Cuando llegan los días más largos y el calor se instala, no solo cambian nuestras rutinas, también lo hace nuestra manera de comer. El verano no es solo sinónimo de vacaciones, descanso o escapadas. También puede ser una etapa ideal para reconectar con los alimentos, animarnos a probar recetas frescas y adoptar hábitos más saludables que nos acompañen incluso más allá de septiembre.
Según datos oficiales, en estos meses el consumo de helados, refrescos, zumos y cerveza se dispara. Pero elegir bien qué llevamos al plato (y al vaso) es más importante de lo que parece. Porque, cuando el termómetro roza los 40 grados, cada alimento que consumimos puede ayudarnos —o perjudicarnos— en nuestra batalla contra el calor.
4¿Bebidas frías o calientes?: lo que dice la ciencia

El instinto nos empuja al hielo, pero la ciencia tiene otros planes. Beber muy frío no hidrata más. De hecho, puede tener el efecto contrario. Cuando tomamos un alimento helado, nuestro cuerpo necesita un esfuerzo extra para igualar su temperatura interna, situada entre los 36,5 °C y 37 °C. ¿El resultado? Se consume más agua para digerirlo y nos deshidratamos más.
Lo ideal, según expertos en nutrición, es optar por bebidas y alimentos a temperatura ambiente. Aunque al principio no parezcan tan “refrescantes”, ayudan a mantener el equilibrio interno sin forzar al organismo. Incluso las infusiones calientes tienen su lógica: al elevar levemente la temperatura corporal, estimulan el sudor y favorecen el enfriamiento a través de la piel.
¿Y los alimentos picantes? Aunque parezca paradójico, también pueden ser aliados. Su efecto termogénico activa la sudoración y eso, a la larga, contribuye a enfriar el cuerpo. Siempre que no haya problemas digestivos, un toque de guindilla, pimienta o curry puede convertirse en un ingrediente inteligente para el menú veraniego.