San Francisco es mucho más que un nombre en el calendario: detrás hay un joven navarro de familia acomodada que decidió dejarlo casi todo para lanzarse a la aventura de la fe y del mar. Nacido en 1506 en el castillo de Javier, en Navarra, terminó recorriendo medio mundo entre libros, cartas y largas travesías. Su historia mezcla estudio, amistad y un giro radical de vida.
En la introducción a su figura suele destacarse que fue un hombre inquieto, muy preparado intelectualmente y con una enorme capacidad para adaptarse a culturas muy diferentes. Primero brilló como estudiante en París, donde conoció a Ignacio de Loyola y al grupo que acabaría dando origen a la Compañía de Jesús. A partir de ese encuentro, su horizonte dejó de ser Europa y empezó a mirar hacia Oriente.
UN JOVEN NAVARRO CON MENTE ABIERTA
Francisco de Jasso nació en 1506 en el castillo de Javier, en una familia noble navarra marcada por los cambios políticos de la época. Desde pequeño creció entre rezos, historias familiares y una educación cuidada, con puertas abiertas a los estudios superiores. A los diecinueve años se marchó a París, como tantos jóvenes que buscaban formarse lejos de casa y ampliar horizontes personales y profesionales.
En la capital francesa descubrió un ambiente universitario muy exigente, pero también un mundo de amistades y debates espirituales. Allí conoció a Ignacio de Loyola, un hombre mayor que él que supo acompañarlo con paciencia, preguntas directas e invitaciones a replantearse sus prioridades. Poco a poco, Francisco fue pasando de la ambición académica a una mirada más centrada en el servicio y la fe.
SU ENCUENTRO CON IGNACIO Y LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Durante sus años en París, Francisco compartió estudios y casa con Ignacio y otros compañeros que sentían que su vida no podía limitarse a la carrera universitaria. En 1534, en Montmartre, formó parte del pequeño grupo que hizo voto de pobreza y disponibilidad total, germen de la futura Compañía de Jesús. A partir de entonces, su nombre quedó unido para siempre al nacimiento de los jesuitas.
Tras la etapa parisina, Francisco fue ordenado sacerdote y participó en los primeros pasos del nuevo grupo, entre viajes, decisiones y mucha incertidumbre. No estaba previsto que él fuera misionero, pero una petición del rey de Portugal cambió el guion. El monarca necesitaba un enviado para las colonias de la India y el papa pidió ayuda a los jesuitas, que acababan de empezar a organizarse.
EL GRAN SALTO MISIONERO A ORIENTE
Con apenas treinta y cinco años, Francisco aceptó embarcarse hacia Goa como misionero y delegado pontificio, dejando atrás Europa para un viaje larguísimo y arriesgado. El trayecto por mar duró meses, con enfermedades, tormentas y muchas incógnitas sobre lo que encontraría al llegar. Aun así, su decisión reflejaba un deseo profundo de llevar el Evangelio más allá de lo conocido hasta entonces.
Instalado en Goa, en la India portuguesa, comenzó visitando enfermos, presos y barrios humildes, sin grandes medios, pero con una enorme cercanía. Aprendió lenguas locales, se adaptó a los ritmos de la gente y se ganó fama de hombre incansable, capaz de pasar el día atendiendo a quienes se acercaban. Su figura empezó a atraer vocaciones y a despertar admiración entre colonos y poblaciones nativas.
VIAJES, IDIOMAS Y UNA VIDA SIEMPRE EN MOVIMIENTO
Lejos de quedarse en un solo lugar, Francisco fue encadenando destinos y viajes que hoy resultan difíciles de imaginar. Desde Goa se movió por regiones como Travancor y Ceilán, y después por zonas de Malasia y las islas Molucas, donde combinaba catequesis, ayuda social y diálogo con autoridades locales. Se calcula que recorrió decenas de miles de kilómetros en apenas una década de misión.
En cada territorio intentaba comprender la cultura, aprender expresiones básicas y adaptar la enseñanza cristiana a la música y las costumbres locales. Muchas crónicas recuerdan su sencillez, su buen humor y una capacidad poco habitual para conectar con personas muy diferentes. De noche, cuando el ritmo bajaba, dedicaba largos ratos a la oración, preparando la jornada siguiente y revisando decisiones.
DE JAPÓN AL SUEÑO INCOMPLETO DE CHINA
Después de su intensa etapa en la India y el Sudeste Asiático, Francisco puso rumbo a Japón, un territorio complejo y muy organizado que le obligó a cambiar de registro. Allí aprendió el idioma con esfuerzo, preparó una exposición sencilla de la fe cristiana y buscó el apoyo de líderes locales para poder predicar. Aunque las conversiones fueron menos numerosas, dejó una huella profunda y duradera.
Su siguiente gran objetivo era China, vista entonces como un mundo casi inaccesible para los extranjeros. Consiguió aproximarse hasta una isla cercana a la costa, Sanjiang o Sanchón, desde donde esperaba entrar en el continente con la ayuda de intermediarios. Sin embargo, una enfermedad grave truncó sus planes y lo obligó a detenerse, lejos de los compañeros y de las ciudades que soñaba visitar.
SAN FRANCISCO: SU MUERTE, EL SANTORAL Y LA DEVOCIÓN POPULAR
Francisco Javier murió el 3 de diciembre de 1552, con unos cuarenta y seis años, en aquella isla cercana a China, sin haber cumplido del todo sus planes misioneros. Su cuerpo fue trasladado después a Goa, donde aún hoy mantiene una fuerte devoción, especialmente entre quienes recuerdan su entrega a los enfermos y a los más pobres. Con el tiempo, su figura creció hasta ser un referente global.
La Iglesia lo proclamó santo en el siglo XVII y, ya en el XX, fue declarado patrono de las misiones junto a Teresa de Lisieux, por su ejemplo de entrega universal. El calendario lo recuerda cada 3 de diciembre, y en lugares como Navarra la fecha se vive con especial intensidad, con misas, peregrinaciones y fiestas que mezclan fe, identidad local y un fuerte sentido de comunidad.
TRADICIONES DEL 3 DE DICIEMBRE EN NAVARRA Y OTROS LUGARES
En Navarra, el día de San Francisco Javier es casi una seña de identidad colectiva, con celebraciones que desbordan lo estrictamente religioso. La conocida Javierada reúne cada año a miles de peregrinos que caminan hasta el castillo natal del santo, en un ambiente de esfuerzo compartido, cantos y oración. Además, muchas parroquias organizan actos solidarios y momentos de convivencia.
En otros puntos de España y de América Latina, su fiesta se vive a través de procesiones, homenajes a misioneros y actividades en colegios que llevan su nombre. Algunas ciudades celebran este día como festivo local, mientras que en comunidades religiosas se aprovecha para recordar el sentido misionero de la fe. Cada año, el 3 de diciembre renueva la historia de un santo que nunca dejó de moverse.









