Cuando llegan los días más largos y el calor se instala, no solo cambian nuestras rutinas, también lo hace nuestra manera de comer. El verano no es solo sinónimo de vacaciones, descanso o escapadas. También puede ser una etapa ideal para reconectar con los alimentos, animarnos a probar recetas frescas y adoptar hábitos más saludables que nos acompañen incluso más allá de septiembre.
Según datos oficiales, en estos meses el consumo de helados, refrescos, zumos y cerveza se dispara. Pero elegir bien qué llevamos al plato (y al vaso) es más importante de lo que parece. Porque, cuando el termómetro roza los 40 grados, cada alimento que consumimos puede ayudarnos —o perjudicarnos— en nuestra batalla contra el calor.
3Menos calorías, menos calor: la ciencia detrás del plato ideal

La idea de que “menos es más” cobra pleno sentido cuando el calor aprieta. Comer en exceso no solo provoca pesadez, también eleva la temperatura corporal. La digestión es un proceso complejo que genera energía y, por ende, calor. Según un estudio de la Universidad de Washington, reducir la ingesta calórica en un 23 % puede disminuir la temperatura interna hasta medio grado.
Y no se trata de pasar hambre, sino de elegir bien cada alimento. Por ejemplo, sustituir la carne roja por pescado puede marcar una gran diferencia. El pescado es más ligero, se digiere más rápido y, en verano, abunda en variedades frescas y sabrosas. La SEEN recomienda consumir entre cinco y seis raciones semanales de pescado, de las cuales al menos tres deberían ser de pescado azul, rico en ácidos grasos esenciales como el omega-3.
Otro cambio inteligente: evitar comidas copiosas o muy elaboradas, que además de demandar más energía digestiva, suelen llevar salsas o grasas innecesarias. En cambio, platos simples, bien combinados y con ingredientes frescos pueden saciar, nutrir y refrescar al mismo tiempo.