Especial 20 Aniversario

Si le echas agua del grifo al cocido madrileño, nunca te saldrá como el de tu abuela. El truco está en el tipo de agua y en este paso previo

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El cocido madrileño es mucho más que un plato; es una institución, una tradición que une generaciones en torno a una mesa humeante. Todos perseguimos replicar ese sabor auténtico, esa magia que solo parecía poseer la abuela, esa textura y transparencia del caldo que hoy, a menudo, se nos resiste en nuestras propias cocinas. La frustración llega cuando, a pesar de usar ingredientes de primera, el resultado no alcanza esa cumbre nostálgica que tenemos grabada en el paladar y la memoria.

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Detrás de esa diferencia, a veces abismal, entre el cocido perfecto y el nuestro, se esconden detalles que parecen insignificantes pero que resultan cruciales. No todo es cuestión de la calidad de la carne o los garbanzos, por importante que sea. Existe un par de pasos, a menudo descuidados o desconocidos, que tienen un impacto directo y dramático en el alma del cocido: su caldo, ese elixir que lo define todo y que determina si estamos ante una maravilla o simplemente un guiso más. Desvelar estos secretos es el primer paso para acercarse al legado culinario familiar.

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QUITAR LA ESPUMA: MÁS ALLÁ DE LA ESTÉTICA EN EL COCIDO DE SIEMPRE

Fuente: Freepik

El segundo paso crítico, a menudo subestimado, es el desespumado inicial. Cuando ponemos las carnes y los huesos a cocer en agua fría, al subir la temperatura, empiezan a liberarse impurezas. Estas impurezas son básicamente proteínas coaguladas, pequeñas partículas de carne, sangre y grasa que forman esa capa de espuma grisácea en la superficie del agua. Mucha gente la quita sin más, como una tarea que hay que hacer, pero no siempre con la rigurosidad necesaria.

Un desespumado meticuloso, realizado con paciencia y dedicación durante los primeros 20-30 minutos de cocción, es fundamental para garantizar la limpieza y claridad del caldo. Si no se eliminan estas impurezas de forma efectiva al principio, se dispersarán en el líquido a medida que avanza la cocción, enturbiando el caldo y, lo que es peor, aportando sabores amargos o «sucios» que arruinarán el resultado final del cocido madrileño. Es un trabajo que requiere atención constante, retirando la espuma según va apareciendo.

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