos desde otra calma interior.

DE UNA ADOLESCENTE TÍMIDA A ROSTRO HABITUAL DE LA TELEVISIÓN

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Pilar López de Ayala nació en Madrid en 1978 y creció en una familia alejada de los focos, pero muy cinéfila, donde las películas formaban parte natural de la vida cotidiana. Empezó a hacerse un hueco en televisión con papeles en series como Menudo es mi padre, Yo, una mujer y más tarde Hospital Central, aprendiendo el oficio casi en directo ante millones de espectadores. A pesar de su timidez, pronto se acostumbró a la popularidad y a que su rostro formara parte del día a día de muchos hogares.

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El gran salto a la fama juvenil llegó con Al salir de clase, donde participó durante cientos de episodios y se consolidó como uno de los rostros reconocibles de esa generación de actores televisivos de finales de los noventa. Aquella etapa le dio tablas, visibilidad y la experiencia de lidiar con la fama muy joven, algo que luego le ayudaría a relativizar los altibajos de su carrera. También le abrió la puerta al cine, donde empezaron a llegar oportunidades que cambiarían su trayectoria para siempre.

DEL DESCUBRIMIENTO EN EL CINE A LA CORONA DE JUANA LA LOCA

Su desembarco en el cine se produjo con títulos como Báilame el agua y Besos para todos, donde demostró que podía sostener personajes complejos y alejados de la etiqueta de “chica de serie juvenil”. Precisamente gracias a Besos para todos obtuvo su primera nominación al Goya como mejor actriz revelación, una señal temprana de que la profesión veía en ella algo especial. Esos trabajos la colocaron en el radar de directores de peso y prepararon el terreno para el papel que marcaría su carrera para siempre.

Ese papel llegó con Juana la Loca, dirigida por Vicente Aranda, donde encarnó a Juana I de Castilla con una intensidad que sorprendió a crítica y público. La película se convirtió en un fenómeno, y su interpretación, llena de vulnerabilidad, obsesión amorosa y dignidad rota, la elevó a la categoría de gran actriz trágica. De repente, aquella joven madrileña tímida era el rostro de una reina histórica y el emblema de un cine español ambicioso que aspiraba a competir en festivales internacionales.

CUANDO EL GOYA LA CORONÓ REINA

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El reconocimiento se concretó en la gala en la que recibió el Goya a la mejor interpretación femenina protagonista por Juana la Loca, acompañado además por la Concha de Plata en San Sebastián por el mismo papel. No era solo un premio; era la confirmación definitiva de que había pasado de promesa a realidad, de intérprete emergente a figura central del cine español. Su nombre empezó a mencionarse junto al de las grandes actrices de su generación, y cualquier proyecto con ella generaba interés inmediato.

A aquel galardón se sumaron nuevas nominaciones a los Goya por trabajos como Obaba, Lope e Intruders, que consolidaron su imagen de actriz versátil, capaz de moverse entre el drama íntimo y las producciones de época o de género fantástico. Sus apariciones en festivales y alfombras rojas se multiplicaron, y muchos espectadores guardan aún el recuerdo de esa etapa como el momento dorado de su carrera. Sin embargo, mientras subía peldaños de prestigio, también empezaba a gestarse una relación más compleja con la fama.

EL SALTO INTERNACIONAL Y UNA CARRERA CADA VEZ MÁS SELECTIVA

Con el impulso de Juana la Loca, llegaron ofertas más allá de España y empezó a trabajar en proyectos internacionales como El puente de San Luis Rey, rodada en inglés, o la francesa Comme les autres, donde amplió su registro y sus idiomas frente a la cámara. Más tarde participarían títulos como Lope, El extraño caso de Angélica, Medianeras, Night Has Settled o Agadah, que la llevaron a rodar en países como Brasil, Portugal, Argentina, Estados Unidos o Italia. Esa apertura al exterior reforzó su perfil de actriz de culto, apreciada por directores muy distintos que veían en ella una presencia única, casi hipnótica.

Esa apertura al exterior reforzó su perfil de actriz de culto, apreciada por directores muy distintos que veían en ella una presencia única, casi hipnótica. Su carrera se volvió cada vez más selectiva, con menos papeles comerciales pero más vinculados a cine de autor y propuestas arriesgadas que conectaban con festivales y cinéfilos. Para el gran público, sin embargo, esa etapa resultó menos visible, lo que alimentó la sensación de que se había “perdido de vista”.

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DEL OLVIDO DE LA INDUSTRIA A LA BÚSQUEDA DE OTRO RUMBO PERSONAL

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Con el tiempo, y pese a su currículo lleno de prestigio, llegaron los años en que las ofertas empezaron a escasear y, según ha contado, al cumplir 35 años el teléfono prácticamente dejó de sonar. Ese silencio repentino, tan habitual en la industria cuando las actrices pasan cierta edad, la obligó a replantearse qué quería hacer con su vida profesional y cómo manejar ese aparente olvido. Lejos de victimizarse, habló siempre de ese proceso con una mezcla de lucidez y serenidad.

En lugar de aferrarse a cualquier papel, decidió irse a Los Ángeles con visado de estudiante para formarse en cine y mirar la profesión desde otro ángulo. Durante esos años redujo mucho su exposición pública, se alejó de las alfombras rojas y eligió una vida más discreta, centrada en aprender y en cuidarse a sí misma. Para muchos espectadores, esa elección se confundió con retirada, pero en realidad fue un paréntesis activo, una pausa consciente para recomponer prioridades.

UN REGRESO CALMADO, LEJOS DEL RUIDO Y FIEL A SÍ MISMA

Tras varios años sin rodar una película, su regreso al primer plano ha llegado de la mano de proyectos muy personales como En la alcoba del sultán, dirigida por Javier Rebollo, y El molino, de Alfonso Cortés-Cavanillas. No son superproducciones pensadas para arrasar taquilla, pero sí trabajos que encajan con una actriz que valora la libertad creativa y los rodajes cuidados antes que la visibilidad masiva. Su vuelta ha sido recibida con cariño por quienes nunca olvidaron aquel talento singular.

Hoy, su nombre ya no ocupa portadas cada semana ni encabeza todas las quinielas de los Premios Goya, pero sigue siendo una figura respetada, reivindicada por muchos directores y espectadores que crecieron con sus películas. Su historia, de reina indiscutible por una noche de Goya a intérprete que acepta el paso del tiempo y el olvido parcial, habla de madurez y de resistencia tranquila. Más que un final, su etapa actual parece un nuevo comienzo, más silencioso, pero quizá más libre que nunca.

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